Jefe, quiero que sea mi novio

9 •Relato•

—Sarah—siento que pisa mis talones al caminar a la parada—, haz el favor de detenerte.

—Lo siento—la voz se me rompe al girarme—. Lamento haberte desobedecido—detiene los pasos al enfocarlo—. Me arrepiento de no haberte convencido para que me dieras permiso de ir allí, es solo que tenía miedo—expreso, en la presión de mi garganta—. No quiero irme con la culpa por no pedir perdón, así que te pido que me perdones por lo que hice—sorbo la nariz, parando un taxi—. Hasta luego, Dine Hotter—despido, subiendo al espacio trasero luego de entrar la caja en el baúl.

Subo, hundida en el asiento al paso que avanza, sin ver la estatua que dejo atrás.

A medio camino le indico que pare en una cafetería, pagando al bajar.

Hundo la barbilla en el objeto que pongo en la mesa, empapada en las lágrimas que aún caen, necesitando detenerlo.

¿Cómo? Si se siente como si me hubiese arrancado el corazón.

Es el sentimiento más devastador que he podido experimentar, desde el día en que terminó una relación de amistad.

—¿Está llorando?—Recuesto la espalda del espaldar, jugando con la uña en el cartón.

—No, tengo una condición que me hace orinar por los ojos—murmuro.

—No sabía que se podía hacer eso—miro al castaño de soslayo al negar en el sitio.

—A causa de mí, la descubrieron los científicos—murmuro—. Seguro se volverá una modalidad humana—comento.

Sigo fija en la pertenencia, encogida en el asiento.

—¿Quiere ordenar algo? ¿Un té, café, un pan?—Sonrío ante lo último.

No sé por qué, pero comer hace que pase por alto la tristeza.

—Un pan—emito—, con jamón y mayonesa, si es posible—acoto.

—¿Algo más?—Elevo las comisuras por inercia.

—Un pollito, un muslo largo—pido—. Recuerdo que el día en que murió mi tía, me estaba comiendo uno y desde ahí, el nudo en el pecho, siempre fue distinto—no puedo ver su mirada incrédula, impresionado por lo que digo—. Hoy es un día parecido.

—¿Se le murió alguien?—río un segundo.

—Yo—vuelvo al lloro.

—Ya le traigo su orden, señorita—asiento, extendidos mis brazos en la mesa.

—Cuando vuelva, ¿se puede quedar conmigo?—Lo miro.

—Ahm...—Me enderezo, suplicante.

—Se lo pagaré—insto—, por el tiempo de espera.

—Lo voy a pensar—acepta, de camino a esa puerta por la que se va.

Como lo que me trae al estar bajo su escrutinio.

No ha hablado en los minutos donde me acompaña.

Solo se queda a cuidar que no muera en el local que atiende hasta el comienzo de la tarde.

Le pago el servicio, la compañía y pongo algo de propina, agradeciendo su excelente servicio.

Espero un transporte en la entrada, abrazada a los brazos donde me entrego un poco de calor.

—¿La llevo a algún lado?—indaga, mostrando la llaves del vehículo.

—Espero un auto—formulo—. Gracias—el muchacho sonríe, quedando a mi lado.

—Lo espero junto a usted—subo la vista desde el hombro.

Parece divertirse por lo que dije, aunque no sé por qué.

Vuelvo al frente tan pronto camino a la esquina, notando que los autos se desvían.

Abro la boca, luego la cierro, sin comprender.

Echo el cabello atrás, limpiando las marcas de las lágrimas que hacen sentir mi rostro incómodo.

Regreso donde está, dudando de verlo al hacer una mueca.

—Por eso me cobró otra cantidad el conductor, ¿cierto?—Sonríe, seguro de lo dicho.

—Así es—la brisa nos golpea, paseando la vista por él.

—¿Y cómo es que tiene un negocio aquí?—Alza la sonrisa, oyendo la vibra en su pecho.

—No vivo de eso, sino, me iba a morir—burla—. Soy tallador de lápidas para cementerios—la manera en que abro los ojos le saca una carcajada—. Vienen a comer y beber los muertos, por eso no me preocupó demasiado su relato.

—¿Ah no?—Niega, divertido.

—Su tía estaba ahí—le golpeo el hombro, sobrepasada en la confianza, por la sorna con que me habla.

Engruño la cara en una expresión de queja por la vergüenza, al tiempo que se acerca a la moto, que parece ser su transporte.

—Por un momento creí que ibas a quedarte sin trabajo—me pide la caja, asentada en frente donde logra que no se mueva al agarrarla con una soga.

—Pues soy el jefe, me empleo y despido cuantas veces quiera—suspiro, dando un paso adelante.

—¿Por qué usas traje de camarero?—Encoge los hombros.

—¿Has visto los videos donde los de alto nivel, se hacen pasar por empleados o gente random?—Subo, cubriendo el lado de la pierna que detalla.

Trato de taparme con la falda, agradecida de lo libre, aunque no de la abertura que tiene a un lado.




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