Pasajeros del vuelo 380 procedentes de Munich, Alemania. Se les da la más cordial bienvenida al Aeropuerto Internacional de Incheon, Corea del Sur.
Les agradecemos su preferencia al viajar en aerolíneas Lufthansa.
Que tengan una excelente estadía en nuestro país.
Las palabras escuchadas por el altavoz me hacen caer en cuenta de que es momento de bajar de del avión en el ya he estado más de ocho horas sentada. Realmente puedo decir que me duele horrible la espalda y ni que decir de la cabeza, esa señora y su molesto hijo gritando a lado mio todo el trayecto me hicieron terminar con los pelos de punta, a tal grado de querer ponerle un pedazo de cinta a aquel mocoso en su boca.
Sigo sentada en mi lugar a un costado de la ventana ya que estoy esperando a que el resto de los pasajeros salgan por la pequeña puerta situada a nuestra izquierda y por la cual la sobrecargo les está diciendo que tengan un excelente día.
Cuando por fin visualizo que quedamos muy pocas personas para salir, me decido a tomar mi mochila de hombro que está en el compartimento encima de mi cabeza, coloco los audífonos al celular y acomodo la capucha de la sudadera para así dirigirme a la salida. Le dedico una pequeña reverencia a la azafata a modo de agradecimiento y ella me despide con una enorme sonrisa, a pesar de que refleja cansancio en sus ojos.
El aire de la mañana es frío y congela al tacto. Me apresuro lo más que puedo para llegar al resguardo de la entrada del aeropuerto y camino directamente a la cinta transportadora de las maletas. Gracias al cielo vislumbro rápidamente la mía de color morado y enseguida la tomo para salir de aquel bullicio que se arremolina a mí alrededor.
En el área de inmigración las cosas suceden igual de rápidas y tras pasar el control de seguridad (como tres filtros para ser exacta) y percatarse de que mi identidad es real me dan la bienvenida a Corea como turista de trabajo y no como una loca terrorista.
Después de tanto ajetreo y papeleo, al estar fuera de las bandas de seguridad y echarle un vistazo al lugar noto que en efecto, tal y como leí en internet, el aeropuerto de Incheon es un completo laberinto: hay tiendas por doquier (desde un mini super hasta una joyería), esculturas raras y enormes entradas y salidas para abordar un nuevo destino.
Me frustro un poco por tanto alboroto pero soy inteligente y sabré apañarmelas para salir de aquí.
Y como si fuese un milagro, justo en el momento en el que encuentro la salida vislumbro como un taxi queda libre. Sin dudarlo ni un segundo me subo tan veloz al coche que el conductor no logra entender qué rayos está sucediendo.
—Hola buenos días —El hombre me observa con ojos como platos —Disculpe, ¿Puede llevarme a ésta dirección, por favor? —Le tiendo un pequeño pedazo de papel y lo poso en en sus níveos dedos
—Claro, con gusto —Él lee la nota y se atraganta con su saliva —Pero señorita... ¿Realmente esta es la dirección a la cual desea ir? Lo digo porque está a casi hora y media de aquí.
—¿Acaso hay algún problema con ello? Si se trata de dinero no se preocupe, tengo lo suficiente —En este momento agradezco el haber cambiado mi dinero por wones antes de tomar el vuelo —Lo siento pero ¿Podemos irnos ya? —No quiero ser grosera pero en verdad, el dolor de cabeza es atroz y solo quiero llegar a dormir un poco.
—De acuerdo —Es lo último que menciona antes de encender en auto y ponerlo en marcha.
Mi mirada está pegada únicamente en el camino y me percato que no es broma lo que el hombre dijo, ya ha pasado poco más de una hora y aun no llegamos.
Tal vez sean solo cosas mías pero juro que no me siento para nada bien, y no porque el viajar en auto me de nauseas ni nada por el estilo, simplemente me siento... ¿Nostálgica? ¿Triste? ¿Feliz? ¿Esperanzada? ¡Carajo! Ese vuelo de ocho horas me ha hecho algún daño en el cerebro. Limpio rápidamente todos aquellos raros sentimientos de mi ser en cuanto el conductor aclara su garganta para que yo pueda prestarle atención.
—Señorita, hemos llegado —Ambos miramos a través de la ventana.
—¡¿Realmente estamos en la dirección correcta?! —Le pregunto un tanto desconcertada o más bien le exijo saber. Él solo se limita a asentir con su cabeza. Ahora entiendo porque se sorprendió tanto al leer la dirección.
Puedo notar que Hannam Hill no es un barrio cualquiera. Es más, no es un lugar en el que una persona como yo o como el propio conductor pueda entrar. Desde el exterior se visualiza como una pequeña ciudad que sólo te imaginas en esas películas donde los malos entran y salen con autos deportivos del año y abanicándose con fajos de dinero.
Se figura como algo bastante irreal.
—Disculpe, pero yo hasta aquí puedo llegar —Es lo último que dice el conductor antes de que le pague por sus servicios.
Nuevamente tomo mis pertenencias y me encamino a la enorme puerta del recinto de departamentos.
Me dirijo a la caseta de lo que parece ser el portero de aquel lugar para preguntar dónde se encuentra el edificio 8 suroeste, cuando, por el rabillo del ojo, veo salir por esa enorme puerta 5 camionetas negras; todas ellas con los vidrios polarizados.
Es fácil deducir que hay personas importantes viajando en ellas, esto por el hecho de encontrarse un par de reporteros tomando fotos a unos autos en el que no se puede observar ni una pizca del interior.
Puedo apostar toda la paga de un mes a que esas van son blindadas.
Ignoro mis estúpidos pensamientos y continuo mi camino hasta esa pequeña caseta que parece fría desde el exterior, pero al estar cerca me doy cuenta de que es sumamente cálida. En el interior se encuentra un hombre alto, un poco regordete, ojos rasgados detrás de unos lentes con bastante aumento y con un pequeño bigote surcándole en la parte superior de sus sonrosados labios.