Jo

Acto #2.- Interrogatorio

Jo entró a las instalaciones estremeciéndose al percibir el aro­ma tan típico que vislumbraba el ambiente del sanatorio; nun­ca le gustaron esos sitios, para él un hospital era igual que el cementerio; sinónimo de tristeza. Si fuera por él, juraría nun­ca pisar un hospital en su vida, si no fuera porque ese trabajo consistía en visitar e interrogar a víctimas. A paso calmado, pero firme, se dirigió a la recepción donde una mujer lo reci­bió con la característica sonrisa que daba la bienvenida.

        —Mi nombre es Teodoro Salas y soy policía —Fue direc­to al grano—, estoy aquí para interrogar a los testigos que su­frieron el ataque en el establecimiento militar. Si puede facili­tarme los números de sus habitaciones, se lo agradecería mu­cho.

        La mujer, sorprendida ante la repentina información, lo observó por varios segundos antes de hacerle la pregunta:

        —Disculpe, ¿puede repetirme su nombre?

        —Teodoro Salas —repitió.

        —No se me ha informado nada de su visita, señor —res­pondió ella, dirigiéndose al monitor de la computadora para comprobar sus palabras. Negó al no encontrar nada.

        —Será en vano buscarme en sus registros porque yo no vengo de las oficinas de esta ciudad, señorita.

        Jo sacó del bolsillo una identificación con el sello de la policía estatal. Se la entregó a la recepcionista para posterior­mente mostrarle su placa.

        —El caso ha pasado a manos de la policía estatal.

        Tras escuchar aquello y haber leído detenidamente el nombre y rango del susodicho, la mujer se sorprendió al tener presente a un inspector del estado. Volvió su atención a Jo para preguntar aún asombrada:

        —¿Tan grave es el asunto?

        —Señorita —Se acercó aún más para recargarse en el es­critorio. La miró detenidamente—, cinco militares fueron cruelmente atacados y dos de ellos murieron, es crucial en­contrar al individuo de semejante caso. Me gustaría poder de­cir más, pero no esta en mi revelar más información.

        La mujer asintió comprendiendo las últimas palabras.

        —Si me permite —dijo en un estado nervioso, evidencian­do que era la primera vez que lidiaba con un tema de seme­jante envergadura—, llamaré a mi jefe ahora mismo.

        Y así hizo, el director del hospital no tardó en presentarse a Jo.

        —Muy buenas tardes, Señor Salas —Saludó con un fuerte apretón de manos—. Me gustaría que habláramos en mi des­pacho, si no le molesta.

        El hombre guió a Jo hasta la oficina mientras escuchaba al director contarle un poco del buen trabajo que se hacía en las instalaciones; siempre alabando a su personal, como quien dejando en claro que ahí se trabajaba de la mejor manera. Y que ante todo, sus pacientes eran tratados con lo mejor.

        Por ello, al llegar a la oficina, amablemente, le dejó claro al detective que lo ayudaría con todo lo que estuviera a su al­cance mientras estuviera en su poder y no quebrantara las re­glas de la clínica.

        —Debo admitir que me sorprendió saber que el caso llegó hasta la estatal, pero creo que no debí de sorprenderme, des­pués de todo se han metido con hombres que sirven a la patria. Ahora si, señor Salas, ¿en qué puedo servirle?

        Jo le explicó todo lo que le había dicho a la recepcionista y la razón de su presencia.

        —Me gustaría mucho presentarle a los testigos, pero debe saber que son ellos quienes están en su derecho de hablar o no. La señorita Hill se encuentra en un estado crítico, su mé­dico recomendó que no la visitaran hasta que su estado mejo­rara; independientemente si son de la policía o no.

        —¿Será posible hablar con su doctor? —preguntó, com­prendía su postura, pero no estaba dispuesto a salir con las manos vacías y mucho menos estaba en posición para com­portarse de forma exigente—. Me gustaría hablar con él para saber si me permite hablar con ella por breves segundos, qui­zá hacerle un par de preguntas y ya. Sin intenciones de hosti­garla, por supuesto.

        —Puedo comunicarme con él y mantenerlo informado de su visita. Tal vez se encuentre mejor a la última vez.

        —¿Y qué me dice de Álvaro Serrato y Anthony Ruiz? ¿Se puede hablar con ellos?

        —Desafortunadamente, el señor Ruiz está en coma y des­de su llegada al hospital su estado ha empeorado a tal punto en que será transferido al hospital de Boston.

        Lo de menos, había pensado Jo, Anthony Ruiz había sido apuñalado diez veces por todo el cuerpo. Era un milagro que aún se mantuviera vivo.

        —Y el señor Serrato, bueno —continuó el director—, no me creerá pero odia a la policía. No les tiene mucha fe. Así que nos dijo que no deseaba hablar más con ellos.

        En aquel instante, a Jo se le formó un nudo en el estóma­go, creyó que quizá se iría con las manos vacías al no poder hablar con ninguno de los sobrevivientes. No tenía idea de que Keily y Anthony estuvieran en tan mal estado y que Ál­varo Serrato odiaba a los policías. Ante la información que le pudo recaudar Un Cesar, lo que sabía la policía de aquella no­che fue por la versión que contó Álvaro, mas desconocía que ya no deseaba hablar con nadie más, había sido su última carta.

        —Todo lo que se mostró en los medios de comunicación fue por el testimonio del señor Serrato —afirmó el jefe del hospital al notar que Jo se mantuvo en silencio pues se había perdido en sus pensamientos—. Así que, es probable que no de nueva información, que la que ya se sabe.

        Jo asintió estando de acuerdo, pero no estaba allí para ha­cer las típicas preguntas.

        —Aun así me gustaría hablar con él, para colaborar su versión. No deseo quitarles mucho tiempo —Insistiría cuanto pudiera—, solo será unas cuantas preguntas. Si es posible ha­blar solo con Serrato, agradecería mucho cualquier ínfima in­formación nueva, lo más probable es que recuerde algo más después de una semana.




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