Juegos de Sangre

Capítulo 3

— Supe que Nat trajo a Felipe de Colombia, hace casi dos años que no lo vemos, bueno al menos yo — habló mi hermano desde la cocina.

— Si, lo vi cuando llegué a casa de Nat — dije para luego levantarme a mirarlo, ya que me encontraba mirando una película en la sala — ¿Siguieron hablando luego de que se fuera?

— Sí, no de seguido, pero al menos mantuvimos el contacto. ¿Es lindo? — indagó mi hermano interesado.

— Supongo — le comenté vagamente. No le iba a dar más detalles ya que se pondría a hablar o darme un sermón — Es más irritante que lindo.

— Lo sé, tiene cierto humor que te saca de quicio — bromeó — ¿Estás lista? — lo miré confundida — Hoy íbamos a cenar en casa, vinieron nuestros abuelos.

— Bien, vamos —me levanté de mi lugar terminando la película, que obviamente continuaría a la noche.

De camino a casa, en el auto de Lucas, fui observando las casas de nuestro antiguo vecindario aquí en Los Ángeles, antes de mudarnos cerca de la universidad. Se sintió raro dejar a nuestros padres, las primeras semanas fueron duras. Por más que viviera con mi hermano, era raro no verlo tan seguido. Pero lo entendí cuando había empezado a estudiar, no había mucho tiempo para hacer cosas, además de los fines de semana, que se podía ir a alguna fiesta o algo.

Observé a mi hermano, y me costaba creer que fuera tan "maduro" en cierta forma. Ya no estaba con niñerías, sus estudios eran primero y el resto podía esperar. De todas formas, eso no le impedía tener una aventura de vez en cuando. Sus ojos verdes, heredados de mi padre, se encontraban fijos en la calle. Su barba de algunos días, le agregan más años de los que tenía, y me hacía sentir muy nostálgica. El tiempo estaba pasando muy rápido y no me estaba dando cuenta. Se me estaban yendo los mejores años de mi juventud y se sentía muy raro.

Luego de cumplir los dieciocho, fue que caí en cuenta que todo estaba cambiando, en el momento que mi hermano se había ido de la casa para vivir en el departamento, ya que era más económico, que viajar todos los días en auto desde casa. Nos habíamos separado por casi dos años, hasta que yo terminé la preparatoria. Después de eso, junto con Emi, fuimos a vivir con él unos meses, hasta que consiguiera un lugar, debido a que James no tenía espacio en su departamento y ella se quería independizar.

Mientras eso sucedía, había aparecido Nat quien nos guió por este camino de la universidad y desde entonces no nos hemos separado. Tiene la misma edad que mi hermano, James tenía veintiséis, cosa que indicaba que estaba a poco de terminar sus estudios y dedicarse a trabajar. Emi y yo, por otro lado, teníamos veintidós, éramos las más pequeñas en edad.

— ¿En qué piensas? — me sacó de mis pensamientos Lucas.

— En todo el tiempo que pasó desde la última vez que vinimos y en qué se nos está yendo la juventud — le sonreí.

— Ey, tranquila, no te abrumes — me apretó la rodilla como siempre hacía, cada que me sentaba a su lado — Ya pasará y verás como todo tu esfuerzo tiene recompensa.

Le sonreí y di por terminada la conversación. No quería entrar en mucho detalle porque de seguro me iba a poner a llorar, y nadie quiere eso.

Al llegar a casa la abuela y mamá nos recibieron con mucho entusiasmo. Ambas tenían algo en común al verlas, los ojos marrones. Era lo único que compartían, en todo sentido. Nadie diría que fueran madre e hija, hasta su forma de expresar amor era diferente.

Elisabeth, mi madre, tiene los ojos marrones claros y un cabello castaño que le llega hasta la cintura. Ya en sus cuarenta y nueve años, las canas eran más visibles que de costumbre. Éramos bastante diferentes. Por un lado, verme al espejo era como ver una copia de mi padre en versión mujer, cabello rubio oscuro y ojos verdes. Lucas era una mezcla de ambos, ojos verdes y cabello castaño.

— ¡Abuelo! — me emocioné al verlo.

— Ahí está mi bella nieta — me dijo desde su sillón, a sus setenta años le costaba ya levantarse rápido — Estás cada vez más alta — me abrazó.

— Claro que no, tú estás cada vez más enano — bromeé.

— Mi hermosa Elena, siento que hace siglos que no te veo — sus ojitos se llenaron de lágrimas y me volvió a abrazar.

— Abuelo, nos vimos hace unas dos semanas — no tenía otro abuelo como él, al padre de mi padre no lo conocí ya que falleció antes de que Lucas y yo naciéramos, al menos eso nos dijo y su madre los había abandonado cuando solo tenía tres años. Fue una infancia difícil la de mi padre.

— Hola Nana — le di un gran abrazo a lo que ella se conmovió. Gran parte de nuestra niñez la pasamos con ella, ya que mis padres trabajaban mucho y casi no estaban en casa, es como mi segunda madre.

— Hola Lena, ¿Cómo estás tesoro? ¿Cómo te va viviendo con el desordenado de tu hermano? — sonrió y me dedicó una de sus miradas amorosas que tanto extraño a diario.

— Bien Nana, es menos desordenado ahora que estudia — me miró con sorpresa — Sí lo sé, difícil de creer.

— Ey, puedo escucharlas — comentó el nombrado quien abrazaba a mi abuelo. A lo que todos reímos.

En el transcurso de la noche nos la pasamos entre risas y bromas, recordando algunas cosas de cuando éramos niños. Mi padre parecía estar de un humor particular, como enojado y feliz de vernos. O bueno, al menos a Lucas. No era su favorita, siempre les había dado problemas y lo reconocía. Pero su indiferencia hacia mí, siempre me había lastimado.

— ¿Cómo vienen con la universidad? — soltó interesado, dirigiéndose a mi hermano.

— ¡Genial! En muy poco tiempo empieza el torneo y ya nos estamos preparando, ahora que Felipe se integra al equipo, ganaremos. Estoy seguro — estaba muy entusiasmado, cuando de fútbol se trataba, él era el indicado para hablar.

— ¿Felipe? — mirando a mi madre, como queriendo decirle algo. Ellos tenían ese algo de poder comunicarse con los ojos.

— Sí, el primo de Nat. El sobrino de su madre, creo que se apellida...




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