Itori: Recuerdos Perdidos

Cena y Reencuentro

A veces no puedo controlarlo, mis ojos se congelan en un punto fijo mientras observo la tortuosa marcha de las manecillas del reloj, el tiempo se detiene en una tortura que se ha vuelto rutinaria. Ahora parecía que estaba en una lucha por conservar mi cordura. Cómo podía seguir cayendo tanto, ¿esto acabará en algún momento? ¿o es mi destino continuar en este bucle? Incluso el espejo parece ir en mi contra, exhibe las pruebas frente a mí, me grita y recrimina por mi terrible aspecto; estoy harta de su hipocresía. Últimamente he dejado de verlo, ella me da miedo.

Pero como una tormenta que cae sorpresivamente, todo cambia cuando el reloj marca las seis de la tarde, el aire volvía con fuerza a mis pulmones al punto de que me costaba respirar, apresuraba mis pasos hasta sentir el calor quemándome las piernas. En los días buenos la señora Sara me esperaba sentada a un lado de la puerta, por lo que siempre antes de girar rogaba a los dioses por encontrarla ahí, pero cuando eso no ocurría de inmediato tocaba nerviosa la puerta de al lado, ahí vivía la señora Miret, una viuda de la misma edad que la señora Marta, eran amigas de muchos años, ella la cuidaba cuando yo no estaba.

Hoy giré a toda prisa con el rezo en la mente, pero mi corazón se encogió al no encontrarla en su lugar habitual.

—No fue tan grave, se calmó rápido luego de inhalar la medicina —explica, antes de que siquiera tuviera la oportunidad de preguntar algo.

—¿Cuánto tiempo lleva dormida?

—No más de veinte minutos, tardará un poco más en despertar —dice ella haciéndome una seña para tomar asiento.

Una presión sube a través de mi garganta. Los ataques han aumentado considerablemente. Cómo...Cómo era siquiera posible, se suponía que esa medicina la curaría, ¡por qué no está haciendo nada!

—¿Isalia? —ella pone su mano sobre mi hombro mientras me mira con lástima. Quiero gritarle que deje de hacerlo, pero el pensamiento se desvanece rápidamente por la preocupación.

—Tranquila, el medicamento funciona, mientras lo tenga a su lado no le pasará nada. Aunque sinceramente yo también estoy algo preocupada, deberíamos hablar con el doctor, él podría examinarla o recetarle más medicina.

—No, no podemos hacer eso. —Cómo podía explicarle que el doctor no estaba de acuerdo con ese tipo de tratamiento, si ella supiera que es y de dónde viene estaría horrorizada.

—Tienes razón, el medicamento funciona, solo hay que ser constantes —agrego rápidamente para evitar el tema.

—A todo esto, dónde lo conseguiste, pregunté por el en una farmacia y no lo encontré, hubieras visto la cara del dueño, lucía molesto. Yo debería estar molesta. ¡Qué hombre tan grosero! Ya nadie respeta a sus mayores.

—Solo lo venden en lugares especiales. No tiene que preocuparse por eso, yo lo conseguiré.

—Cómo sea, entonces deberías de conseguir otro, a este solo le resta un uso —dice levantando el frasco de vidrio.

—¿Solo uno? Pensé que aún quedarían un par —exclamo horrorizada.

—Bueno, el ataque de hoy no fue tan leve, —agacha la mirada avergonzada tras ver su mentira descubierta—, le di una dosis tal como dijiste, pero ella seguía convulsionando, estaba asustada así que añadí otra más, y solo entonces se calmó.

—¿Una dosis ya no es suficiente? —susurro, aterrada— Esta bien, mañana pediré un permiso especial y compraré otro frasco de medicina.

El canto de los gallos me volvía a levantar al igual que cada mañana, aunque yo ya llevaba un rato despierta. Persistía en mí una pequeña brisa de miedo debido al incidente de ayer. Tenía la determinación en mi cabeza, pero mis piernas se rehusaban a seguir adelante, solo las palabras de la señora Sara son capaces de romper con mi parálisis.

—Ten un buen día. —Sus ojos están prácticamente enceguecidos que no nota que estoy parada al lado contrario al que ella mueve sus brazos. Cierto, no puedo rendirme tan fácil, si me rindo ahora ella morirá.

La oficina se había convertido en una jungla, en la que solo sentía miradas acechantes escondidas tras un escritorio, pero sorpresivamente el comportamiento del león era el que más había cambiado, no me había llamado a su oficina en los últimos cinco días, pero lejos de sentirme tranquila, tenía la sensación de que saltaría sobre mí en cualquier momento, y me convertiría en su presa. Para mi desdicha mis sospechas se cumplieron al sonar las campanadas del medio día, todos se relajaron y rápidamente abandonaron el lugar para alimentarse; solo estábamos él y yo.

—¿Qué pasa contigo? Cada día pareces más un cadáver —reclama al tiempo que expulsa el humo de su cigarro.

—Estoy un poco enferma, creo que pesqué un resfriado —le respondo, mientras ruego para mí que esa sea suficiente excusa para que me deje ir.

—Como sea, compré algo para ti —señala hacia una caja blanca decorada con un lazo verde— Espero que esta vez sí lo uses, nunca llevas ninguno de mis regalos.

—Creí que era obligatorio llevar el uniforme —me excuso falsamente, lo cierto era que ya había empeñado todas las joyas y vestidos que me había dado.

—Nadie te criticará si no lo usas —refunfuña, y resopla con cansancio. Hoy no estaba de buen humor, era casi seguro que rechazaría mi petición de retirarme temprano, pero al menos tenía que intentarlo.



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En el texto hay: reencarnaciones, drama, promesas

Editado: 29.04.2024

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