Juegos de Sangre

Capítulo 4

Al llegar a casa estaba bastante molesta, yo no era culpable de nada y aun así pagaba los platos rotos de James. Idiota. A veces no entiendo cómo es que logra meterse en problemas con tanta facilidad, de jóvenes nos pasaba lo mismo. En cuanto soltaba la frase "tengo una idea genial", terminábamos todos metidos en enormes problemas. Algunos más importantes que otros, pensé que como ya estaba en la universidad, aquello en él había cambiado, pero al parecer sigue igual que siempre.

— ¿Todo en orden? — preguntó mi hermano desde la cocina con un sándwich a medio comer.

— En lo absoluto — bufé.

— ¿Qué te pasó?

— Nada, que, por culpa del idiota de tu amigo, estoy castigada — comenté bastante indignada, entre más lo decía más molesta estaba.

— ¿Qué hicieron y de qué te culparon? — comentó gracioso.

— Rompimos una puerta — cerré los ojos mientras suspiraba y tiraba la cabeza para atrás. Me comenzaba a matar el estrés.

— Consecuencias de juntarte mucho con James — restó importancia.

— Ni me lo digas.

— Pero fuera de broma, James solo trae problemas, es un imán para ellos.

— ¿En serio? — acudí nuevamente al sarcasmo.

— Sí, lo digo por experiencia, todo tipo de problemas es como un grano en el culo. Molesto — terminó mientras se iba a su habitación y me dejaba allí con dolor de cabeza. Estaba empezando muy bien mi año académico. Maldito James.

No me di cuenta en qué momento me había quedado dormida. Solo sé que desperté como dos horas después, cuando noté algunas voces conocidas en la cocina.

— ¿Qué hacen aquí?

— Estábamos aburridos y no teníamos mucho para hacer — respondió Emi quien estaba a un lado de Leo.

— ¿Sabes qué babeas cuando duermes? — comentó saliendo del baño Nat. Vaya, sí que éramos muchos en el departamento.

— Ja ja, que graciosa — volví a mi posición de dormida y me quedé allí. Me dolía bastante el cuerpo. De seguro era la mala postura en el sillón, me masajeé el cuello tratando de aliviar momentáneamente aquella molestia.

— Llegamos — habló mi hermano. Supuse que fue a comprar para comer o algo. Es de esperarse, hay mucha gente aquí.

No presté mucha atención a lo que hacían ya que no me sentía muy bien, me dolía hasta existir.

— ¿Estás bien? — alguien a mi lado atraía mi atención. Felipe.

— Ey, no sabía que estabas aquí — le sonreí cortés.

— No prestaste mucha atención, se te ve algo exhausta — bajó su celular y concentró toda su atención en mí.

— Me duele la existencia —me puse derecha en el sofá.

— Un poco de aire te hará bien, te acompaño — se levantó y me tomó de la mano, como nadie preguntó, salimos del departamento y la brisa fresca me despejó bastante. Sentía mis mejillas ardientes, cosa que no me estaba gustando mucho.

— ¿Mejor? — preguntó.

— Sí, mucho — caminamos unas calles y dimos vueltas en círculos. Su compañía era buena, dentro de todo, no hablaba mucho, me agradaba — ¿Cómo vienes con eso del intercambio? Te vi en clase hoy.

— Bien, es un poco difícil el cambio de ambiente, se extraña el clima de mi hogar — dijo sin mucho detalle.

— Supongo que en cierta forma te entiendo, extraño la casa de mis abuelos — confesé mientras retomábamos el camino hacia el departamento, otra vez.

— ¿Tus abuelos? — curioseo.

— Sí, bueno. En New York, mis abuelos vivían a algunas calles de mi casa. Cuando cumplí once o doce, se mudaron aquí y yo me quedé allí. Hace cinco años que nos mudamos cerca de ellos otra vez, más que nada porque a mi mamá le preocupa la salud de mi abuelo.

— Entonces para ti fue un golazo volver a estar cerca de ellos — afirmó.

— Son mi lugar seguro.

— Eres más agradable que la última vez rubia — bromeó.

— Lo siento niño bonito, volveré a ser la desagradable rubia del otro día — le seguí el juego.

— Eres muy simpática, así que prefiero creer que te haces la desagradable para molestar — me dedicó una hermosa sonrisa. Con unas perlas blancas bien alineadas junto con unos labios rosados bastante voluminosos, le daban una hermosa decoración a su rostro.

— Me gusta como sonríes — le comenté un poco avergonzada.

— Puede ser tuya si lo deseas — dijo de la misma manera, lo cual en cierto modo me sorprendió y me generó algo en mi estómago, como nervios, de esos que no sentía hace años, del estilo juvenil.

Seguimos caminando hasta llegar al elevador en donde casualmente, salía de este, James.

— Hola — lo saludé felizmente a lo que él solo me dedicó una sonrisa y me guiño el ojo y se fue sin responder. Típico de James, no suele decir hola.

Con el pasar de la noche, mi malestar se hizo más tolerable, solo necesitaba un respiro. Creo que me gusta llenar mi cabeza con posibles escenarios que quizás nunca pasen. Al terminar de cenar, todos se habían ido y mientras ordenamos con Lucas me interrogó.

— ¿Te diste cuenta?

— ¿De qué?

— Felipe, no te sacaba los ojos de encima — soltó con amargura.

— De seguro tenía algo en la cara.

— No me trates de confundir, sabes que eso pasa muy fácilmente — dijo mientras guardaba unos platos en la alacena.

— Lucas, no puedo estar al pendiente de cada chico que me mira. Tengo otras cosas en la mente — suspiré pesadamente.

— Bien, lo siento, no quería ofenderte. No me gusta que miren a mi hermanita, aún eres una niña — comentó.

— Para ti y para la abuela seguiré siendo una niña, aunque tenga cuarenta años — reí ante aquello, ya que de seguro eso era más que una posibilidad.

— Estás en lo cierto, pero...

— Pero nada Lucas — interrumpí de buena manera — Ahora me iré a dormir, estoy muy cansada.

Me despedí de mi hermano y me acosté a dormir, pero me fue muy difícil llegar a eso ya que la intensa mirada de James sobre mí aparecía y se superpone con el hermoso rostro de Felipe. Saqué todos esos pensamientos de mi cabeza, no podía seguir pensando en aquello. Se convertiría en un juego que no me gustaría poner en la mesa, en cosas como esas nadie gana.




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