Itori: Recuerdos Perdidos

Salón de Castigo

Un manto de oscuridad cubre mis ojos, no siento mi cuerpo, escucho el golpeteo de pasos yendo y viniendo. ¡Qué es esto! ¿acaso es un sueño? ¿una pesadilla? ¡Quiero despertar!; todo es extraño aquí, es como si miles de sentimientos se arremolinaran en un mismo lugar, me siento confusa y agobiada.

El tiempo pasa, lo sé, no sé cuánto hace que estoy aquí, pero se siente como una eternidad. Hay una voz susurrando desde algún lado. Quiero gritar, pero mi voz se desvanece antes de salir.

—Cuánto tiempo vas a permanecer así, no puedo quedarme aquí para siempre, despierta por favor —ruega la voz— Isalia, ¿me escuchas? —Esa voz, creo que sé quién es.

—¡Estás despertando! ¿Te encuentras bien? ¿Te duele algo?

—Deja de gritar —respondo con voz ronca— siento que me va a reventar la cabeza —parpadeo para acostumbrarme a la luz— ¿Gia? Tu...Tu, cómo, por qué estás aquí. ¿En dónde estoy?

Miro a todos lados confundida, nunca había estado en este lugar. La luz se filtra débilmente por una ventana desde lo alto de la habitación; las paredes están cubiertas de humedad casi en su totalidad, filas de repisas se ocupan en ambos lados, y en medio de estas se acomodan dos camas, yo estaba recostada en una de ellas, mientras que Gia estaba de pie a mi lado, con una mirada de preocupación sobre mí.

—¿Recuerdas aquel temido salón de castigo que estaba en el sótano?

—Si —musito con dificultad.

—Resulta que es más un almacén de medicina, que un lugar de tortura, al menos no una convencional.

—Cuan...Cuánto tiempo he estado aquí.

—Con este serían cuatro días.

—¿Cuatro días? —exclamo horrorizada. Juraría que se había sentido como toda una vida—. Entonces él se fue...

Gia baja la mirada al suelo, y de pronto su rostro cambia.

—¿Por qué lo hiciste? —sus grandes ojos verdes me exigen una respuesta.

—¿Hice qué?

—Saltar del tejado. Sé que Daniel es muy importante para ti, pero cómo pudiste hacer una locura como esa.

—Yo... ¡Yo no salté! —le respondo indignada— Solo me paré y perdí el equilibrio. No lo haría, ¡nunca lo haría! Por qué piensas que...

—Las monjas que te encontraron lo dijeron...Olvídalo. Discúlpame por haberte acusado, después de todo eres una niña fuerte. —Dice, para luego frotar con su mano, lágrimas que asomaban tímidamente.

—Qué dijeron —insisto. Gia esquiva mi mirada con incomodidad.

—Debieron suponerlo por los casos anteriores. —¿Casos anteriores?— Durante los últimos años, ocurrieron muchos “accidentes” y adopciones misteriosas. ¿Lo entiendes no? —No...no lo entiendo— La mayoría de esos niños se suicidaron; el orfanato trató de ocultarlos, pero hay cosas, seres, no sé como describirlo; ellos me mostraron muchas cosas, casi enloquezco por eso; tuve un encuentro horrible y terminé aquí.

—¿Te hicieron daño? —Gia niega con la cabeza. Entonces noté algo extraño; apenas y se asomaba, era un mechón blanco que resaltaba en medio de su frondoso cabello negro.

—Tu cabello —señalo levantando un dedo.

—¡Ah! Esto, no sé cómo apareció, ni por qué, un día simplemente desperté y ya estaba ahí —explica con una tranquilidad que me desconcierta, cómo podía tomárselo tan calmadamente.

—Entonces estuviste aquí todo este tiempo, Anna y Mary estuvieron buscándote cómo locas. Estabas encerrada... ¿Acaso te torturaron?

—Fueron muchas preguntas, bebí algunas cosas extrañas que sabían horrible, creí que querían envenenarme, al final concluyeron que era peligrosa.

—Mentira, eres la persona menos peligrosa que conozco.

—Lo describieron más como una maldición, y me pidieron que me fuera, pero no quería irme antes de que despertaras, así que las amenacé diciendo que les lanzaría una maldición a ellas y a sus próximas generaciones —comenta  de forma amena.

Me rio por las palabras de Gia, pero freno casi al instante ante el dolor punzante que se esparcía por todo mi cuerpo.

—No deberías de irte, si te vas con quién me quedaré, Anna me odia, lo sabes.

—No creo que te odie, le importas. La escuché preguntar por ti hace unos días.

—Definitivamente me odia, seguro solo quería confirmar que estuviera muerta.

—Anna tiene un carácter fuerte, pero estoy segura que ella es mucho más de lo que muestra. Solo debes de tenerle un poco de paciencia —agrega de forma burlona

Gia y yo hablamos durante un rato más, le conté todas las cosas que habían pasado durante las semanas en las que no estuvo. Ella me escuchó atentamente, pese a que varias veces tuve que callarme, debido a que el dolor era muy fuerte, pero mis ganas de hablar lo fueron aún más. Al cabo de unas horas la hermana Mara entró en el sótano sosteniendo una bandeja con comida, me miró sorprendida, me examinó e hizo muchas preguntas; pero antes de irse se acercó a Gia y le susurro algo en el oído.

—¿Te dijo que te vayas? —pregunto, después de que se cerró la puerta.

—Era parte del trato —comenta Gia con cierto pesar.

Trato de comer lo más lento posible para retrasar el tiempo. Por qué será que cuando no quiero que pase, todo corre más rápido. De pronto Gia se agacha y saca una maleta de abajo de su cama, y la coloca encima.

—¿Te vas tan rápido? —le pregunto angustiada, siento como si me fuera a echar a llorar en cualquier momento.

—Lamento tener que irme tan pronto, pero me reconforta saber que estás bien, ahora puedo marcharme más tranquila.

—No es justo, tú no estás maldita no tienes porqué irte, podrías quedarte un par de años más, ¡no es justo!

—Despídeme de Anna y Mary —fueron sus últimas palabras antes de abandonarme.

Tras eso, la habitación retomó su silencio; solo entonces fui consiente de mi nueva vida, toda la alegría y emoción que había sentido solo minutos antes, desapareció casi al instante. Me había quedado sola, y la sensación era horrible.

Pasaron dos días, los cuales sentí más largos de lo usual, el dolor disminuyó mucho durante el transcurso. Al tercer día ya era capaz de ponerme en pie y caminar apoyada durante algunos minutos, ese mismo día la hermana Sol vino a visitarme.



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En el texto hay: reencarnaciones, drama, promesas

Editado: 29.04.2024

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