Jefe, quiero que sea mi novio

12 •Engreída•

《 Dine

Reviso de nuevo la imagen de las cámaras.

Todos los ángulos donde fue tomado.

Saco una fotografía de su cara, enviándola al encargado de seguridad para que lo busque.

Recibo el mensaje de que es un desconocido.

No ha trabajado nunca en nada que tenga que ver conmigo.

No está en el sistema de los nuevos o anteriores candidatos, por lo que no me queda de otra que mandar a investigarlo.

Bufo, sacudida mi cabeza al no poder creer que se atrevió a venir con un tipo a este lugar.

Jamás en mi vida le había conocido un novio, ¿y se le ocurrió traerlo de esta manera?

Vaya joyita de secretaria tenía.

No debí de darle tantos privilegios.

No se los merecía.

¿Y esa parte que pensaba que era innecesaria en mi sueldo, se la gastaba con él?

Por el amor de Jesucristo que supuestamente vino y existió.

Fui un ingenuo de pacotilla frente a esa mujer.

Realmente me vio la cara y no pude vérsela de igual forma por el hechizo tan fuerte de su supuesta religión.

Vuelvo a soltar el aire, mirando los datos que llegan al chat.

Así que Ándres Hillman es un tallador de lápidas para cementerios y un profesor virtual que imparte la materia de literatura en las noches.

La primera es su especialidad más marcada, aparte de la única que le da más entrada, porque las clases no ll sustenten y el establecimiento que tiene,  no le funciona.

¿Dónde habrá conocido a ese idiota?

¿En un mal show de comedia? ¿O en alguna clase?

¿Desde hace cuánto salen?

¿Y por qué no me enteré de esto de ninguna forma?

Es que no tenía tiempo para esas barrabasadas.

Lo tomaba todo para mí y para su familia.

Estoy desorientado de lo que pasa y eso lo único que logra es sacarme de mis casillas.

¡Carajo!

Intento concentrarme en el trabajo.

Apenas lo logro, tiro al toro por los cuernos antes de perder la "inspiración".

Manejo los acontecimientos de la agenda al tener que reprogramar los perdidos que casi me cuestan la vida.

Su ausencia solo me ha traído problemas.

La nueva secretaria no llega, aún siendo casi el medio día.

Parece que por las horas que corren, no voy a recibirla, así que debo conformarme con el mejor esfuerzo que tengo, tratando de no romper el aparato telefónico.

Corto la última llamada con furia, apretando los puños al ponerme de pie.

—¿¡Dónde está mi maldita secretaria!?—grito, al saber que el llamado retumba hasta en Grecia.

Jornia debe estar revolcándose de felicidad al escucharme, pero le juro por mi vida, que me lo va a pagar.

De eso no tengo dudas.

—Esto es increíble—gruño, dando zancadas por la pista donde la reciben.

Al parecer, Jornia se encargó de, no sólo armarle un vuelo a la señorita que va a ser mi secretaria, sino traerla por el ala privada que es de mi pertenencia y poner a todos mis empleados a su disposición.

Intento mantener los puños libres, aunque los pasos resuenan la violencia en mi ser.

El solo verla bajar como si fuese la reina consorte de Inglaterra, me pone los pelos de punta, listo para bajarle los aires de superioridad.

—Señor Hotter, es un placer conocerlo—extiende su dorso al sonreír con picardía, recibida en el manotazo—. Oiga...

—Cero vestidos y tacones de cien mil dólares—concierto—. Mejora esa voz chillona, porque  ninguno de mis clientes ni yo, las estamos necesitando—amplía sus ojos, echando un poco atrás—. Te recomiendo usar zapatos bajos, una blusa debajo de la jompa, recoger tu cabello de porcelana porque lo vas a sudar y dormir lo suficiente para lo que te toca—camino delante, mirando desde el rabillo del ojo que me trata de alcanzar.

—¡Espere!—Continúo el trayecto, llegando al vehículo uno—. ¡Se acaba de romper mi tacón!—Eleva, dejando sus pertenencias al joven que va a su lado.

Empieza a pelearle, soltando el aire al ir hacia él.

—Cierra el pico—ordeno—. Deja de maltratar a mis empleados—lo echo, indicando con el dedo que entre en el vehículo—. Sácate lo que sea que Jornia haya puesto en tu cabeza, este trabajo no es un cuento de hadas—eleva el mentón, contenida al verme de lleno—. Y nunca me mires a los ojos—zanjo, yendo atrás.

El chofer conduce, al tiempo que el joven se despega de mí, sacudiendo la cabeza al marcar el número.

Le pido un taxi solo por cortesía, esperando que al menos llegue antes de entrar en la empresa.

No lo hace y el mal humor me persigue por lo que va del día al no poder creer que no pueda adaptarse.




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