Jason Y Las Bestizas, La Gema Oscura

Capítulo 9

—¡Jason!, ¡agáchate! —gritó Dragma.

Sin pensarlo dos veces, el joven se arrojó de espalda contra el suelo, esquivando de milagro la impresionante hacha de Dragma, que giraba frente a su nariz, abanicándole la cara y distrayendo a la bestiza.

—¡Maldita, aún no estamos muertos! —vociferó Dragma.

Los cuatro tuncans aparecieron de la nada de entre la oscuridad, corrieron sin miedo hacia el joven con la intención de protegerlo, pero sus pesados cuerpos quedaron atascados en algún tipo de fango que empezó a girar.

En cuestión de segundos se encontraron enterrados hasta el pecho en el suelo fangoso, estaban totalmente inmóviles. Jason, que también corría por su vida, terminó atrapado por un remolino que se formó bajo sus pies.

Jason luchaba con todas sus fuerzas para no ser tragado por el remolino de lodo que los engullía, pero esto no era lo peor: del mismo remolino que jalaba al joven, emergía la semiac, quien lo tomó por el cuello. Jason pudo ver de cerca, por primera vez, el rostro inexpresivo de una bestiza.

Mientras la semiac mantenía sus garras en el cuello del joven, la roca, que resguardaba el muchacho en el bolsillo de su pantalón, brillaba como un farol azulado en medio de la noche ante sus hermosos ojos marrones. Emocionada, se distrajo por un momento buscando la roca, situación que dio tiempo a que uno de los tuncans lograra liberarse del fango para ayudar a los demás a salir.

—¡Te tengo, bruja! —dijo Dragma.

Pero los ojos de la bestiza miraban hacia el piso.

—Yo puedo respirar debajo del suelo, amigos tuncans —contestó la bestiza, formando otro remolino en el piso, que los atrapó una vez más, pero esta vez hasta el cuello.

—¿Van a morir por este humano? —preguntó la bestiza.

La entidad comenzó a hundirse, arrastrando con ella al muchacho, bajo la mirada atónita de los tuncans.

Rubra trataba de sacar su brazo mientras veía con impotencia cómo su soldado más leal, su amigo, se hundía en el denso fango al igual que el niño humano que había prometido proteger. La cara de su hijo se reflejaba en el rostro del agotado Jason. Para Rubra, matar a niños indefensos era algo despreciable.

—¡Malditos, tuncans! —se escuchó a lo lejos una voz bestial reclamar, era la voz de un enorme toro verde olivo, de ojos rojos, que se abalanzó directo sobre la bestiza. Al mismo tiempo, del lado contrario, un jabalí de ojos rojos también atacaba a la entidad, pero a solo unos metros de la bestiza los animales se deshicieron en el aire, sin siquiera llegar a tocarla, dejando solo una nube de polvo que la semiac logró disipar con un leve movimiento de una de sus muñecas. No obstante, justo detrás de ella se encontraba al acecho una bestia que de forma sorpresiva se le abalanzó, era un rinoceronte verde, cuyo peso se aproximaba al de unos trescientos hombres. No había lugar a dudas, se trataba de Ubaba.

La bestiza, que estaba distraída, había bajado la guardia, por lo que el sorpresivo ataque de Ubaba hizo que la entidad, sin pensarlo, abriera sus garras.

La bestiza, al levantar un escudo de barro y fango, buscando protegerse del ataque de Ubaba, liberó al joven y a los cinco tuncans.

—¡¡¡Ahora!!!, ¡¡¡vámonos, vámonos!!! —gritaba Viggo, a la vez que Rubra y Einar ayudaban a Dragma a salir.

Viggo fue el primero en llegar a Jason, lo sacó del fango y lo subió a su espalda. Una vez estando todos juntos salieron a salvo de aquel lugar gracias a la oportuna acción de Ubaba.

—¡Sé quién eres!... ¡Y no eres nadie sin ella! —fueron las últimas palabras de la bestiza antes de hundirse en el fango, señalando a Ubaba.

Los tuncans corrían, cargando a Jason, entre los bosques mágicos sin encontrar un camino seguro. Cruzaban de bosque en bosque de forma aleatoria, hasta que se vieron obligados a detenerse: nuevos remolinos de tierra y fango se estaba formando alrededor de ellos.

—¡Maldita! —exclamó Rubra—. Tomemos otra dirección, ¡¡¡rápido!!!

Trataban de escapar a toda costa, cuando grandes trozos de tierra y rocas los separaron. Una vez más, la bestiza entraba en escena, emergiendo a través de un remolino en el suelo.

Viggo, quien cargaba a Jason, impactado por una roca justo en un costado del cuerpo, dejó caer al joven, que se levantó asustado y algo mareado, escuchando voces en su cabeza:

—¡No pares, muchacho, sigue corriendo! —así que el joven hizo caso a la advertencia, pero mientras corría, la fémina lo alcanzó con gran facilidad, llegándole cerca para hablarle al oído:

—¡Jason, hijo de Sara, dame la roca que llevas contigo y así perdonaré tu vida y la de tus amigos!

Pero en ese instante, Jason volvió por unos segundos a la pequeña cabaña donde vivió con su madre. La misma se encontraba envuelta en fuego y humo.

—¡Mataré a toda tu descendencia!... ¡mataré a toda tu descendencia! —resonaban, una y otra vez, en su mente las palabras de la bapta que asesinó a su madre hasta que Jason volvió en sí, recordando que, en su cintura, metido entre el pantalón de su pijama de rayas, cargaba el hacha que Rubra que le había prestado. Así esperó a que la bestiza estuviera lo suficientemente cerca como para que pudiera acariciarlo con sus largas uñas cubiertas de tierra. Llegado ese momento, Jason sacó su hacha con facilidad y asestó un golpe directo en la mano de la bestiza.



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En el texto hay: aventura, suspenso

Editado: 06.08.2024

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