Jason Y Las Bestizas, La Gema Oscura

Capítulo 4

A la mañana siguiente, Jason aún inconsciente, permanecía tirado en el medio de la llanura. El lugar estaba cubierto por una fina vegetación, que bailaba en unidad al compás de una suave brisa. Rodeado de sombríos bosques y robustas montañas, todo parecía una jaula hecha por la naturaleza, un lugar casi imposible de escapar.

Los rayos del sol molestaron al joven sin piedad durante algunos minutos, hasta que lograron despertarlo, forzándolo a ceñir los párpados.

Al recuperar el conocimiento, Jason abrió los ojos permitiendo pasar la luz del sol hasta quemar sus pupilas, generando en él un inocente reflejo de amenaza que le hizo girar el rostro buscando la sombra de su antebrazo, protegiéndose de la luz por un momento. Pero la sensación de ardor en sus ojos café era algo que le incomodaría hasta acostumbrarse a la luz del día.

Cegado de momento, Jason se extrañaba por completo, ya que el sol de esa mañana brillaba más de lo habitual.

—¿Qué mierda? —exclamaba Jason enojado; desorientado se sentó sobre el suelo preguntándose: «¿Pero qué carajo fue lo que pasó anoche?», reclamaba el joven, como si alguien lo escuchara, mientras se peinaba con suavidad, pasándose la yema de los dedos entre las fibras de su cabello lacio, estirándose algunos mechones.

Mientras tanto, con una ceja levantada, Jason observaba extrañado el paisaje montañoso que lo rodeaba, a la vez que seguía sentado sobre la grama en la que había despertado y ahora se acomodaba. El adolescente colocaba una mano en el suelo para apoyarse, al mismo tiempo que con la palma de la otra mano, se frotaba con rapidez un chichón que se había hecho en la frente, horas antes cuando corría por su vida.

—¿Dónde está el árbol que me golpeó? —se preguntó Jason, al notar que había despertado en una llanura—. ¡Para llegar a los árboles que rodean este lugar, tendría que caminar al menos durante diez minutos!... —¿Cómo cojones llegué yo aquí?

—Esa pregunta era la fórmula adecuada que activaba en su cabeza los recuerdos que tal vez su mente trataba de reprimir.

Como imágenes de un taumatropo, similar a uno que les hacía Sara cada fin de semana para entretenerlos, llegaban girando en su cabeza una avalancha de recuerdos, justo en el momento que Jason, disfrutaba de la noble brisa que despeinaba la llanura. Confusos momentos del genocidio empezaban a pasar frente a sus ojos —escenas traumáticas para cualquier sobreviviente de una matanza de tal índole—. El joven recordaba lo que había sucedido durante la madrugada de ese día.

A la vez que las lágrimas se escapaban de sus ojos, su mente se mantenía sumergida en los recuerdos que lo llevaban al desgarrador momento, en el que su madre moría entre sus brazos.

—¿Qué es esto?... ¿Pintura roja? —se preguntaba el joven al percatarse que tenía la palma de las manos teñidas de rojo, las sentía pegajosas, como aquella sensación similar que le quedaba después de haber comido las tartas que su madre preparaba cada domingo y que le invitaba lamerse los dedos. Pero al agachar la cabeza y ver su pecho, sus ojos cegados por la duda se fueron apagando al descubrir que el único vestido que logró salvar del incendio, el pijama blanco con rallas azules que llevaba puesto estaba por completo manchado de un tono rojizo, que ya casi parecía marrón.

Ahora recordaba con claridad que él había cargado a su madre hasta el momento de su muerte, y que él mismo, con esas manos manchadas de rojo, trataba con desesperación de cubrir las heridas de Sara en un intento por salvar su vida.

—¡Mamá!... —decía el joven, a la vez que su voz se partía en pedazos.

«¡No puedes llorar, este no es el momento!» —era la voz de su conciencia que le hablaba en tercera persona, perturbándolo con estas alucinaciones—. «¡Ya no eres un niño, ahora te toca ser valiente! ¡Queremos venganza!».

Esa voz en su cabeza le hablaba predicando cultivar el odio, a la vez que, con el antebrazo, se secaba las lágrimas que empezaban a humedecer sus mejillas.

«Necesito buscar un lugar seguro antes de que caiga la noche, mamá siempre decía: 'Las bestizas son cobardes, se les hace más fácil atacar por sorpresa entre las sombras’» —recordaba Jason, escuchando la voz de su madre.

Antes de levantarse, tomó un profundo respiro hasta llenar su pecho de aire. cerró los ojos y volteó su cabeza hacia arriba en dirección al cielo para finalizar exhalando, mientras contemplaba el vasto cielo azul del que guindaban cúmulos de nubes, que decoraban un paisaje celestial, repleto de formas que solo Jason en su imaginación podía comprender.

Observar la tranquilidad del cielo, le hacía sonreír, lo ayudaba a relajarse y lo sacaba del trance en el que su mente se encontraba.

«Me voy» —se decía a sí mismo, después de un suspiro, para tomar impulso y ponerse en marcha, pero primero se sacudió un poco la grama que se le había pegado en las nalgas durante la noche. Jason volteaba a ver a todos lados, tratando de ubicarse, pero no lograba reconocer con claridad en qué parte del bosque de Blúmag se encontraba.

«¿Dónde carajos estoy? ¡Qué raro, siento que no conozco esta parte del bosque!». Esto decía en voz alta a la vez que continuaba frotándose el chichón en la frente, como tratando de recordar más.

«¡Galastia! ¡Galastia!», otra vez su mente lo sacaba de la realidad por unos segundos, llevándolo de vuelta a ese último momento con su madre, para recordarle cuál era su misión: «¡Debo llegar Ubet! ¡Debo informar a Galastia que las bestizas volvieron!», exclamaba Jason.



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En el texto hay: aventura, suspenso

Editado: 06.08.2024

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