6 •Celos•

《 Dine 》

Disfruto pinchar el humor de mi secretaria.

Hoy no parecía la misma de siempre y creo que estaba bien no ser el mismo de siempre.

Además, no recibí sus mensajes esta mañana, lo que logró un plus en mi vida al mejorar mi ánimo.

—Hoy está de buen humor—comenta, tirando de las esquinas de las carpetas.

—No me molestaste—confirmo, echado en la silla al liberar la presión del saco.

Me acomodo en el asiento, cerca del buró.

—Ah, porque es mi culpa—barro sus dedos de mis documentos al verla cabizbaja, sin verme.

—Sí—tomo un folder—. No sé si te has dado cuenta, pero con tus cosas, me abrumas—deja de mover sus dedos.

Casi puedo escucharla tragar.

La observo un segundo en medio de su trance al mover los documentos lo más despacio que puedo, analizando su estado.

La inspecciono un poco, extrañado por el modo en que esto me afecta.

¿Me afecta? No, no lo creo.

Creo que es su ánimo el que está moviendo todo aquí.

No la necesito en ese estado.

Esa no es la empleada que contraté.

—Lo abrumo...—Creo que piensa para sí misma, moviendo su dedo en la caoba.

La sensación inquieta me asalta, dándose cuenta de lo que hace al dar un paso atrás.

—Desde hace cinco años y contando—remarco, en el tono usual.

—Claro—Alza el rostro—. Esclava y abrumística o abrumadora, como sea, desde hace cinco años—rezonga.

La veo de soslayo, pasando de su queja.

—¿Pasaron la prueba de la prueba?—indago.

—Sí, le puse el documento—pego las palmas en el sitio.

—No quería saber si me pusiste o no el documento—posa sus ojos sobre los míos al soltar el aire, dándole una negativa.

—Sí, señor, la pasaron—asiento.

—Pues este es el primer plan—lo extiendo de inmediato—. Deben seguirlo como el otro, al mismo pie de la letra; no me importa si tienen que hacer malabares para lograrlo, esa es la manera correcta—toma el material, aceptando lo dicho en un movimiento.

—Se los envío—emite.

—Espero que valga la pena—inclino el pecho al frente—, porque hago esto en contra de mi voluntad y tú tienes toda la culpa—señalo con mi dedo, tragando al ver su sorpresa—. Me quedé toda la noche trabajándolo—me recuesto del reposo—. No quiero quejas—advierto.

—S-Se los haré saber—se atasca un segundo, apartada su vista al suelo.

—Y una cosa más...—Quedo de pie, yendo hacia ella en lo que gira a mi presencia, fija.

—Diga... Dígame—balbucea.

—Trabajas para mí, ¿de acuerdo?—Hago que eleve el mentón por inercia—. No te quiero ver allá, no te vas a escapar—advierto.

—Ni que quisiera irme—refunfuña en sorna, de camino a la salida.

La tomo del brazo antes que deje la oficina, dudando de lo que pasa en mi cabeza.

—¿Señor?—Su expresión me cuestiona al soltarla, limpiando la palma en mi pantalón.

Escucho el sonido cuando se va, parpadeando al sacudir todo.

—Pero, ¿qué rayos me está pasando?—Hablo, al echar el cabello atrás.

Lleno mis pulmones al término de las labores.

La sensación que dejó, no se aparta.

Es una bruma que me hace apretar mi nariz, en los minutos que paso en el sitio.

Quizás es su ausencia.

No estoy acostumbrado a tenerla.

Casi siempre sale y entra, pero las veces que lo ha hecho, se cuentan.

Está incómoda, lo entiendo.

Después de todo, no me he ocupado de disculparme.

Lo que le dije le afectó en sobremanera y el cambio de conversación, también lo hizo.

La cosa es que no logro descifrar la razón de ese gesto antes que se fuera.

Me estaba evadiendo.

Seguramente porque piensa hacer lo contrario a lo que le pedí.

O es su ambivalencia emocional la que hoy la gobierna.

Espero que venga a despedirse, aunque veo su silueta desparecer, sin intenciones de pasar.

Paso la saliva en cuanto ordeno el maletín.

Da igual lo que pasa.

Si espera que con esto me transforme, no va a lograrlo.

Era su responsabilidad estar conmigo, no perderse en sus sentimientos en las horas de trabajo.

La necesitaba y su ausencia me molestó.

Por lo mismo, no voy a disculparme.

Tampoco tengo cómo hacerlo, ni hay una fórmula con la que pueda lograrlo.

Espero en el vehículo al verla moverse de un lado a otro a la espera del vehículo de transporte.