Itori: Recuerdos Perdidos

Segunda Parte: Tay

Los últimos días de verano y principios de otoño eran mi época favorita del año, adoraba el ligero aire frio golpeando contra mi cabello, de alguna manera inexplicable sentía una paz que me hacía olvidarlo todo, aunque fuera solo por un instante, inconscientemente se me formaba una sonrisa, era raro, pero no se sentía mal.

Sin embargo, las cosas habían cambiado drásticamente durante el correr del último año, y ni siquiera la brisa de otoño resultaba ser suficiente para calmar el agobio que crecía en mi pecho. Rumores de guerra se escuchaban con fuerza, pero esta no era la primera vez, parecía que la historia estaba destinada a repetirse, aunque en esta ocasión los hechos se estaban tornando más serios; no obstante, preferíamos aferrarnos a la idea de que ese día no llegaría pronto, mientras vivíamos creyendo a la sombra de una frágil paz que amenazaba con fracturarse en cualquier momento.

Aunque siendo sincera, creo que dicha paz nunca ocurrió, en los pueblos más pequeños y alejados de la capital aun ardían las llamas del último conflicto que desembocó en una guerra civil diez años atrás. Todo empezó cuando un pequeño grupo que había permanecido oculto se dio a conocer, dichas personas tenían cualidades especiales referidas como dones que solo se podían explicar con la magia, un concepto extraño que la mayoría desconocía y eran atribuidos a leyendas o simples charlatanes.

Corianto era un caos total, la incertidumbre gobernaba en el bando de los rebeldes y parecía que las fuerzas del rey terminarían por doblegarlos, fue en ese momento cuando "los especiales" aparecieron y tomaron partido por los rebeldes, las leyendas que por tantos años habíamos escuchado resultaron ser ciertas, su magia era real. Los realistas fueron tomados por sorpresa y en solo cuestión de un par de semanas el tablero cambió a favor de los rebeldes. La monarquía había llegado a su fin, comenzaba una nueva era, el reino de Corianto pasó a ser un país independiente bajo el nombre de Coria.

Pero después de que la euforia decayera y las ciudades empezaran a reconstruirse, las miradas de todos se volvieron hacia aquel grupo de personas especiales, los dones podían ser útiles y ayudar a los demás, había quienes podían curar a otros solo con tocarlos, pero también existían dones considerados más peligrosos, solo bastaban unas palabras y podían someter la voluntad de otros, tanto poder era intimidante y en gran parte se desconocía sus límites; durante los primeros años se estableció una especie de tregua, la mayor parte de los especiales se establecieron en un pequeño pueblo de nombre Dikos, pero la paz no duró demasiado, dos años después un misterioso incendio sorprendió al pueblo mientras dormía y a causa de ello decenas de especiales perdieron la vida, ellos culparon a los habitantes de Mikri por lo sucedido, pero estos lo negaron rotundamente. Cuando Dikos pidió justicia ante sus vecinos estos alegaron a favor de Mikri, fue entonces cuando los especiales decidieron tomar justicia por mano propia y atacaron a quienes acusaron culpables.

Varios años después el conflicto había crecido de tal manera que se decía que los especiales estaban a las puertas de declarar una nueva guerra.

La comida empezaba a escasear lentamente, muchos vagones provenientes de Ambar habían sido asaltados durante las últimas semanas, por lo que una parte importante de la comida que se vendía en los mercados se encontraba raquítica o en mal estado, era entonces cuando acompañar a mamá a su compra habitual por el mercado se tornaba en una tarea muy agobiante, sostenía una mirada seria en compañía de su fiel ceño fruncido mientras mascullaba improperios en contra de los vendedores, el cesto estaba casi vacío debido a que no consideraba adecuado la mayoría de los productos que se vendían.

—¿Cómo pueden unas zanahorias ser tan delgadas? Incluso mi dedo meñique parece más saludable que esto —dice señalando la pila de zanahorias de un saco.

—No importa, solo cómpralas ya —respondo con hastió, a lo que ella replica con una mirada mordaz.

—¿Cómo pude haber criado a una hija con tan poca prudencia? —se gira para reprenderme, para luego volver a su reproche hacia las verduras.

Mamá era una mujer seria, de carácter estricto mucho más que  papá, se había casado con él muy joven a través de un matrimonio concertado, sin embargo tuvieron la buena fortuna durante sus primeros años de matrimonio a tal punto que decidieron emprender en una fábrica de harina, fueron los mejores años de sus vidas, según sus propias palabras; pero un día todo eso desapareció, en la actualidad todas las cosas valiosas habían sido empeñadas o vendidas para pagar las deudas acumuladas de los años anteriores, que lejos de disminuir no hacían más que ir en aumento, pero a pesar de todo madre eligió mantener las apariencias, todos los días íbamos al mercado para escoger los alimentos, ella recorría el lugar al menos tres veces antes de tener todo lo que necesitaba; se quejaba mucho de los precios elevados por lo que siempre regateaba, aunque solo en voz baja, no pudiera ser que alguien la viera haciendo algo tan vergonzoso, en cierta forma era gracioso verla negociando entre susurros como si estuviera contando algún cotilleo.

Era común ver a decenas de vagabundos recostados en cada esquina a lo largo de las calles principales, sus gastadas vestiduras se hallaban manchadas con el barro producto de las fuertes lluvias de los últimos tres días, de entre ellos sobresalía una figura robusta y pequeña cubierta de pies a cabeza por una capa negra además de vendas que envolvían sus brazos, el encapuchado se abrió camino a pasos lentos mientras cojeaba de la pierna izquierda hasta la estatua del antiguo rey Deo, último de la dinastía, cuya escultura había sufrido muchos ataques al punto de que era imposible reconocer su rostro o cualquier otro; la figura misteriosa se paró en el escalón más alto de la estatua y empezó a cantar revelando una voz dulce y femenina, pero melancólica a la vez.



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En el texto hay: reencarnaciones, drama, promesas

Editado: 29.04.2024

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