Jefe, quiero que sea mi novio

8 •No•

Sarah

Dejar la oficina es hacer el ridículo.

Todos me observan desde la puerta de la sala de Juntas, luego de haber escuchado los gritos.

La hora de la reunión se volvió un circo y no quedaba de otra que atendieran los hechos.

Alejo las lágrimas de mis mejillas, guardando el sollozo al encerrarme en la oficina.

Recojo mis cosas en una caja, viendo mis manos temblar.

Me detengo un segundo al darme cuenta que tengo un ataque, cerrando los ojos para llorar.

Lo hago tanto como puedo, en un intento de calmar mi alma.

La sensación de dolor es inmensa.

No la puedo comparar con nada.

Ni siquiera con algo que haya experimentado en el pasado.

Bajo la cabeza en medio del llanto al tratar de recoger lo necesario.

La angustia se atasca en mi garganta mientras echo las pertenencias sin posicionarlas del mejor modo.

Al menos tener este cajón, valió la pena.

Fue una señal no llenarlo de otras cosas o tirarlo a la basura.

Trago ante los espasmos que recibo, hipando en el sitio.

Escucho el pomo moverse, cosa que llevo ignorando hasta que invade el espacio.

Doy un respingo en lo que se acerca, llevando el cartón a un lado.

No voy a dejar que derribe lo que hago.

No voy a quedarme donde no me están necesitando.

Siento su mirada recorrer mis acciones, puesto el gesto en el suelo en cuanto lo enfoco.

—Si no va a ayudarme, lo mejor que puede hacer es largarse—hablo, sin saber de dónde saco la firmeza.

Coloco los retratos, llevando a la basura los cuadros de honor, importándome poco lo que significan.

—Son tuyos—río, dando una negativa en el sitio.

—No me sirven de nada—repongo, acelerando los pasos hasta el baño.

Pego la espalda en la madera cuando la cascada regresa, impregnada de los sollozos al hacerme chiquita en el sitio.

—Me duele—farfullo, en el mar de nervios que soy—. Me duele mucho, Dios—susurro, bajito—. Me duele porque no puedo separar lo que siento por él, del trabajo—extiendo las piernas en el piso—. Lo siento—quito los residuos salados con mis palmas—. Lo siento—mi voz se quiebra, llorando otra vez.

Tomo unos minutos de reposo y por más que me cuesta, busco orar.

Elevo unas palabras en voz baja hasta el Padre que me escucha, aún cuando no me siento en calma.

Lavo mi rostro en el lavabo, llenando los pulmones de aire en lo que vuelvo a salir.

Sigue en el mismo lado, atento a lo que hago en cuanto acabo de recoger mi trabajo.

Acomodo el bolso luego de sellar con la cinta, posando las palmas en el cartón.

Sé que perdí los estribos.

No hubo forma en que me pudiera controlar.

No después del centenar de emociones que tuve en ese sitio, aparte de las duras palabras de Dine.

La verdad es que no tengo una justificación exacta para lo que hice.

Tal vez es el hecho de querer ayudar o salvar a todos, lo que parece un delito ante las personas equivocadas.

Si no es que lo es en mí, por más que no haya una ley contra eso.

De todos modos, no puedo decir que me arrepiento del hecho.

Sí de no hacerle caso cuando me lo pidió, de no mencionarle la intención de mi corazón.

Porque de cualquier forma, voy en contra de un pedido que como jefe, tiene derecho a ejercer y por supuesto, como empleada, me toca obedecer.

No solo está en el contrato, sino en la Biblia.

Y tomé la decisión de pasarlo por alto.

A pesar de ello, puedo decir que estar con esas personas, me regaló un buen momento.

No puedo cambiarlos, ni hacer como si no les di la mano que en verdad, se les hacía necesaria.

—Ya me voy—acerco el cajón—. Si me disculpa—intento moverme, al ponerse en frente, evitando que salga.

—No te vayas—mantengo la cabeza gacha, porque siento que vuelvo a llorar.

—Sí me voy, Dine—descubre mi expresión, empapada en las lágrimas—. No necesito nada más, tampoco que te hagas el santo—me muevo, al paso que se opone, impidiendo mi salida.

—No lo hagas—casi es un pedido, al que le falta el por favor—. Es una orden—sonrío, burlona al verlo.

Lo miro, desencantada, bajo la misma sensación de que ya me lo esperaba.

—Esto no está funcionando—avanzo, al paso que me detiene, posando las manos en la caja.

—Espera—le quito la vista—; aún eres mi empleada y puedo revocar mi decisión—mantiene sus ojos sobre los míos—. No te vayas—mantengo el silencio, sin poder creer que es la única vez en que me ve, de verdad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.