Jefe, quiero que sea mi novio

2 •Espacio personal•

—Señor Hotter—quedo de pie ante su llamado, conducido a la oficina en lo que exhalo—. ¿Qué pasó?—cierra, dejando que me adueñe de la estancia.

—Te insultó—amplía los ojos, anonadada.

Abre la boca y la cierra, frunciendo el ceño al ladear la cabeza. 

Coloca los brazos a cada lado de su cintura, algo inclinada.

—¿Perdón?—pregunta—. ¿A mí?—Bate las palmas en frente—. Eso es imposible.

—Lo hizo—cruza los brazos sobre el pecho.

—Curioso—murmura—. Está pagando una culpa con la de otra persona—aprieto la mandíbula—. ¿Qué fue lo que dijo?

—No me acuerdo—miento, gruñón.

—Ow—sonríe, contenta—. No quiere mostrar que puede ser adorablemente amable—me muerdo la lengua, evadiéndola—. ¡Gracias!—Quedo estático en mi sitio por el golpe que me causa al darme un abrazo.

Sacudo la cabeza, empujando su presencia de mí.

—Espacio personal—espeto, porque me quema. Me quema y mucho.

—Perdón—da un paso atrás.

—No fue caridad—recalco—. Compórtese—baja la cabeza, asintiendo.

—Lo siento—expresa.

Me muevo en el sitio, tocando el punte de mi nariz.

—He dejado claro que no voy a tolerar faltas de respeto a cualquier persona en esta empresa—enuncio, cambiando el tema—. Tú y yo podemos matarnos, pero ellos no pueden matarte a ti, ¿entendido?—Inhalo, sin saber qué otra cosa tocar con las manos o cómo disimular lo estúpido que parezco.

—No lo haga—pide—. No lo despida, hablaré con él, si es necesario—la tomo del brazo, impidiendo que salga—. Pero, ¿qué le pasa?—Cierro de nuevo, pegado a la puerta.

—Es mi problema, yo lo arreglo—murmuro—. ¿Por qué no quieres que lo despache?

—Porque no le tomo en cuenta lo que dice—encoge los hombros—. Como a veces hago con usted.

Noto la curiosidad que hay en mí, intentando apagarla de inmediato.

—Espérame en la sala—indico.

—No es justo—se queja—. Debemos entrar juntos o van a hablar de mí.

—No le tomes en cuenta lo que dicen—su mirada me calcina la espalda, sintiéndome poderoso.

Sonrío ante la burla por haber usado sus palabras, ocultando el gesto.

—Sí, señor—sopesa, yendo detrás al verla entrar con los demás.

Voy al piso del hombre, a quien veo ordenar sus cosas, sacudiendo la cabeza.

Quien diría que Dine Hotter está revocando una de sus órdenes por una mujer.

Y no cualquier mujer, sino mi secretaria.

La misma a la que he retado desde esta mañana por lo que seguro él también odia.

Aunque creo que el grupo de difusión de devocionales es selectivo, pienso que quiere estar en él y no ser excluido.

De todos modos, eso no importa, ni tiene relevancia.

Lo que tengo claro es que lo que dijo, tocó una fibra en mi ser.

Una extraña que no quiero conocer.

—Te espero arriba—toco el umbral, recibido en su mirada—. Recuperaste tu puesto, agradécele a Sarah—zanjo.

—¿Por qué?—Le doy la espalda, yendo al ascensor—. Señor, yo...—Alzo la palma, detenido en seco.

—No me interesa lo que digas, no quiso que te despidiera y ya—lo paro, evitando que me interrogue una vez más.

Suficiente tengo con el desastre que acabo de hacer.

Hablarán de mí por mil años si es necesario, lo que espero me traiga buenos resultados.

Detengo el ascensor antes de llegar al piso.

Pego la frente en el metal, asentando un golpe en el mismo.

Es que puedo ver el momento más imbécil de mi vida en esa sala y lo que no entiendo es por qué salté en su defensa de esa manera.

Por eso, no niego que tenga razón en lo que dijo.

La culpa que tengo aumentó mi impulsividad.

Además, nunca he escuchado que hablen así de ella.

Nadie tiene derecho a hacerlo, aparte de mí.

Mantengo la cabeza en alto al dejar la cabina.

La veo entrar de nuevo con una paleta en la boca.

Ruedo los ojos en lo que le piso los talones, tocando su hombro al causarle un sobresalto.

El grito sacude a todos en cuanto me ve, sorprendida, acomodando lo que lleva en el pecho al pasar de ella.

Tomo asiento en el lado que le toca, oyendo que se abre la puerta contraria, donde entra el de finanzas, haciendo la incomodidad más palpable.

—Siéntese—ordeno.

Mira alrededor, señalando el sillón que le toca.

—Usted no va ahí—expulsa.

—Siéntate ya—atiende a los presentes un segundo, echándose en la silla donde estaba sentado.

—Señor, no creo que sea prudente que ocupe mi lugar—murmura, cabizbaja.




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