Itori: Recuerdos Perdidos

Correr

Vagaba sin un rumbo fijo, con la vista borrosa y el tambaleo de mis piernas que parecía como si estuviera consumida por el alcohol, en algún punto me rendí y caí postrada en un callejón; el nudo en mi garganta era tan grande que sentía como me asfixiaba con cada segundo, la cruda verdad de sus palabras había consumido mis esperanzas. Entonces ya no me importaba nada, era como vivir en una fracción de tiempo congelada, al mismo tiempo que sentía como todo el dolor y la angustia que cargaba desde mi niñez me estaba devorando.

De entre las sombras se asomó una figura encapuchada, pequeña y regordeta, caminó hacia mí con temor midiendo sus pasos con mucho recelo, cuando estuvimos a dos metros de distancia me arrojó una cobija y se quedó observándome para ver mi reacción.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó midiendo cautela. Era la voz de una mujer mayor, algo rasposa y agitada.

Restregué mis ojos para verla mejor, ella agachó la cabeza y volteo escondiendo su rostro, no obstante, no tardé en reconocer su figura jorobada como aquella mujer que cantaba en los mercadillos y plazas de la ciudad.

—Bien... —balbuceé adolorida y me llevé una mano al pecho por el dolor.

Intenté ponerme en pie para alejarme del callejón, pero las piernas no me respondieron.

—Tranquila, no voy hacerte nada —dijo ella retrocediendo dos pasos.

Se veía indefensa y temerosa de mí. Llevaba viéndola en las calles desde que era niña, había escuchado muchos rumores acerca de ella, algunos incluso insinuaban que se trataba de una bruja y la evitaban a toda costa para no ser maldecidos, yo era una de ellas, pero en ese momento incluso el miedo había desaparecido o tal vez solo no tenía las fuerzas suficientes.

—Está bien, yo... Este no es un buen día para mí. —escupí agitada con las pocas fuerzas que me quedaba.

—Estos últimos días no son buenos para nadie, aun peor para una novia cuervo.

Me llevé la mano a la muñeca por instinto para ocultar el tatuaje de mi brazo, sin embargo, este no se encontraba a la vista.

—¿Lo sabes? —pregunté aterrada.

—Todos lo saben, cualquier persona que vea ese tatuaje reconoce de donde viene y que significa. Tranquila, no llamaré a nadie, al igual que tú no puedo permitirme el lujo de ser vista —extendió su mano y doblo su manga derecha descubriendo sus dedos.

Un color violáceo había reemplazado el tono natural de su piel relegándola a pequeñas manchas, lo que parecían ser ampollas u otro tipo de protuberancias en variados tamaños y colores que iban de amarillos a verdosos se extendían a lo largo de sus dedos.

—Soy un monstruo —añadió en un suspiro tembloroso y volvió a esconder su mano entre las telas de su túnica.

Con la cabeza agachada comenzó a murmurar una melodía que terminó convirtiéndose en una canción:

Dulce niña escúchame, mamá pronto volverá

un ruiseñor te acompañará y tus sueños protegerá

en tu caja de cristal nadie te dañara

a los monstruos ahuyentaré para que duermas en paz

Dulce niña no llores más que a tu lado estaré

Llama al viento y vendré cuando el sol vuelva a caer...

Su voz tembló al cantar la última línea, a pesar de la dulce melodía se colaba entre su canto un soplo melancólico.

—Nunca escuché esa canción — comenté tras recuperar el aliento.

—Dejé de cantarla hace mucho tiempo —dijo ella, arregló su capa y volvió a tomar distancia.

—¿Estas bien ahora? —preguntó levantando ligeramente el borde de su capa para verme mejor.

Estaba demasiado lejos para verla bien al punto en el que su figura casi se perdía entre las sombras.

—No lo sé, creo que puedo caminar —dije tras ponerme en pie con mucho esfuerzo.

—Necesitaras más que eso, pero parece que te vez mucho mejor, ahora, corre lo más rápido que puedas.

Me despedí de ella con una pequeña reverencia, inmediatamente eché a correr con todas mis fuerzas, no faltaba mucho para que amaneciera por lo que me estaba quedando sin tiempo, si tenía suerte Henry y los otros no me habrían abandonado, me enfoqué en ese pensamiento para olvidar todo el cansancio y el hambre que sentía.

El ritmo galopante de mis latidos retumbaba en mi cabeza, las piernas me rogaban para que dejara de correr, nunca antes había llevado mi cuerpo hasta tal límite y tenía dudas de si sería capaz de conseguirlo, en medio eso escuché a alguien llamándome, el miedo se apodero de mí e intenté correr más rápido, no obstante, eso no fue suficiente, tan pronto como sentí una mano agarrándome del brazo giré rápidamente y golpeé con todas mis fuerzas a mi atacante.

—¡Tay! ¡Tay! Soy yo, ¡mírame! —dijo Leo.

Tan pronto como lo reconocí me quedé muda de la impresión, estaba feliz por verlo, sentía un peso aligerando mi alma, pero tras acordarme de mi situación actual la sonrisa desapareció de mi cara.

—¿Qué haces aquí? Vete, por favor —traté de empujarlo con mis manos, pero él no retrocedió. Su mirada se veía confundida y afligida.

Agaché la cabeza avergonzada, después de todo lo que había pasado la última vez, él seguramente debía de tener muchas preguntas, tal vez para sus ojos había perdido por completo la razón, si tan solo hubiera tenido un poco más de tiempo.

—¿Qué está pasando? Creí que era un milagro cuando escuché tu voz, no creí que nos volveríamos a ver, creí que habías... —lagrimas rebalsaban de sus ojos— te extrañé mucho —dijo mientras me abrazaba con fuerza.

—Leo, tengo que irme —dije separándome de él contra mi voluntad, limpié rápidamente mis lágrimas resignada a continuar con mi camino.

—¿Irte? ¿A dónde?

—Soy una novia cuervo, cualquier lugar es mejor que este.

—Entonces te acompañaré —dijo decidido, no había mentira en sus ojos, por lo que tuve miedo de que cumpliera su palabra.

—Creo que me desmayaré en cualquier momento, crees que puedas traerme un poco de agua y pan.



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En el texto hay: reencarnaciones, drama, promesas

Editado: 19.07.2024

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