Jason Y Las Bestizas, La Gema Oscura

Capítulo 6

De vuelta en el extraño bosque, Jason se encontraba atorado en una situación incómoda, pero logró calmarse al respirar profundo y recuperar la visibilidad cuando se evaporaron las gotas de sudor que habían entrado en sus ojos. De inmediato pudo descubrir quién era el «acariciador de tobillos», nada más y nada menos que una serpiente de color verde olivo con patrones en equis, que se enrollaba con lentitud entre sus piernas hasta que sus miradas se cruzaron, ambos quedaron paralizados.

—¡Jason!... ¡Jason! —escuchó un llamado a lo lejos, proveniente de lo profundo del bosque, mientras la fría lengua bifurcada del reptil le acarició la pantorrilla.

Como era de esperarse, Jason perdió el control de sí, se volvió loco; entre brincos y unos extraños movimientos de los brazos, logró, sin proponérselo, quitarse el animal de encima, para luego salir corriendo como un desquiciado a través de los árboles, resbalando a ciegas por todo el suelo cubierto de hojas podridas, bajo la mirada confusa del reptil que observaba cómo Jason cerraba los ojos mientras corría, a la vez que chillaba sin control cada vez que resbalaba de nalgas contra el piso.

Una vez más se calmó, se detuvo para tomar un poco de aire, abrió los ojos y descubrió que se encontraba bajo la sombra de grandes árboles, muy ramificados, sostenidos por gruesas raíces que nadaban en el suelo, entrando y saliendo de la tierra como serpientes de mar luchando contra el oleaje. Estos árboles, estaban adornados con extrañas hojas con forma de plumas de ave, de color olivo, manchas amarillas y pequeños puntos negros.

Sus copas estaban tan tupidas que bloqueaban gran parte de la luz del día, pero, como aspecto positivo, alivianaban el calor del sol, creando una fresca sombra, justo donde Jason se detuvo para descansar y admirar la exótica belleza de aquella selva tropical, aunque él aún no lo sabía: —¿Qué son estos árboles? —dijo el joven asombrado, mientras palpaba la textura de su corteza—Se siente rústico, con una textura áspera y agrietada.

Pero entre las ramas algo llamó su atención, eran pequeñas aves, unas de pecho rojo y otras decoradas con el pecho amarillo y plumas café, que danzaban zigzagueando en pares, compitiendo por picar unos frutos colgantes, ovalados, de un amarillo canario, con partes rojizas y puntos negros: —¿Comida? —preguntó el joven hambriento, como si alguien más le fuese a responder—. ¡Comida!, ¡comida! —repetía sin cesar emocionado por lo que veía; no paraba de bailar y saltar gritando—: ¡comida, ¡comida!

Unos segundos después, el joven menos exaltado y más reflexivo piensa: «Pero ¿cómo llegaré tan alto? No puedo volar». Hace una pausa y luego exclama: —¡Ya sé!, voy a trepar, será tan fácil como subir a un manzano en la siembra de mami.

Pero después de varios intentos fallidos, el joven desistió: —¡Está bien no puedo trepar, no es para nada fácil! Pero él no se rendiría tan fácil, sabía que pronto podría probar bocado, recordaba lo que su madre siempre les decía: «Al llegar a la meta, todo el esfuerzo valdrá la pena».

Una vez más el muchacho puso a prueba su ingenio: —Tengo otra idea, usaré rocas del suelo para golpear los frutos, de esta manera los haré caer... ¡fácil!

Sin mucho cuidado, el joven hambriento empezó arrojar por los aires todo lo que se encontraba en el piso, con la mera intención de golpear alguno de los frutos, pero erraba en cada intento, hasta que solo le quedó una roca por lanzar, la cual tomó con la mano, la vio y le dijo: —No me falles, eres la última opción que tengo.

Jason colocó su mano detrás de la cabeza, a la vez que levantó la pierna derecha, buscando el impulso adecuado, pero, justo antes de lanzar, se detuvo porque notó que la roca que sostenía con firmeza estaba chorreando jugo. Llevaba un buen rato aventando los frutos caídos del árbol: —¡Comida!, ¡comida!» —gritó exaltado, lleno de emoción, y sin siquiera pensar qué tipo de insecto podría haber dentro de la fruta, la mordió sin misericordia, salpicando néctar en toda su ropa y rostro. Tenía el néctar de la fruta hasta detrás de las orejas. —Algo no está bien con el sabor —inquirió el joven mientras continuaba masticando para luego, casi de inmediato, gritar: —¡Guácala!, sabe muy amarga la parte de afuera, ¡aunque dentro es de un exquisito dulce! —agregó Jason, a la vez que se recostó en el árbol para disfrutar del banquete.

El fruto era de una textura algo fibrosa, pero suave; con un dulzor placentero y adictivo; era casi imposible parar de comerlo: —¡Y pensar que me tomó varios minutos enterarme que toda la comida estaba en el piso! —se decía Jason feliz—. ¡Esto es una delicia!, proseguía en su soliloquio mientras disfrutaba degustando el fruto desconocido, porque él aún seguía sin saber qué era aquello que deglutía. Jason pasó minutos disfrutando del exquisito sabor de un fruto tropical, el mango.

Al rato exclamó: —¡Estoy satisfecho! ¡Tomaré un descanso bajo este árbol, luego seguiré mi camino! Pero entre los herbazales que cercaban el lugar, algo lo acechaba, como esperando que cayera la noche.

Esto que lo vigilaba con tanto recelo se movía con sigilo entre los matorrales, sacudía las finas hojas del herbazal con cada paso que daba, como si estuviera preparándose para cazar a su víctima, Jason.

De repente los parpados se le hicieron muy pesados, todo se puso negro por un segundo, hasta que se durmió, quedando atrapado en una horrible pesadilla que empezó a perturbar su sueño.

Eran imágenes de su madre gritando por las quemaduras que le ocasionó la bapta, escenas vívidas del sufrimiento que atravesó Sara para salvarlo. En la misma pesadilla, se sumaban los gritos de las familias quemándose dentro de sus casas y las súplicas de las personas que pedían clemencia por la vida de sus hijos. En el sueño, tanto dolor lo hacía llorar desconsolado, mientras caía de rodillas sobre un suelo cubierto de gris, a la vez que sus manos desnudas tomaban las cenizas de los muertos, y se cubría la cara con ellas, marcándose cuatro líneas en cada mejilla.



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En el texto hay: aventura, suspenso

Editado: 06.08.2024

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