Juego de corazónes

Capitulo 11

A partir de ese momento todo empezó a ocurrir más deprisa, aunque al principio Leo había querido que ocurriera más despacio. Después de desnudarla completamente, la hizo tumbarse encima de él y comenzó a acariciarle la espalda. 
El no era un santo, por lo menos no era como ella. Siempre hacía lo que quería y tomaba lo que necesitaba. Nunca había vivido para complacer a los demás y sin embargo con Bella se sentía diferente. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para complacerla en todos los sentidos. 
La piel de ella ardía con sus caricias y él dejó que sus manos se deslizaran por la piel suave de ella. Ella empezó a moverse ante el roce de sus manos y abrió las piernas. El corazón de Leonardo empezó a latir a una velocidad inimaginable mientras la exploraba con suavidad. Estaba tan excitado, que su cuerpo le dolía. No podía seguir siendo tierno y lento. La deseaba y la necesitaba. Estaba decidido a poseerla completamente porque no había ninguna duda de que ella le pertenecía. 
Leonardo no recordaba haberse desnudado, pero ya estaba desnudo y moviéndose debajo de ella. Entonces le dio la vuelta y se tumbó encima. Ella estaba húmeda, caliente y dispuesta. 
Cuando la penetró lentamente y ella gimió, su deseo incontrolable se disipó al ver la expresión de dolor en su cara. 
—Bella—le dijo—Tengo miedo a seguir, no quiero hacerte daño. ¿Qué quieres que haga? 
Ella le acarició la espalda. 
—Nada. 
Pero él sentía la tensión de su cuerpo y aquellos muslos tensos en sus caderas. 
—Lo siento. Creía que estabas preparada.  
—Y lo estaba. 
—Pero te he hecho daño. 
—La primera vez siempre duele, ¿no? 
Durante un instante, él no entendió nada, pero al hundirse más dentro de ella se dio cuenta. Entonces se apoyó sobre las manos para quitar peso.  
—¿Eres... 
—Sí, pero estoy bien... no iba serlo toda la vida.  
—Debí suponerlo. Debiste decírmelo.  
—¿Decirte qué? Que soy virgen... 
—Pero has estado casada. 
—Sí, dos veces. Bueno, ahora tres... 
Pero antes de que él pudiera responderle, ella lo besó para poder continuar. Lo besó y trazó el contorno de sus labios con su lengua, lo suficiente para enloquecerlo y hacerle perder el control.

Empezó a moverse lentamente sobre ella, quería darle tiempo a que su cuerpo se ajustara al suyo, poco a poco la penetró más. Gimiendo, ella le rodeó la cintura con las piernas y sintió cómo se hundía cada vez más en su carne. Lentamente el dolor dio paso al placer y sus gemidos se volvieron placenteros. Todo aquello le parecía maravilloso. Le encantaba su olor y sentir el calor del cuerpo de él contra su piel. 
Se sentía segura en sus brazos. Se sentía querida y protegida. 
El placer se intensificó. Aquellos movimientos sincronizados le estaban proporcionando nuevos e intensos placeres que ella jamás se hubiese imaginado. 
Estaba sintiendo lo que era un orgasmo, pero no era lo que ella se había imaginado que sería. Siempre había creído que un orgasmo era una sensación física y sexual. 
Sin embargo, aquel placer le pareció liberador. Jamás se había sentido tan cerca de alguien. 
Todavía se estremecía cuando Leonardo gimió fuertemente y llegó al éxtasis dentro de ella. 
Leonardo la abrazó con fuerza, no hacía ningún ruido y ella creyó que se había quedado dormido, pero cuando se separó de él para ir al cuarto de baño , la tomó de la mano y se la besó. 
—Siento haberte hecho daño. 
—No me has hecho daño, has hecho que me sienta maravillosamente. 
—Yo jamás te haría daño. Te adoro. 
Bella se inclinó sobre él y lo besó. 
—Me alegro de que seas mi primer amante, y espero que seas el último. A partir de este momento no podría imaginarme estar con otro hombre. 
El hizo un ruido fuerte y primitivo y después la acercó a él. 
—Me alegro. No me gustaría que mi esposa pensara en otros hombres. 
Por la mañana volvieron a hacer el amor. Leo no dejó de enseñarle y animarla. 
—Entre un hombre y una mujer no hay reglas en la cama. Todo vale, todo está bien. Es una cuestión de comunicación y de sentirse cómodo con la otra persona. 
—Sabes mucho de sexo —dijo ella. 
Él sonrió y la acercó a él colocándola en otra nueva posición. 
—¿Qué puedo decir? Soy italiano. Nos encantan las mujeres. Pero ahora tú eres mi esposa. 
Más tarde pidieron algo para comer y se echaron su primera siesta juntos. 
Después Leo la llevó a la ducha y le enseñó un par de cosas más. 
Luego, con la excusa de querer conocer mejor su cuerpo, ella empezó a enjabonarle la espalda en la ducha. Pero cuando ella pasó su mano por uno de sus muslos él se encogió, la agarró de la mano y se la separó.  
—¿Te he hecho daño? —preguntó ella.  
—No.

—¿Te duelen las cicatrices? 
—Sí. 
—¿Por eso no quieres que te toque ahí? 
—No —dijo él y la dio un beso fugaz—Pero no creo que te merezcas tocar algo así. 
—Son tus piernas. 
—Así es. 
—Tus piernas me gustan. 
—Bella, cariño... 
—No. No me vengas con ésas. Escúchame... 
—Te estoy escuchando, pero no necesito una niñera.. Ella ignoró su queja, se acercó a él y le besó en el hombro. 
—Me gustas —murmuró ella— y me gustan tus piernas. Voy a tocarte donde me plazca porque tú haces lo mismo conmigo. 
Sin esperar su permiso empezó a acariciarle los muslos. Leo permaneció paralizado mientras ella le tocaba. Pero en cuanto las manos de ella se deslizaron hasta su ingle, él se excitó muchísimo y, después de resistirse durante un minuto o más, le dio la vuelta, le abrió las piernas, se aseguró de que ella estuviera húmeda y la penetró lentamente. 
Agotados, se echaron a dormir y cuando despertaron, Leo dejó que Bella se bañara sola en el jacuzzi. Cuando ella salió del baño, Él la estaba esperando con una caja envuelta con un lazo. 
—Es algo especial para esta noche —dijo él. 
Bella abrió la caja y descubrió un vestido azul, un bolso del mismo color y un par de zapatos de tacón. 
El vestido le quedaba perfecto y el color hacía resaltar el tono de su piel. 
Bella se quitó la toalla de la cabeza y comenzó a recogerse el pelo, pero Leo se lo impidió. 
—Déjatelo suelto. Déjame verte. 
—Tengo que peinármelo ahora o no podré con los rizos más tarde. 
—Me encantan tus rizos. Tú... tu pelo... todo es perfecto. 
Ella se sonrojó. Todavía sentía vergüenza a pesar de la relación íntima que ya existía entre ellos. 
—No soy perfecta, Leonardo. Ni mucho menos. 
—Para mí lo eres. 
—A lo mejor porque no me conoces bien aún. 
—Yo siempre pensaré que eres perfecta porque sé que eres perfecta para mí. 
El halago la reconfortó, y la delicadeza con la que las manos de él debajo de su vestido pellizcaron sus pezones la encendió



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En el texto hay: amor, ambicion, odio..

Editado: 11.08.2020

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