Él está observándome desde una esquina, trato de no mirarlo directamente, pero puedo notar que está incómodo, su pierna izquierda se mueve en un vaivén incesante. Esta ansiedad me está matando, ¿acaso no dirá nada? ¡Ahg! voy a volverme loca.
—Deja de hacer eso —me reprende.
—¿Hacer qué? —le pregunto confundida.
—Eso —me señala—, tus manos, no dejas de mover tus dedos, me pone nervioso.
—¿Yo te pongo nervioso? No has parado de mover tu pierna desde hace rato. ¡Tú me pones nerviosa!
—¿Tienes idea de lo que acabas de hacer?
—Tú me ayudaste por tu propia voluntad, así que no me eches la culpa de todo.
—¿Y si está muerto? —pregunta en un titubeo nervioso.
—¡No lo está! Así que deja de preocuparte.
—Y cómo lo sabes, alguna vez has visto a un muerto, ese tipo parecía uno.
—No está muerto... —¿no lo está verdad? Miro de reojo a la otra habitación, el cuerpo aún está ahí, ha permanecido inmóvil la última media hora.
—No debí creer en tus tonterías, era obvio que estabas mintiendo.
—¡No son tonterías! —exclamo con frustración— Es una maldición, y si nos quedamos aquí volveremos a caer en ella.
—Entonces que, ¿rompemos la pared? Estamos atrapados, mañana veremos qué hacer.
—No podemos esperar... ¡Ahg! Olvídalo.
Pronto será media noche y la historia volverá a repetirse, entonces ya no importará nada. Supongo que este será otro fracaso.
A veces me pregunto, cómo sería si no nos hubiésemos conocido, si aquel día hubiera ignorado mis impulsos, si nunca nos hubiésemos prometido nada. ¿Entonces, seriamos felices?