LEBLANC
—Eres un imbécil.
Solté un grito cuando Theo me sacudió el brazo. Le pegué un manotazo para que me soltara. Ambos estábamos sentados en las gradas traseras de mi casa, disfrutando de un cielo pintado de anaranjado con manchas rojas esparcidas entre las montañas pequeñas por la distancia.
—Solo a ti se te ocurre tirarte a los brazos de una chica desde una escalera. —Tomó un sorbo de su gaseosa—. ¿Qué diablos vamos a hacer sin ti durante este tiempo? ¿Ya intentaste tocar la guitarra?
—Créeme, no puedo ni sostenerla.
Suspiré mientras estiraba las piernas y reposaba mi brazo en mi muslo. Una tablilla negra lo envolvía, dejando solo libres los dedos como si fuera un guante para el frío que no calienta nada.
—Repítemelo, ¿te caíste de la escalera porque te quedaste viendo los lindos ojos de esa muñeca?
Bufé ante su atrevimiento.
—La escalera se rompió mientras nos mirábamos. Solo eso.
—¿Te soy sincero? Tu historia no me convence. Aquí hay algo que no me estás contando. ¿Dices que fue a verte al hospital? Hermano, las señales son claras.
Esa vez me reí, regresando mis piernas y levantándome con dificultad. El brazo me lanzaba pequeñas punzadas de dolor de vez en cuando, era molesto.
—No hay señales. Fue un accidente, y se sentía apenada, así que fue a verme para decirle a mi padre sobre los gastos, medicinas, etcétera.
Theo se levantó conmigo, desviando la mirada hacia el cielo. Suspiró, como si estuviera exhausto de algo. O de todo. Era aceptable estar exhausto de todo.
—No sé qué vamos a hacer sin ti... ¿Cuánto tiempo será? ¿Semanas? ¿Meses? Necesitamos de tu guitarra para que la banda sea... pues, la banda. No podremos practicar sin ti.
Empecé a caminar de un lado a otro, pensando. Todo era más difícil con el brazo así, incluyendo caminar.
—Serán solo tres meses, luego volveré con ustedes. Pueden practicar sin mí, y prometo repasar las canciones cuando ya me sienta mejor.
Theo volvió a suspirar antes de sentarse de nuevo en los escalones. Agitó su cabello, mostrando desesperación, pero luego me miró con una sonrisa burlona en sus labios.
—Prométeme que no te volverás a enamorar. Esto es lo que sucede como consecuencia.
Me reí sarcásticamente y luego me acerqué para golpearlo en el brazo con mi puño. Se quejó mientras me sentaba junto a él. Volví a mi posición de antes, perdiendo mi mirada en algún punto del cielo.
—No lo has prometido —canturreó.
Lo miré severamente. Él solo se encogió de hombros.
—Creí que seguías loquito por la hermana de Edwin antes de la fiesta. Sin embargo, resulta, acontece y sucede, que la engañaste ayer con una desconocida. —Theodore pasó un brazo por mis hombros—. Intercambiaron miradas románticas cargadas con... ¿amor?
Quité su brazo de mi hombro.
—Serías un mal poeta —le reprendí—. Y ya te lo dije, no pasó nada ayer.
—Aun así —añadió, insistente—, sé que las cosas con Kenya ya no andan tan bien, ¿no es cierto? Hace unos meses podía jurar que te bañabas en azúcar cuando la veías y podía ver como ella se tambaleaba cuando te veía. Ahora, ya no veo esa... esa... ¡chispa! Esa chispa en sus miradas.
¿Chispa? No hubo nunca chispa.
No le respondí. No tenía por qué hacerlo. Él me entendía.
—Antes de la fiesta, te dije que ella te hace feliz. Supe que no era así cuando no respondiste a eso. Vi en la fiesta como actuabas diferente con Kenya. ¿Qué pasa, Logan?
—Creo que... —decirlo en voz alta era mucho más difícil que solo pensarlo—. Ella me engaña.
La sorpresa de Theo era lo que me pedía que continuara.
—Hace mucho que ya no veo el color rosado en su iris. Eso, antes de la fiesta. Cuando me abrazó, había señales de que algo cambió en su mirada. Se desvaneció poco a poco... mientras más estaba conmigo. Antes había estado hablando con un chico.
—¿Ella no sabe que tú puedes verlos?
Negué lentamente mientras suspiraba.
—Acepté hace mucho que ella no me ama más, Theo.
—¿Por qué te quedaste, entonces?
—Ella tampoco se marchaba. Creí... Tuve la más vaga esperanza de que algo cambiaría, pero no fue así. Solo... me rendí conforme los días transcurrían.
—¿Nunca le preguntaste? ¿No intentaste recuperarla?
—Intenté de todo para que su iris volviera. Para que se emocionara de verdad al verme, y para que dejara de fingir. Hice todo por ella, pero ella no intentó nada por mí.
Theo asintió. Comprendía el intento inútil de volver a comenzar algo que terminó hacía mucho. No valía la pena seguir ahí. Debía terminar con ese dolor incómodo en mi pecho.
—¿Cómo te fue con la chica de la fiesta? —le pregunté, tratando de cambiar de tema—. Te veías muy interesado ese día.
Desde hacía mucho que no hablábamos así... durante tanto tiempo.
—Es una historia graciosa —se rio, captando mi indirecta—. Cuando me acerqué a ella, había otra chica. Una de pelo negro. Ella comenzó a hablar conmigo, y perdí de vista a la otra. Era muy bonita, pero preferí a su amiga. Bailé con la amiga de pelo negro durante toda la noche, y la pasé bien.
—Pero querías a la otra —terminé, divertido—. Más casanova no puedes ser, amigo.
—Ja, ja... Sabes que no. —Su mirada se volvió gris de un momento a otro, aunque se recuperó rápidamente—. En fin... ayer en la tarde salí de mi casa, y la vi. ¡Adivina!, la bella princesa es mi vecina.
¿Bella princesa? ¿A qué me recuerda eso?
Aplaudí, con mejor humor.
—¡Enhorabuena!
La sonrisa de mi amigo se ensanchó mientras le daba palmadas en la espalda.
—Ya vez, ambos tuvimos suerte en estos días... —susurró. Iba a negarlo, pero me interrumpió—: Aunque lo niegues, Logan... aunque lo niegues.
Mi corazón se aceleró al recordar la mirada de esa chica en la fiesta. Lucía perdida... confundida... Pero en la librería tenía la mirada más hermosa del mundo. Era feliz.