Jefe, quiero que sea mi novio

3 •Oración no contestada•

《 Sarah 》

Mi jefe es un ogro.

Un ogro adorable, con el que todo el tiempo tengo la misma conversación.

Soy torpe, me regaña, lo exaspero y me recuerda que puede echarme.

Ignora a cualquier candidato, renueva mi contrato con unas cifras demás y obtiene mi presencia por otros años.

No hay nada de normal en eso, pero llevo cinco años a su lado y estoy acostumbrada.

Conozco para qué me contrató, qué quiere que haga y que quiere que no haga.

Lo segundo es lo que hago con tal de llevarle la contraria.

Lo que hizo hoy, sí fue más que una sorpresa.

Digo, en tanto tiempo nunca me había defendido, aunque tampoco nadie me había insultado.

Creo que ese es el punto del equilibrio.

No sé siquiera qué fue lo que dijo.

Tuve curiosidad de preguntarle a Ricardo, no obstante, así lo dejé.

Ya no era necesario y no tenía por qué arruinar su situación.

La verdad, no quiero que nadie quede en la calle por mi culpa.

Conozco cómo es el sistema informativo en la empresa, lo tergiversado que puede ser.

Por lo mismo, iba a terminar en la boca de todos, sin que otros mencionaran que fue Dine el de la decisión.

Esa fue de las cosas que me hicieron no ir hoy a la cafetería.

Comí una barra de granola en la oficina y a la hora de la comida, recibí la información de que mi jefe no respondió.

No comió nada hoy.

No quiso que le enviara aunque sea uno de esos panes de agua que mi mamá hornea en casa.

Así se les conoce en la República Dominicana y como lleva tiempo viviendo en Oregon, se le hace más fácil hacerlos con los ingredientes, que traerlos por el aeropuerto cuando hace el viaje a nuestro país.

Miro el móvil al ver su última hora.

Poso los brazos en el pecho, mirando al techo esos minutos.

—Dame fuerzas mañana para soportar su temperamento—pido—. Dale un sueño reparador y tranquilo y llena su estómago como en los tiempos de Moisés—sigo—. No le tomes en cuenta nada de lo que pueda hacer en mi contra, la verdad es que es divertido ir lejos la corriente—sonrío—. Espero que su esposa también esté en un lugar mejor—termino, apagando la luz de la habitación.

Suelto el aire, volviendo a ver arriba.

—Yo sé que me estás escuchando y como a mí me gusta el chisme, no sé si a ti, igual voy a contarlo—auguro—. ¡Estoy harta!—grito—. ¿Porque sabes qué es lo que más me molesta?—Salgo de la cama—. Que me diga que no fue caridad, ¡claro que fue caridad!—señalo con mis manos—. Además, hoy estaba tan extraño, odioso, sí, y extraño, porque creo que lo hice reír—me siento en el colchón, pensando—. Debes estar cansado de mí—unos toques en la puerta me llaman.

—¿Estás bien, hija?—Ladeo la cabeza.

—Le estaba contando mis cosas a Dios—elevo.

—Un poco más bajo y todos podremos dormir—me echo echo un lado, frunciendo los labios.

—Señor, que al menos tenga un encuentro contigo—susurro—. Porque me duele sentir algo por alguien que no es para mi vida—termino, inspirando profundo al dormir.

Termino de arreglarme el pintalabios en el espejo.

Acomodo la cebolla que he hecho con mi cabello.

Doy un paso adelante al ponerme los zapatos, bajando las escaleras tan pronto me acomodo el saco.

Tomo asiento en mi silla, pasando el desayuno al guardar un par de los waffles y algo de huevo en una cantina, colocando un sobre de miel en la lonchera.

Beso la frente de mi madre, despedida de papá, quien está concentrado con el móvil en el baño.

Escucho la bocina que me espera en frente, colocando algunos billetes en la mesa.

—Nos vemos más tarde—enuncio, al menos para que sepan que importo.

—Ve con Dios, hija—la oigo hablar.

—Ora por mí—emito, abriendo la puerta.

—Tú sabes que siempre oro por ti—sonríe, acercándose para ver que me voy.

La despido con la mano en el transporte de empleados, viendo sonriente a los chicos.

—¿Ya leyeron el devocional de hoy?—Río, cuando empiezan a quedarse, con algunos ignorándome y otros un poco interesados.

Termino, revisando que el texto de la mañana le haya llegado, aunque las rayitas se notan, aún no son azules.

Suspiro, despidiéndolos con sus respectivas bendiciones al ir a recepción, donde tomo los pendientes.

Noto que el ambiente cambia de inmediato, por lo que me acerco, tomando el maletín que pone en el suelo, de regreso al auto.

Pido el ascensor a lo que trae su teléfono, atenta a esa expresión que no muestra nada, subiendo conmigo al metal.

No hablo en el trayecto, evitando cualquier regaño.

Si tiene un buen humor interno, no quiero arruinarlo.




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