Jefe, quiero que sea mi novio

11 •Ansiedad•

《 Sarah

—¿No vas a contarme lo que sucedió?—Sigo comiendo en automático al verla un segundo—. No me mires así.

—¿Y ahora cómo te miré?—demando.

—Como si estuvieras harta o molesta conmigo—suelto la respiración.

—No quiero hablar de eso—si pudiera cobrar por todas las veces que he dicho estas palabras, sería trillonaría hasta todas las vidas en las que puedo reencarnar.

—No me digas así, si sabes que estoy preocupada por ti—pide—. Dime, ¿qué pasó?

—Discutimos—resumo—. O me despedía o me iba y me fui—sigo—. No quiero hablar más.

—Pero si nunca hablas conmigo—se queja.

—¡Solo dame tiempo, ¿sí?!—Quedo de pie, llevando el plato a la cocina—. Tengo sueño—vuelvo arriba, encerrada en la estancia.

Escucho a mis padres murmurar, molesta por las suposiciones que hacen.

Aprieto los dientes al sentir el torrente de palabras que se forman en mi cabeza, intentando desaparecer de aquí.

No logro hacerlo.

No puedo dejar de sobrepensar, aparte de contestar lo dicho por ellos en mi cabeza.

Parece que es lo único que han sabido hacer por años, criticar mis acciones por encima de mis sentimientos.

Trato de taparme los oídos.

Apago el teléfono, lo pongo a cargar, descansada en la cama en los parpadeos.

Doy vueltas en el colchón de un lado a otro.

Con luz o sin luz, no logro conciliar el sueño.

La ansiedad domina mi cabeza, por lo que voy hablándole a Dios desde ahí.

El efecto no es inmediato.

Tengo un nudo de pensamientos contradictorios.

No logro ordenarlos de ningún modo, por lo que trato de decirle en el silencio de mi boca y el hablar de mi mente, lo que siento, al cerrar los ojos.

Un par de gotas mojan mis pestañas, corriendo lentas por mi cara.

Espero el descanso que no sé cuándo llega, no obstante, voy despertando en la tardecita.

El sol se ha ocultado y la noche casi nos hace compañía.

Me siento en la cama, aturdida, oyendo las especulaciones ansiosas que no dudan en resonar.

Camino despacio a la salida, molesta en el cruce de brazos al tomar asiento en la mesa.

Miro la madera al perder la vista en la pared en frente, pasando la saliva al oír los pasos.

—¿Qué tienes?—Niego, sin hablar—. ¿Es por lo sucedido, cierto?

—Sí—formulo, bajo.

—¿Y cuál es el siguiente paso?—No la miro, ni pienso en algo referente a eso—. Puedes hablar conmigo.

—Lo sé—emito—. Es solo que no quiero hablar—declaro.

—¿Quién te entiende? Solo quiero ayudar—suspiro, pasando de sus palabras al servirme un sándwich de la cocina.

Escojo una galleta de chocolate para después y otra tabla de la caja donde está el cacao dulce, yendo a la galería.

Termino lo primero y luego lo segundo y lo tercero a los pocos minutos, subiendo las piernas en la mecedora.

Mi padre se acerca, sin verlo demasiado al pegar los labios en el momento.

—Óyeme—alzo la vista hacia él—, cuando uno hace las cosas bien y las hace como Jesús, ya no es nuestra culpa si pasa alguna consecuencia o algo malo que no se podía evitar—siento mis ojos picar—. No te pongas así por lo que sea que haya pasado si sabes que lo hiciste del modo correcto—sus palabras son apenas un bálsamo para la herida que llevo dentro.

No cubre los pedazos completos, aunque es valioso que lo diga en estos momentos.

No le he dicho nada de los hechos en la oficina, ni del empujón, los gritos y la desobediencia.

A pesar de eso, me quedo con la parte a la que llega su comentario; a ese episodio donde fui a ayudarles, sacándoles dudas e incluso, anotando ideas que podrían servir para el próximo plan.

Me trago las lágrimas en la soledad, pegando la sien en la rodilla que llevo elevada.

Reviso los mensajes de preocupación que han llegado, solo que quito las confirmaciones de lecturas porque no quiero responderles nada.

Sinceramente, no tengo cabeza para armar unas palabras de bienestar.

Lo único que puedo hacer ahora es recibir sus recados en el alma, hasta que pueda cambiar mi ánimo.

Tomo un vaso de agua en lo que acabo de lavar los platos con el rostro contraído, organizando la meseta y la mesa.

Quedo contra el colchón, al regreso, mirando el techo en el unir de mis manos bajo el vientre.

Trato de alejar los pensamientos que se acumulan, pero son demasiados para que pueda prestarles atención.

A veces la ansiedad puede servir como un aviso, aunque en días como hoy, sólo sirve como tortura por las acciones hechas.

Puede que hayas logrado algo bien en la vida y ella sabrá recordarte que no tienes la razón.




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