Juana

1

Esto es una locura.

Estoy loca, excitada y muerta.

Ellos van a matarme, se que van a matarme pero nunca me había sentido tan libre y en paz como ahora, ni siquiera en los bonitos días de verano en los que me sentaba en la popa del Regina con los audífonos puestos observando el mar Tirreno en todo su esplendor.

Esos eran los pequeños momentos en que me sentía en paz pero no libre, no de la forma en que lo siento ahora y se siente fantástico, aunque me aterra, no me arrepiento.

—Pasaporte. —Me dice la mujer frente a mi, se lo tiendo, ella lo revisa antes de mirarme poniéndome aún más nerviosa. —Nombre completo.

—Angelica D'Angelo.

—¿Cuánto tiempo va a permanecer en el país?

—Dos meses.

—¿Motivo del viaje?

—Conocer Estados Unidos.

—¿Dónde va a quedarse?

—En un hotel.

—¿Tiene algún conocido o familiar en el país? —Dejo salir el aire lentamente negando con la cabeza.

—No. —Pone el sello y me lo tiende.

—Biemvenida a los Estados Unidos de Norte América, siga la línea amarilla del fondo. —Le doy una sonrisa y tomo el pasaporte antes de seguir caminando.

Logro pasar migración sin el menos problema luego de una corta revisión, camino entre las personas a través de los diferentes aparatos de seguridad para tomar mi maleta y en cuanto salgo del John F. Kennedy cierro los ojos, tomo una fuerte bocanada de aire y siento las lágrimas humedecer mi rostro junto a la delicada y fresca caricia otoñal.

Así se siente la libertad.

Cómo la caricia del viento llamándote para vivir la vida y es una sensación maravillosa.

Me acerco al primer taxi que encuentro y le pido que me lleve a algún buen hotel en Brooklyn; ahí viven mis hermanos, o por lo menos fue lo que Daniel me dijo cuando le pedí información acerca de ellos unos meses atrás.

—¿Primera vez en el país? —Pregunta en hombre.

—No, aunque si es la primera en mucho tiempo.

—¿Que tipo de lugar busca?

—Uno económico pero bonito, algo como de tres estrellas o algo así.

—Creo que conozco el lugar.

No volvemos a hablar mientras avanzamos por las calles y no puedo evitar mirar nerviosa mi maleta.

Es pequeña, apenas tengo un par de cambios de ropa y algunos dólares americanos que estuve ahorrando por varios meses y espero que duren lo suficiente para encontrar a mis hermanos y consegir un trabajo o tendré problemas, aunque es en lo último que quiero pensar, ahora mismo solo necesito ser positiva y feliz aunque la ansiedad este peleando contra mi cordura con la ayuda de mi sentido común, que me pide a gritos volver a Italia a disculparme con mi padrino y alegar demencia para justificar mi huida.

Se que eso es lo correcto, que es lo que debería hacer si quiero seguir a salvó pero es que simplemente ya no puedo más con todo eso, es demasiado para cualquiera, es simplemente demasiado para mí y no quiero seguir siendo parte de ese mundo tan podrido en el que se mueven ellos.

Estoy cansada y he tenido suficiente de esos horrores para toda una vida y merezco un poco de paz mental después de sobrevivir a los hermanos Luchesse.

—Llegamos. —Me dice el hombre deteniendo el taxi frente a un edificio de tres plantas color crema con demasiadas ventanas para mí gusto y un pequeño letrero rojo con letras doradas junto a la puerta de vidrio con las palabras “Moore Hostel.”

Le pago al taxista y me bajo mirando el lugar, no es lo que tenía en mente pero no se ve mal.

Entro para encontrarme a un chico latino de unos 17 años parado frente al mostrador.

—Buenas tardes ¿Tienen habitaciones libres para uno? —Teclea algo en su computadora antes de sonreírme de la forma más falsa que alguien me ha sonreído jamás.

—Nos queda una en la segunda planta y cuesta $170.

—La tomo. —Saco el dinero y se lo entrego junto a algunos datos antes de que me tienda los controles.

—El desayuno es de ocho a diez, este es el control del aire y este del televisor, por favor sígame.

Hago lo que me dice y subimos las escaleras hasta la segunda puerta a la derecha, cuando la abre me sorprendo encontrando una bonita habitación de paredes y muebles blancos, piso de madera con un gran televisor pantalla plata empotrado en la pared frente a una bonita sala de tres puestos.

—Ests es la llave, el teléfono tiene el directorio en la mesa junto a la cama, cualquier cosa que necesite marque dos y enviaré a alguien.

—Gracias.

Cierra la puerta y yo avanzo hasta la cama para dejarme caer en esta, descubriendo con agrado que es bastante suave, dejo salir un suspiro y antes de darme cuenta me he quedado dormida.

***

Despierto sintiendo mi vejiga llena de líquido y tengo que correr al baño antes de hacerme encima.

Luego de recordar la cordura me acerco a la ventana notando que ya es de no he, miro en dirección al reloj sobre la cama, 10:20 pm, dormí más de cuatro horas, supongo que es lo justo tras estar viajando cerca de doce horas seguidas bajo extremo estrés.

Pido una pizza a domicilio y me desnudo, saco de la maleta un camisón negro que le robe a Daniel la última vez que nos vimos y me lo pongo antes de acercarme al baño de nuevo para poner a llenar la bañera.

No mucho tiempo después, me llaman de la recepción avisándome que mi pizza está aquí, tomo algunos dólares de mi cartera y salgo a recibirla de otro chico latino que se queda viendo mis piernas en cuanto me acerco a pagarle.

Una vez vuelvo a mi habitación, pongo la caja sobre el bater y me quito la camisa para entrar en la bañera, y ahí tomar mi primer trozo de pizza, el cual hace gruñir a mi estómago Anhelando un segundo y así hasta que me acabó la caja completa, yo sola.

La única vez que había comido una pizza completa, fue cuando Daniel, Bella y yo estábamos intentando copiar la receta de Francesco, una de las primeras veces que visité Italia hace ya algunos años.




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