Juego de corazónes

Capitulo 13

Leonardo se quedó mirándola, escuchando las palabras que decía, pero incapaz de creerlas.  
—¿Sabes lo que estás diciendo, Isabella? 
—Sé que no puedo vivir preocupándome por ti cada vez que te pones al volante. 
—Entonces no te preocupes. Llevo conduciendo desde que tenía once años. 
Gané mi primera carrera de karts a los trece. Bella, he cometido errores, algunos con los que tendré que vivir por siempre, pero no soy un temerario. 
—¿Por qué Gabby nunca me había dicho que la traías aquí? Gabby me lo cuenta todo. ¿Por qué no me contó esto? 
—Le pedí que no te lo dijera. 
—¿Por qué? 
—Porque le dije que te daban miedo los coches y que quizá te asustaras, y yo no quería disgustarte. 
—Y decirle a una niña de cinco años que enmascarara la verdad, es decir, que me mintiera, no me iba a disgustar, ¿ no? 
El también estaba furioso. Furioso y cansado. Apenas había dormido la noche anterior y no quería pelear. Odiaba las peleas. Lo único que quería hacer era arreglar las cosas. 
—Pensaba que tu miedo era irracional —dijo finalmente. 
—¿Irracional? —preguntó Bella apretando la mandíbula—He perdido a todos los que quería en accidentes de coche, ¿y tienes el descaro de decirme que es irracional? 
—Yo no soy tus padres, no soy Charles. 
—¡Leonardo! ¿Te has mirado las piernas? ¿Has visto lo que te ha pasado por correr? ¿Cómo puedes pensar que has escapado indemne? 
—Soy consciente del riesgo y del precio que pagamos. Pero lo he aceptado y lo he encarado, y si quieres tener una vida conmigo, también tú tendrás que encarar eso. 
—No —dijo ella sintiendo cómo las lágrimas inundaban sus ojos—No tengo que encararlo. No pienso encararlo. Te quiero, pero no puedo vivir así. Me destruirá. 
—Porque estás dejando que te destruya. Elige otra cosa... 
—¿Y por qué no eliges tú otra cosa? ¿Por qué no te comprometes? ¿Por qué debería ser yo la que cambie? 
—Porque esto es lo que más me gusta hacer en el mundo. 
Y con eso lo había dicho todo, pensaba Bella. Le gustaban los coches más que nada en el mundo. Adoraba el peligro y la adrenalina. Adoraba competir y le encantaba ganar.

Pero también debía comprender cómo se sentía ella, lo asustada que estaba de perderlo. Tenía que comprender que la vida sería insoportable para ella y para Gabby si algo le ocurriese. 
—Lo siento, Leonardo—dijo Bella sin permitir que las lágrimas le cayeran por las mejillas. No comprendía aquella emoción, no comprendía qué era lo que la hacía sentirse tan furiosa. ¿Sería amor? ¿Odio? ¿Sería otra cosa?

— Perdí a mis padres en un accidente de coche, a Charles en un accidente de coche, y no voy a perderte a ti también. No de ese modo. 
—No, me perderás de otra manera. 
—No quiero perderte. 
—Bella, empiezo a pensar que ni siquiera sabes quién soy. 
—Sé quien eres. 
—Entonces sabes lo que hago. 
—¿Cómo puedes querer más a tu trabajo que a...? 
—No vayas por ahí. No puedes decir eso. No te lo permitiré. 
Quizá no quisiera más a su trabajo, pero sí que adoraba el peligro. Vivía para sentir el torrente de adrenalina. Buscaba el riesgo, la emoción. Le gustaba rozar los límites constantemente. 
Quería ser genial. Quería ser famoso. Quería ser como su padre. Pero los hombres se hacían famosos de dos maneras: o hacían algo que desafiara a la muerte, o morían. Las dos eran arriesgadas. De cualquier manera, aquéllos que los amasen sufrirían. Y Bella no quería sufrir más. No quería preocuparse ni tener miedo. No quería irse a la cama sola, o despertarse sola, y echar de menos a alguien. Estaba harta de eso. 
La vida tenía que ser más fácil. 
—No dejaré de correr, Bella —dijo él—No lo dejaré ni por ti ni por nadie. Si te importo, tendrás que aceptarme como soy, no por quien quieras que sea. 
—Bien. No dejes de correr. Pero no pienso ir a otro funeral, y en tu deporte... profesión, la gente muere. Quizá no en todas las carreras, pero sí todos los años, y no son hombres mayores, Leonardo. Son jóvenes. Tienen veinticuatro, veintisiete, treinta... Son padres, hermanos, maridos, amantes. Son hombres como tú. 
—Isabella, todo implica un riesgo. 
Bella lo miró con desaprobación. Había riesgos y riesgos. Era un hombre listo. 
Tenía que conocer la diferencia. 
—Te llevaré de vuelta —dijo él. 
Ella asintió sin decir palabra y respiró profundamente mientras caminaba a su lado hacia el coche. 
Condujeron en silencio hacia Cap Ferrat. Cuando cruzaron las verjas de hierro de la villa, ella lo miró. Tenía la mandíbula apretada. Una vez frente a la casa, aparcó el coche, pero no apagó el motor. 
—¿No vas a entrar? 
—No.

—¿Qué vas a hacer? 
—Regresar a Montecarlo. 
Bella se tragó el nudo que sentía en la garganta, se frotó las manos y dijo: 
—¿Cuándo te volveré a ver? 
—Tendremos que hacer los preparativos con respecto a Gabby. No pienso perderla ni renunciar a ella. Tendremos que compartirla. 
—No. 
—Sí. Bella, las cosas van a cambiar, pero tenemos que hacer lo que sea mejor para Gabby. 
—¿Y qué es lo mejor para Gabby? 
—Nosotros dos. Lo que significa que pasará parte de cada semana contigo y parte conmigo. Cuando yo esté de viaje, se quedará contigo, claro. 
—Siempre podríamos pasar tiempo con ella los dos juntos. 
—No nos veo haciendo cosas juntos. No quiero intentar hacer cosas juntos. No si se ha acabado. Lo he intentado, Isabella. De verdad que lo he intentado. 
Bella abrió la puerta del coche y salió. Aquello era una locura, una absoluta locura. Un día antes había sido el cumpleaños de Gabby. Sólo que un día antes todo parecía maravilloso. Mágico. 
—Necesitaré un sitio donde estar en Montecarlo cuando esté allí con Gabby —dijo ella—¿Sigue disponible la villa de Eduardo? 
—Ese lugar es un vertedero. 
—No me importa. 
—A mí sí. No quiero que Gabriela esté allí. 
Bella cerró los ojos, preguntándose cómo demonios iba a explicarle todo eso a Gabby. 
—¿Qué le decimos, Leo? —preguntó secándose las lágrimas con la mano—Ella te quiere, y me quiere a mí, y adora la idea de que estemos juntos. 
—Yo también adoraba esa idea —dijo poniéndose las gafas de sol—Quédate en la villa por ahora. Cuando me marche a Australia, Gabby y tú podréis quedaros con el ático. Ya me buscaré un sitio. 
—¿Y qué le diré cuando estés fuera viajando durante semanas? 
—Dile lo que le dicen a sus hijos los padres que tienen que viajar por negocios.Que estoy trabajando —contestó Leo antes de alejarse conduciendo. 
Los primeros días después de que Leonardo se marchara, fueron irreales, duros y solitarios. 
Pero él no llamó, y realmente parecía que estaba haciendo todo lo posible por hacer que todo acabara. 
Pasaron las semanas, lentamente, muy lentamente hasta que transcurrió un mes desde que Leonardo se fuera, y para finales de marzo, Bella se sentía como una muerta viviente.



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En el texto hay: amor, ambicion, odio..

Editado: 11.08.2020

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