Jefe, quiero que sea mi novio

14 •Tentación•

Sarah

El solo contacto me hace apartar de inmediato al dar pasos atrás.

Parpadeo al ver sus ojos brillosos, solo que corro de su presencia, antes que pase algo.

—¿Eres lesbiana?—Las facciones se me desencajan, limpiando mi boca al enfocarlo.

—¿Qué?—Niego, pasando las palmas por mi rostro—. Por supuesto que no.

—¿Y por qué escapas del beso?—Muevo los brazos al subir los hombros, indignada.

—Porque no te conozco—respondo, obvia—. A ver, yo no... No tengo experiencias con los hombres—confieso, tragando la sensación ansiosa que se posa en mi nariz por esas palabras—. Has sido muy amable, pero no estoy en condiciones—hunde las palmas en los bolsillos, asintiendo.

—Te llevo a casa—sopesa.

—Sí, mejor—sorteo—. El pan con jamón y mayonesa, me lo hago allá—enuncio, sintiendo el pecho ralentizar al pasar de él.

Pienso que va a intentarlo de nuevo en cuanto paso a su lado, hundiendo los hombros cuando nada sucede.

Intento no tocarlo demasiado al hacer el camino, apenas cerca de su cuerpo al bajar a la llegada.

Sostiene mi mano antes de irme, zafada en lo que lo veo.

—Perdona—asiento, caminando a la casa luego de darle para el combustible.

Los labios se me pegan en el instante en que entro a casa, posando la espalda en la puerta.

—¿Todo bien?—Llego a la mesa al dejar el bolso con el sobre en el reposo.

—Sí, mamá—Abro la nevera, tomando un vaso de agua.

—¿Quién era el chico?—La veo de reojo.

—Una tentación de satanás—reímos al conjunto, girando al enfrentarla—. Lo bueno es que está el versículo claro—recuerdo—. Reistid al diablo y huirá de vosotros—mami me mira con una mirada de advertencia.

Libero la risa al tomar un cuaderno para anotar lo que falta por comprar.

Al parecer, tendré suficiente para abastecernos durante un tiempo, aunque ya debo ir buscando otro trabajo.

—No se ha ido—frunzo el ceño—. El muchacho.

—Ya voy—rezongo, conducida hasta su presencia—. ¿Qué sucede?—Cruzo los brazos, oculta del sol en lo que se vuelve.

—No quería incomodarte—emite.

—No estoy incómoda—afirmo—, solo que no te conozco, Ándres y eres un buen chico, es solo que yo...

—Tu corazón está comprometido—Muevo la mano en un más o menos—. Uhm...

—Tengo sentimientos por una persona que no siente nada por mí—bajo la mirada al suelo—. No es un igual y mis sentimientos son contradictorios, porque no debería sentir lo que siento por alguien que me es un yugo desigual.

—¿Un qué?—Sonrío.

—No es igual a mí, no es creyente, no "practica" alguna religión y parece que es más ateo que el mismo ateísmo—lo escucho reír—. Yugo desigual—resumo.

—¿Y me pasa algo si te besé y no soy cristiano?—Elevo una carcajada, dándole las negativas, divertida.

—No, pero a mi criterio no es correcto besar a la persona con la que no pasaré el resto de mi vida—hablo—. Sé que suena extraño, sin embargo, tengo ese parecer.

—No, no lo es—acepta—. Lo importante es cómo te sientes con eso y que nadie ose arruinar tus límites impuestos—asiento.

—Gracias—amplío el gesto en mis labios—. Pasaré por tu cafetería de vez en cuando.

—Te estaré esperando—pregona—. Y si se muere alguien de tu familia, puedo tallarles la lápida—la risa me asalta, ocultando los ojos por el gesto.

—Está bien—musito—. Y Ándres—me acerco, atraído al darle un pico en la mejilla—. Otra vez, gracias—le guiño el ojo, sonrojada ante la despedida.

Lo escucho alejarse, suspirando mientras vuelvo al nido donde redacto la lista de lo que falta.

—¿Haremos la compra hoy?—Seco mi cabello al verla abrir mi puerta.

—No, voy al culto de oración—pregono—. Creo que a mitad de la próxima semana podremos comprar lo necesario.

—¿Cuánto te salió de la liquidación?—Hago una mueca.

—Ni lo quise contar, solo saqué el por ciento de acuerdo a la cantidad que pusieron en el sobre—expongo.

—¿No le has escrito?—Frunzo los labios—. ¿Y cómo lo viste?—Siento el peso de esas palabras.

—Muy mal—confieso—. Enojado, sarcástico, desesperado—enuncio—. Me fui antes de que me pidiera volver.

—¿No quieres estar ahí?—Toma asiento en la cama, atenta.

—Sí—digo—. Dine podía ser un ogroñón de primera, es solo que también me entendía—encojo los hombros—. Me sentía bien con él.

—El corazón quiere lo que quiere—sopesa—. Le gusta que lo maltraten, pero no puedes confiar en él; es engañoso, hija y podría hacerte caer cuando menos te lo esperes.

—Estoy bien, mamá—quedo a su lado, fija en ella—. Lo estaré—apremio.

—Lo sé—la abrazo, besando su sien.

—Perdón por cómo te traté—musito, acariciada por su brazo.




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