Esa mañana se levantó con el pie izquierdo.
La noche anterior cambió su alarma para poder levantarse más temprano y estar listo para pasar por la casa de Jeanne y tener una plática formal con sus padres, pero en ese momento se sentía corto de tiempo porque su alarma no había sonado. Se levantó corriendo con las sábanas enredadas y terminó cayendo al suelo, dándose en la frente. Agradeció no tener ninguna sesión de fotos en esos días porque seguro tendría un chichón por un tiempo.
Entró al baño para ducharse, pero al tratar de hacerlo rápido para ahorrar tiempo terminó con shampoo en los ojos ganándose una buena irritación y dejándolos enrojecidos. Salió del baño y se apresuró a cambiarse con el uniforme del instituto, tomó su celular de la mesita de noche al lado de su cama y su mochila para bajar corriendo a desayunar.
Se sentó en la mesa, donde su usual desayuno estaba servido, y tomó su taza con café, pero se quemó y derramó gotas de sobre su camisa del uniforme, cuya blancura no le permitía ocultar las manchas por pequeñas que fuesen. Por suerte siempre tenía un repuesto limpio en caso de ese tipo de accidentes.
Después de cambiarse por segunda vez salió de su casa y corrió al auto antes de que más tragedias le fuesen a suceder. Se recargó en el asiento y le dio indicaciones a su chofer para poder ir con Jeanne, deseando que la plática con los padres de la muchacha fuera mejor de lo que habían sido aquellos cuarenta y cinco minutos.
El auto estacionó frente a una casa pequeña de dos plantas en donde su «novia» le había dicho que vivía. Tomó aire profundo empezando a sentir un poco de nervios, pero aun así salió del auto para caminar a la entrada principal de la casa.
Llegó a la puerta y buscó el botón del comunicador, pero no lo encontró por ningún lado, en su lugar vio un pequeño botón blanco a un costado de la puerta, aunque este no tenía cámara de video o algún micrófono para hablar. Confundido, aclaró su garganta y apretó el botón, que produjo un extraño sonido de campanillas en el interior de la casa. Sus ojos se abrieron de la impresión al escuchar un grito proveniente de la casa que le avisaba que iban a atenderlo. ¿Cómo sabían que era él quien había presionado el botón blanco?
La puerta se abrió solo unos centímetros, dándole la oportunidad de ver el rostro de una chica que se parecía demasiado a Jeanne, pero supo que no era ella por la forma redonda de su rostro. Lucía un poco más joven, pero el parecido era sorprendente, podrían ser gemelas.
—¿Diga? —preguntó la joven, aún sin abrir la puerta en su totalidad, en realidad al prestar atención pudo escuchar un chillido de un niño y vio cómo la mini-Jeanne estaba forcejeando con la puerta, como si alguien estuviera jalándola por dentro.
Abrió la boca para preguntar por Jeanne, pero un golpe en su espinilla lo obligó a tragarse una maldición y se recargó en el marco de la puerta para no caerse.
—¡Frank! —exclamó la muchacha tomando en sus brazos a un pequeño de tal vez unos tres o cuatro años que tenía un avioncito de plástico en sus manos y señalaba al carrito que había impactado en su espinilla. Ella se disculpó mientras se inclinaba para tomar el carrito—. Perdone, ¿a quién busca?
—¿Vive aquí Jeanne Ramires? —preguntó y vio al niño pequeño correr al interior de la casa, segundos después escuchó una voz masculina quejarse y empezó a entrar en pánico. Ahora que la puerta ya estaba abierta, notó ese lugar muy pequeño y ruidoso—. Sabes, creo que me equivoqué.
—No, para nada, ella vive aquí, la llamo ahora mismo. Adelante —comentó la chica, haciéndose a un lado para permitirle pasar. Dio dos pasos y ya estaba dentro, la puerta se cerró detrás de él. La chica gritó casi en su oído—. ¡Hermana! ¡Un muchacho guapo te busca!
Un montón de piezas de legos cayó sobre ellos y vio a la chica gritarle molesta a su hermano, supuso que lo era porque lucían bastante similares, antes de correr detrás del pequeño, dejándolo a él ahí en medio de la casa. Tenía la puerta detrás y si daba un paso al frente estaría pisando el inicio de las escaleras que llevaban a la segunda planta.
Volteó a su lado izquierdo y vio la sala, un lugar pequeño con dos largos sillones color café y uno más negro que era individual. Ahí distinguió a un montón de niños y se preguntó si la familia de Jeanne tenía una guardería.
Quizá ese fue su primer error.
Por quedarse viendo fijamente a la sala, una de esas niñas se levantó del sillón viéndolo con emoción, la pequeña se cubrió la boca reprimiendo un gritito, pero aun así empezó a saltar por el lugar —empujando, de forma bastante salvaje, a todo el que se atravesara a su alrededor— hasta que llegó a él.
—¡Eres Matt! ¡El actor y modelo! ¡Maaaaa! —gritó la niña y empezó a dar vueltas a su alrededor. A pesar de su emoción se dio cuenta de que, de cierta forma, ella estaba respetando su espacio personal, pues mantenía una distancia prudente, pero ya lo estaba mareando con tanto movimiento en círculo.
—Ya veo por qué se me hizo familiar su rostro —dijo la chica que le abrió la puerta, ahora ella estaba sentada en uno de los sillones, con otro muchacho que parecía ser de su misma edad y se veía bastante similar a ella. ¿Eran gemelos? Si antes creyó que esa chica y Jeanne se parecían, pues ese muchacho era una copia exacta.
—Es el chico de la película, ¿no? —Lo señaló el mismo joven, viéndolo con el ceño fruncido—. Y el papel tapiz de la habitación de Lissa.
—¡Sí! —exclamó la niña que una seguía dando vueltas a su alrededor.
No exageraba al sentir náuseas. Había demasiadas personas ahí. Y aún faltaban Jeanne y sus padres.
—Hola. —Levantó una mano con timidez, saludándolos a todos. Jamás se había sentido así. Y él estaba acostumbrado a trabajar en multitudes, pero algo en ese lugar lo estaba asfixiando. Hacía años que su asma estaba bajo control y no había tenido ningún ataque, pero en ese momento sentía que algo estaba llegando.