Mis manos temblaban mientras trataba de sentarme frente a la puerta del tal doctor que nunca llegaba. Scarlett estaba junto a mí, con una mueca nerviosa en su rostro. Lo había arruinado, de nuevo.
—No es tan malo —aseguró ella, tomando mi mano—. Solo lo tiraste de una escalera y le rompiste el brazo, al parecer.
—¡Solamente! —exclamé, cada vez más desesperada.
Me paré de nuevo, inquieta. Comencé a caminar de un lado a otro, llevando mi mano a la boca para morderme las uñas de los dedos.
—Mi tía no tiene dinero para ayudarlo... ¿Por qué siempre soy tan torpe? ¡Debí haber visto por dónde iba! ¿Acaso la mala suerte me lleva de la mano? ¡Dios, esto es terrible! Pobre chico...
Sentí la mirada de alguien sobre mí, por lo que me detuve. Al ver a un hombre en la puerta de la sala del chico, me congelé en mi lugar. El hombre me saludó, pero no le pude corresponder correctamente el saludo hasta que lo vi acercarse más a nosotras.
Lo primero que observé en él fue su bastón y la extraña forma en la que caminaba, como cojeando. Lo había visto entrar unos minutos atrás, pero no le tomé mucha importancia.
—Hola —repitió—. ¿Estás bien? Pareces más herida que mi hijo, linda.
Sonrió de forma divertida, haciendo que algunas arrugas se formaran en las esquinas de sus ojos.
Era su padre. Jamás me lo hubiera imaginado, eran completamente diferentes. Cuando entró en la habitación del chico de ojos lindos, solo pensé que debía ser un amigo o alguien cercano. Pero... ¿su padre? Literalmente, eran contrarios. Él lucía una cabellera rubia bien peinada hacia atrás, ojos azules verdosos y un traje azul marino, ajustado. En cambio, "su hijo" tenía esos hermosos ojos mieles y cabello negro como la noche, despeinado. ¿O se lo despeiné yo?
No podían ser familia.
—¡Sí, perdón, sí estoy bien! —farfullé al darme cuenta que me había quedado callada un largo rato.
La mirada de Scarlett me comía por detrás, intrigada. Algunas personas pasaron entre nosotros con prisa, mientras que otras iban un poco más calmadas.
El hombre rio ante mi exclamación angustiada y se cruzó de brazos. Tenía una actitud muy relajada a pesar de la situación.
—Me parece lo contrario, pero lo aceptaré. ¿Cómo te llamas? Mi hijo jamás había hablado de ti antes, y eso que eres una chica muy bonita. Aunque debes ser cercana, ¿no? Si no, no estarías aquí.
Me sonrojé un poco con lo último.
—Conocí a su hijo hoy, señor.
Él se extrañó un poco, aún con esa sonrisa cariñosa en su rostro. Me calmaba, en cierto punto.
—Y, hablando de eso, quería decirle que los ayudaré en los gastos con todo lo que pueda. Últimamente no tengo mucho dinero, pero los apoyaré en todo.
El hombre sonrió un poco antes de mirarme con ternura. Me dio la extraña sensación de que se estaba burlando de mí, pero no dije nada.
—No te preocupes por eso, hija, tenemos suficiente dinero para esto. Después de todo, fue un accidente, ¿no?
—¡Quiero ayudar igual! —exclamé, algo apenada—. Fue mi culpa, debo ayudar en algo.
—Al contrario, fue la culpa del niño que está sentado allá adentro. Le advertí que no usara esas escaleras, ya que están demasiado viejas. Sin embargo, me hizo caso omiso. Es muy terco. De igual forma, ya planeaba comprar unas nuevas...
Comenzó a divagar mirando hacia ningún lado específico.
—¿Él trabaja en Leblanc? —pregunté, sin poder contener mi curiosidad.
—¿Ah? No, no, querida. Solo me ayuda con la decoración. Ya intenté convencerlo de pagarle, pero él se niega. Supongo que es su forma de disculparse. —Se detuvo abruptamente, como si hubiera dicho algo que no estaba bien—. Yo soy el que trabaja ahí, de hecho.
—¿Usted? —inquirió Scarlett, interrumpiendo la conversación—. Perdón, tenía curiosidad. Me llamo Scarlett, por cierto, señor.
El señor le dedicó una sonrisa de boca cerrada antes de asentir con la cabeza. Suponía que quería decirme algo más, pero el supuesto doctor caminó hasta nosotros por el largo pasillo de aquel hospital.
—Lamento la tardanza, ya podemos atenderlo —se disculpó el hombre, rebotando su mirada en todos nosotros.
—Muchas gracias —dijo su padre.
Antes de que ambos entraran de nuevo a la habitación, su padre se detuvo para darse la vuelta.
—Fue un gusto conocerla, ¿señorita...?
—¡Ah, ah! Me llamo Evi Sellers, señor.
—Y yo me llamo Auguste Leblanc —respondió él—. No te preocupes por los gastos, nosotros nos encargamos. Gracias por tu preocupación, Evi.
Tan pronto como salió, desapareció tras la puerta.
Auguste Leblanc.
Así que era el jefe... ¿no?
[...]
—¿En dónde está tu auto, Evi?
La pregunta de Scarlett me devolvió a la realidad. Estaba pensando en tantas cosas al mismo tiempo que ya no entendía ni en dónde me encontraba. El chico de ojos lindos. Su padre. El jefe de Leblanc.
—Lo dejé por aquí —respondí, mirando hacia ambos lados para cruzar entre el estacionamiento—. ¿Alguien vendrá por ti, o te llevo a tu casa?
Ella pensó unos segundos antes de sacar su teléfono del bolsillo.
—Le escribiré a mi hermana para que venga por mí, tú puedes ir a tu casa, Evi. Debes estar cansada con todo lo que sucedió hoy.
—No tienes ni idea...
Ella pasó un brazo por mi hombro.
—¡Fue igual a una escena de K-DRAMA! ¿Se sintió lento e irreal?
—No, no se sintió mágico, ni lento, ni irreal —mentí—. Solo fue muy asfixiante. Y ahora no me dejan cooperar con sus medicamentos. Me duele la cabeza, incluso.
—No me mientas. ¡Te gustó! Es el chico de la fiesta, y del concierto. Ese de ojos tan bonitos que no salen de tu mente... ¡aaaah! —Colocó su mano en la cabeza para dramatizar.
—Espera, ¿el chico del concierto? —indagué, extrañada.
—Ah, ¿no sabías? Es el guitarrista de Time Travellers. Fueron los que tocaron justo cuando nos fuimos. El de la voz grave, ¿recuerdas? Saludó diciendo no sé qué cosas de las notas...