Juegos de Sangre

Capítulo 8

Cuando por fin tuve un receso, empecé a buscar James para ver qué solución podríamos hallar que no involucre terminar ensangrentado o con una bala en la cabeza, pero no lo encontraba en ningún lugar. Antes de darme por vencida, de curiosidad, fui a buscarlo al estacionamiento. Y estaba allí con Nat. Ambos sonriendo muy tontamente, como dos enamorados. Algo dentro de mí se removió incómodo. Dentro de mi pecho un pequeño nudo de nervios se produjo.

— ¿A quién acosas rubia?

— La madre que te parió — solté cuando descubrí a Felipe detrás de mí — Casi me da un paro cardíaco — lo escuché reír, cosa que me sacó una sonrisa al instante.

— Genial, así tendría tu corazón para mí solo — se dibujó una bella expresión en sus labios. Si había algo que comenzaba a encantarme de este chico era su sonrisa.

— ¿Qué corazón? — pregunté mientras me daba por vencida para hablar con James, al notar que se iba con Nat en su auto. Aquello me dejó una sensación de extrañes en mi cuerpo.

— No creo que no tengas, pareces ser muy dulce — comenzamos a caminar juntos mientras nos alejábamos del estacionamiento.

— Seré cualquier cosa, menos alguien dulce — le sonreí.

— Ey vamos, no me digas que no tienes corazón, ¿ni uno frío? — cuestionó al momento que se ponía frente a mí y caminaba de espaldas.

— Admitir que tengo un corazón frío, sería admitir que tengo corazón — me encogí de hombros.

— Oh vamos, si no tuvieras, serías una máquina y por lo que veo no lo eres.

— Bien, veamos, ¿Qué te hace pensar que tengo corazón? — nos pusimos en la fila para ingresar a la cafetería.

— ¿Con sinceridad? — asentí — Asumo que lo tienes, es imposible no tenerlo cuando miras con tanto amor a quienes te rodean — soltó convencido de aquello.

— Son personas que me conocen y saben como soy. Cómo también sé que les importo y haría lo que fuera para verlos felices — aquello era cierto, movería cielo y tierra por quienes amo.

— Entonces tengo una mala primera impresión de ti — dijo riendo, bien asumo que puedo ser desagradable cuando quiero.

— Bueno, sé que la primera impresión es la que cuenta. Aquí y ahora, ¿Qué te transmito?

— Diría que de acosadora — rió a lo que golpeé su brazo — Y violenta, ¿Por qué tan agresiva? Yo no soy Jonathan.

— Ay ya con ese tema, estoy harta — bufé.

— Ey era chiste, no te rayes — sonrió animado.

— Nunca conocí a alguien que me sacara tan rápido de mis casillas.

— Ves, soy perfecto para ti — comentó con diversión, tenía cierta picardía en su rostro que me contagia.

— Ay ajá, ¿Tú y cuantos más intentarán conquistarme?

— Yo no voy a conquistarte, te secuestraré y te obligaré a que me ames — dijo como sí nada, lo que en realidad me incomodó, recordando mi último suceso con personas que harían aquello sin dudarlo.

— Eres un tonto.

— Lo sé, pero aún así, te voy a enamorar — realmente estaba convencido de aquello, hasta diría que es divertido ver su rostro y postura segura. 

— Sí estás dispuesto a amar, tienes que estar dispuesto a perder, Felipe.

— ¿Entonces para ti una relación es sinónimo de que sólo puedes salir perdiendo? 

— Diría que sí, el compromiso y yo no nos llevamos bien.

— Enamorarse es arriesgado, a veces ganas y otras pierdes — suspiró, supongo que todos tenemos un amor que después de un tiempo nos sigue haciendo suspirar.

— Enamorarse es como darle a alguien una pistola apuntando directo al corazón y confiar que no disparará. Solo que tarde o temprano, aprietan el gatillo, siempre lo hacen — comenté pensativa — Además, hasta el momento, no conocí a alguien que… bueno, me llevase a pensar en tomar un compromiso con esa persona.

— Hasta que llegué — me comentó mientras tomábamos lugar en una de mas mesas.

— Sí, seguro. Estoy tan perdidamente enamorada de ti desde que te vi — solté con un claro sarcasmo.

— Lo sé, se te nota en la baba, que se te cae al verme — bromeó.

— Déjate de tonterías — reí ante su comentario.

— Lo digo en serio — me sonrió — Dame la posibilidad de estar en tu vida y verás que conmigo no tendrás problema alguno. Si llegamos a algo, prometo no dejarte sola. Y si no, también estaré allí para ti, solo quiero conocerte y ser parte de tu círculo de confianza, seamos amigos.

— No juegues con eso, no es gracioso.

— Lo digo en serio, piénsalo y me llamas — se levantó de la mesa y me extendió un papel con su número de celular. 

 

El resto del día me la pasé entre libros y apuntes, me estaba atrasando con un trabajo que era para la siguiente semana y aquello me estaba matando la cabeza.

Tomé un par de cosas de las estanterías de la biblioteca. Y me dispuse a trabajar, no me iría de allí, a menos que haya avanzado a la mitad del trabajo. Decir la mitad era avaricia, pero empezar era mejor que nada.




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