Jamais Vu ~ Seokjin - Yoongi ✓ Resubiendo

2. Un extraño

¿Hay buena comida en Corea? ¿Tienes la ropa necesaria para usar? 

—Sí mamá, no te preocupes, tengo todo controlado.

¿El departamento esta amueblado? ¿El espacio es suficiente? ¿Y el dinero? 

—Mamá, en verdad no tienes nada de qué alarmarte.

Y... ¿Cómo está el clima por allá? 

—Mamá, es la segunda vez que preguntas lo mismo. Vamos, no te andes por las ramas por favor —Mi madre es la persona más linda y amorosa del planeta. Siempre hemos sido muy unidas, por ende, estoy segura de que la conozco mejor que a nadie y reconozco cuando no quiere decir algo, en este caso no desea realizar esa pregunta. La misma que hace cada vez que le llamo.

La escucho titubear un poco al otro lado del auricular a sabiendas de que ya anticipo su respuesta.

¿Cómo vas con... eso? —Sé perfectamente que a ella le duele preguntar más que a mi responder. Mi familia es la que más ha sufrido con todas las decisiones que he tomado.

—Ya tiene tiempo de que no sucede nada, así que no tienes de que alarmarte —Trato de disimular con voz tranquila y monótona, como si realmente me diera pesadez hablar siempre de lo mismo. No deseo preocuparla pero la realidad es que aún, en contadas noches, suelo despertarme entre sollozos y llena de sudor frío a causa de esas horribles y oscuras pesadillas.

Que bien hija mía, sabes que desde que te fuiste no puedo pensar más que en ti todos los días. Todos aquí te extrañan mucho pero no más que yo —El habla de mi madre empieza a escucharse un poco baja. Puedo imaginar las lágrimas descendiendo de sus ojos color chocolate y cómo poco a poco sus mejillas se colorean en un tono rojo debido a ellas.

En ese aspecto somos parecidas, a ninguna de las dos nos gusta que nos vean llorar. No somos partidarias a que vean nuestras debilidades y que el resto de la gente se aproveche de ello. Me incomoda el hecho de escucharla llorar, así que decido que ya es hora de cortar la llamada.

—Yo también los extraño mamá, pero me tengo que ir. El resto de mis pertenencias llegan hoy y tengo mucho trabajo por hacer.

<<Lamento ser tan cortante mami, pero no quiero seguir hablando de cosas que a ambas nos hacen sufrir>>

¡Oh! Por supuesto mi cielo. Entonces, espero tu llamada la semana que viene. No se te olvide contarme como te fue en tu nuevo trabajo. ¡Cuídate mucho! 

—Claro mamá, espera mi próxima llamada. Saluda a todos de mi parte —Y con esa sencilla despedida finalizo la conversación. Supongo que no termina de acostumbrarse a que su preciado bebé (como suele llamarme) no esté cerca de ella.

En mi mente rondan, incluso hasta el día de hoy, las imágenes de ella y el resto de mi familia despidiéndome en el aeropuerto de ese sábado hace años, en el que dejé mi país y me aventuré a vivir una vida solitaria y escapando de, en ese entonces, mi realidad.

Dejo el celular en el desayunador aún sopesando la conversación anterior. Me encuentro con mi pijama puesta y un plato de avena instantánea frente a mi, el único "desayuno" que pude prepararme con la escasa comida que tengo.

Mis cavilaciones son interrumpidas por el sonido nuevamente del móvil. Se trata de un mensaje del carro de la mudanza que trae consigo el resto de mi equipaje. A decir verdad no son muchas cosas; simplemente un par de maletas extras llenas de ropa y libros insignificantes, pero nada se compara por el gran objeto que viene con ellos.

Rápidamente respondo al texto enviando mi dirección. Ruego a todo lo sagrado que no tengan ningún inconveniente.

Aproximadamente dos horas después me encuentro en el estacionamiento de mi bloque departamental, esperando el dichoso auto de la mudanza. He tomado un baño y me visto como el día anterior: con jeans y mi polera, el único cambio fue que esta vez agregué una chamarra de mezclilla, mi favorita. A pesar de ser mediados de marzo el clima sigue siendo bastante frío y por nada del mundo quiero obtener un resfriado.

Son ya las diez con treinta de la mañana y el amable señor de la camioneta junto con su acompañante llegan sin problema. Inmediatamente trato de bajar mis pertenencias pero los señores me detienen. Me comentan que primero deben descargar el objeto más grande y pesado: ese precioso instrumento que sigo cuidando más que mi vida misma.

Steinway & Sons es lo que dice su grabado y el cual no solo me logró impresionar hace cinco años cuando, con un poco de esfuerzo y valentía logré adquirirlo. Hasta la fecha lo sigo viendo con un enorme brillo en mis ojos. Se mantiene envuelto en una capa de plástico burbuja para que en el trayecto de Múnich a Corea no sufriera ningún daño, pero a pesar de ello se puede distinguir perfectamente que está hecho de una calidad impecable.

Les indico a los amables señores que deben subirlo hasta el cuarto piso por las escaleras, ya que el elevador es muy reducido para su tamaño, cuando una persona capta por un breve momento mi atención. Es un joven, ya que no se mira más grande que yo en edad y con solo unos cuantos centímetros más alto que yo (y eso que solo mido 1.60 metros).

Este se queda parado a medio andar viendo atónito con ojos demasiado brillosos el elegante piano de media cola que transportan.

Es como si un niño observara el caramelo que con tanta ansias desea comer. 

Al parecer ambos carecemos del sentido de la moda  por la mañana ya que lleva, como yo, una polera, jeans y unos deportivos un tanto desgastados. Su piel es tan pálida que a simple vista pasaría por fantasmagórica y el poco cabello que luce por debajo de la gorra es, sin duda, color gris. Se me hace completamente extraño dicha situación porque no he notado presencia alguna de personas a los alrededores de mi apartamento.

El chico al percatarse de que lo miro directamente, da media vuelta y continúa su andar sin despegar los ojos del piso.



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Editado: 11.10.2021

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