Juego de corazónes

Capitulo 06

El se la había llevado porque la deseaba. 
Para Bella era inconcebible que alguien pudiera desearla tanto. No se sentía deseable. No se sentía como debía sentirse una mujer. 
Volvieron al coche y, una vez dentro, Leonardo metió la mano en un bolsillo y sacó su móvil. Después de marcar un número, se lo pasó. 
—Llama a la señora Bishop —dijo calmadamenteéste es su número. Di que vamos a pasarnos a recoger a Gabriela. 
Bella no estaba de humor para discusiones y además echaba de menos a Gabby. Marcó el número de teléfono y la señora Bishop contestó. Hablaron brevemente, pero cuando Bella dijo que irían a su casa a recoger a Gabby, la señora Bishop protestó: 
—¡Qué lástima, cielo! Las niñas han preparado un espectáculo de marionetas. 
Ahora mismo las estaba ayudando a hacer el vestuario. 
Bella sintió un dolor fuerte en el estómago. Ella también había jugado con las mismas marionetas cuando vivía en el orfanato. Eran de la señora Bishop, y solía llevarlas al orfanato para que los niños pudieran jugar con ellas. 
—No estará haciendo nuevos disfraces a las marionetas, ¿verdad? 
—Por supuesto. Las obras nuevas requieren un vestuario nuevo. 
Bella sonrió y recordó lo habilidosa que era la señora Bishop cosiendo. Había enseñado a Bella a cocinar y a coser, habilidades que le fueron muy útiles cuando ingresó en la academia de niñeras de Manchester. 
—Seguro que se lo está pasando muy bien. 
—Así es, Bella. Las niñas se lo están pasando muy bien juntas. Por favor, dejad que se quede a cenar. No tenéis prisa por volver a casa, ¿verdad? 
—Déjame hablar con Gabby, por favor. 
Gabby gruñó cuando la señora Bishop le pasó el teléfono. 
—¡No podéis recogerme ahora! Nos hemos inventado una historia y estamos preparando el vestuario para las marionetas. 
—Pero llevas mucho tiempo allí, Gabriela. 
—¡No quiero marcharme! Hemos hecho galletas y la señora Bishop nos está ayudando a hacer los vestidos. Tienen un teatrillo con cortinas doradas y vamos a contar un cuento. 
Bella miró a Leonardo y tapó el auricular del teléfono con la palma de la mano. 
—Gabby quiere quedarse a jugar más tiempo. Van a hacer una representación con marionetas. 
—¿Se lo está pasando bien? 
—Sí, muy bien.

—Entonces es mejor que se quede más tiempo. Puedo ir a recogerla antes de la hora de cenar. 
Bella le dijo a Gabby y a la señora Bishop lo que Leonardo le había dicho y colgó, después le devolvió el móvil. 
—Me alegro de que se lo esté pasando bien. Sólo juega con otros niños cuando está en el colegio —dijo Bella—Eduardo no la dejaba ir a casa de otras niñas, y tampoco permitía que vinieran a casa a jugar con ella. 
—¿Por qué? —preguntó Leonardo. 
—No lo sé. Pero Gabby lloraba cuando no la dejábamos. Eduardo y yo discutíamos mucho por esa cuestión. Pero le daba igual. Nunca cambió de opinión. 
—Lo siento. 
—Yo también. 
Bella de repente sintió una avalancha de emoción tan fuerte, que tuvo que morderse el labio para impedir que los ojos se le llenaran otra vez de lágrimas. 
Echaba de menos a todos. A sus padres, a Charles, hasta a Gabby, aunque a ella todavía no la había perdido. 
—La quiero —susurró, mirando por la ventanilla del coche. 
Había empezado a nevar. La temperatura debía de estar bajando, ya que la nieve empezaba a cuajar en el suelo. 
—Aunque me separes de ella, siempre será mi niña. 
—Entonces facilítale el cambio —dijo Carlo con voz tan fría y dura como las ramas de los árboles en el exterior—Ayúdala a adaptarse. No la confundas más. 
Seguía nevando cuando llegaron al orfanato y la casa del guardabosques parecía más oscura y pequeña. No podía imaginarse pasando el resto de la tarde en aquella casa con Leonardo. 
Antes de que Leonardo aparcara el coche, Bella le dijo: —Voy a entrar en el orfanato a buscar velas para esta noche. Siempre había de sobra en la despensa. 
Las luces fallaban a menudo y solíamos depender de las velas y lámparas de queroseno hasta que conseguíamos arrancar el generador. 
Después de aparcar, Bella y Leonardosalieron del coche. Leonardo abrió el maletero, sacó las bolsas y empezó a llevarlas a la cabaña. 
—¿Sabes dónde están las lámparas? —preguntó Leonardo.  
—Deberían estar en la despensa, junto a las velas. Allí era donde las guardábamos. 
—Espérame. Te acompañaré. 
El orfanato estaba muy oscuro. Habían cortado el suministro de electricidad después de su cierre. Una vez dentro, Bella no necesitó luz para desplazarse en su interior. Se había criado allí, había pasado quince años de su vida dentro. Para bien o para mal, el orfanato había sido su único hogar. 
Como había supuesto, encontró las cajas de velas, cerillas y las lámparas de queroseno en la despensa.

—Voy a llevar las lámparas a la casa —dijo Leonardo. 
Bella asintió. 
—Voy a echar un vistazo por aquí. Enseguida vuelvo. 
Con una vela en la mano, Bella deambuló por el orfanato. Los muebles seguían iguales aunque un poco deteriorados. Todo estaba exactamente como ella lo recordaba. Pensaba que la casa estaría más sucia y llena de polvo, pero todo estaba colocado y ordenado. Bella supuso que la señora Bishop seguía yendo a aquel lugar a limpiar. 
Había más luz en el piso superior. Las ventanas del segundo piso no habían sido cerradas con tablas y se quedó sin aliento cuando vio el retrato del reverendo Charles Putman colgado en la pared de las escaleras. 
Era su Charles. 
Estudió aquella cara guapa y la expresión gentil de sus ojos marrones, hasta que no pudo mirarlo más tiempo. Él había sido su príncipe, su caballero andante. Se había portado mejor con ella que nadie. 
Se giró y abrió la puerta de uno de los dormitorios. Creyó que en aquella habitación el tiempo se había detenido. Nada había cambiado desde hacía ocho años. 
Ocho años atrás, había estado allí poniéndose su vestido de novia. 
Gimió de dolor. Se había casado dos veces y seguía siendo virgen. Pero el haber perdido a Charles como lo perdió... 
Se acercó a la ventana del dormitorio y extendió su mano para tocar el cristal. 
Estaba frío y húmedo. 
Sólo Dios sabía lo mucho que odiaba aquella habitación, aunque también la adoraba. Era el dormitorio de Charles, la habitación que iban a haber compartido cuando hubiesen regresado de su luna de miel en Bath. 
Sin mirar hacia atrás, abandonó el dormitorio, cerró la puerta y bajó las escaleras, pero recordó que se había dejado la vela encendida en el pasillo. 
Empezó a girarse para volver cuando vio a Leonardo en las escaleras. 
—¿Estás echando un vistazo? —preguntó. 
Ella asintió y rezó para que él no pudiera notar las lágrimas en sus mejillas. 
Quería que su pasado siguiera secreto. No le gustaba hablar de ello con nadie y se negaba a darle a Leonardo otra razón para que se mofara de ella. 
—Ya he terminado. He visto suficiente. 
Tenía ganas de salir, de escapar del orfanato y reprimir todos aquellos recuerdos. 
—Sé lo que hay allí arriba. Viví aquí. Todos los niños vivían arriba. 
—¿Es una sala grande? 
—Sí, llena de camas de docenas de niños que se criaron sin padres.



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En el texto hay: amor, ambicion, odio..

Editado: 11.08.2020

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