Antes de la existencia de Imara, sus padres, Emma y Adrian, se habían enamorado siendo unos niños. A medida que crecían, sus sentimientos también lo hacían, hasta el punto de temer que los separaran por las muestras de amor que compartían. Había un problema: eran hermanastros. A pesar del miedo, planeaban sus encuentros secretos bajo un árbol, donde admiraban juntos la vista del cielo y su belleza.
El amor entre Emma y Adrian transcurría en secreto hasta que el padre de Emma decidió que ella debía casarse con el hijo de un rey caprichoso y soberbio. Lo que no sabía era que Adrian había escuchado toda la conversación.
Lleno de ira, Adrian decidió que era el momento de confesar su amor. Salió de su escondite y, frente al rey, dijo con valentía:
—Padre, sé que no debo llamarte así, pero tengo algo que decirte que no te gustará. Amo a tu hija. Si me lo permites, dame la mano de Emma para casarme con ella.
El rey, sorprendido, respondió:
—Desde antes los vi enamorados siendo niños, pero no imaginé que crecería con el tiempo. Les doy mi bendición. Pueden ser libres con su amor, pero con una condición: nunca abandones a mi hija, ya que moriré en dos meses. Así que planeemos la boda ya.
Gracias a ese amor, nací yo, Imara. Estoy bendecida por estar rodeada del amor de mis padres, aunque a veces desearía tener un hermano. No entiendo por qué no me dan hermanos, a pesar de que solo tengo 13 años.
Con demasiada curiosidad, me acerqué a mis padres y les pregunté:
—Papá, mamá, ¿cómo se hacen los niños?
Mis padres se miraron entre sí, sorprendidos por mi pregunta. Mamá, con una sonrisa tierna, me respondió:
—Imara, cariño, los niños vienen al mundo como fruto del amor entre dos personas. Es una historia muy bonita y mágica que te contaremos más adelante, cuando seas un poco mayor.
Papá asintió y añadió:
—Sí, es una historia especial que merece ser contada con calma. Pero lo más importante que debes saber es que tú eres el resultado de un amor inmenso y puro entre tu mamá y yo.
Desde niña, siempre deseé con ansias ser mayor para descubrir todos esos misterios que me rodeaban. Al cumplir 17 años, decidí que era momento de saciar mi curiosidad. Me dirigí a la biblioteca del castillo, un lugar que siempre había considerado mágico y lleno de secretos.
Debido a la estricta vigilancia a la que me sometían, me escondí debajo de una mesa para leer con tranquilidad. Escogí un libro al azar de uno de los estantes, sin saber lo que encontraría en sus páginas. Al abrirlo, descubrí que se trataba de instrucciones de un parto. Mi asombro fue tal que los nervios me invadieron de inmediato. Cerré el libro con rapidez y lo devolví a su lugar, sintiendo una mezcla de curiosidad y temor.
Esa noche, no pude conciliar el sueño. Mi mente no dejaba de darle vueltas a lo que había leído. Ahora sabía por dónde salían los niños y cómo se embarazaban. En mi inocencia, nunca había imaginado que todo ese proceso sucediera de aquella manera. Jamás se me habría ocurrido que ocurriera en la parte baja del cuerpo.
Entonces, entendí por qué nunca me habían dado hermanos; parecía un proceso muy doloroso. Decidí colarme en la cama de mis padres para darles una sorpresa y regalarles un ramo de flores que había sembrado con mucho amor. Pero, al estar detrás de la cortina, vi que mis padres se besaban con mucha pasión. Ante ese momento incómodo, decidí quedarme allí por varios minutos, pero me tapé los oídos porque eran muy ruidosos.
Después de verlos dormidos, salí rápido de la habitación y contuve las ganas de llorar. Me dirigí a mi jardín secreto, que había pedido cuando cumplí 15 años, y me dormí allí, agotada por la experiencia. Concilié el sueño rápidamente.