Juicios paralelos

0.6

A medida que el tren iba ganando terreno, tras partir hacia su destino quince minutos antes, la rutinaria sucesión de imágenes que ofrecían los postes del tendido eléctrico desfilando uno tras otro, unidos entre sí mediante gruesos y oscilantes cables, lograba embriagar y encandilar al viajero, llegando incluso a anular por completo la atrayente instantánea formada por los árboles y flores que poblaban las tierras levantinas en aquella bonita estampa primaveral. A través de la ventanilla, su vista intentaba acaparar, aunque sin llegar a conseguirlo, todos y cada uno de los detalles que mostraba la campiña en todo su esplendor. Siempre le había atraído cualquier cosa referente a la naturaleza; de hecho, ciertamente era lo único que lograba confortarle en los momentos más bajos de autoestima, que por otra parte habían sido bastantes a lo largo de su existencia. Sólo un breve paseo por un parque era suficiente para alegrarle el momento y que pudiera sacudirse de encima la tristeza, así como el acuciante sentimiento de culpa que sentía durante toda su vida pegado a su cuerpo. Ahora mismo no era precisamente ese tipo de alivio el que experimentaba, ese que se siente cuando uno está en paz consigo mismo, sino que más bien era como si le estuviera agradecido a la madre naturaleza el haberle concedido su sueño tan repetidamente deseado. En silencio, iba dando las gracias a todos y cada uno de los árboles que se sucedían a gran velocidad delante de sus ojos llorosos de alegría, al lograr sin pretenderlo ellos, que pudiera llegar a sentirse en aquellos duros momentos tan contradictoriamente feliz. Le resultaba bastante curioso pensar cómo a veces la vida le había obsequiado con dádivas sin apenas importancia, pequeños aunque bonitos detalles que pasaban prácticamente desapercibidos ante sus ojos y sin llegar a apreciarlos siquiera, o al menos a percibir que son ese tipo de cosas insignificantes las que realmente llenan de gozo y de felicidad una vida normal y corriente; sin embargo, el acontecimiento que acababa de acaecerle hacía sólo un par de horas, pese a poder llegar a ser francamente deprimente y muy preocupante, al menos para la mayoría de los mortales, había logrado aportarle a su ser una gran paz interior, al tiempo que una felicidad intensa, al haber logrado, por fin, su ansiado objetivo.

Aquella mañana se había levantado muy pronto; durante el transcurso de la larga noche, la cual había pasado en completa vigilia, tuvo tiempo más que suficiente para dar un profundo repaso a su vida, sopesando los pros y contras que le habían empujado, en según qué circunstancias, a realizar todos y cada uno de los actos que, para bien o para mal, había llevado a cabo. Cuando por fin amaneció, se levantó de la cama de un salto y se dispuso a asearse y desayunar a toda prisa para salir cuanto antes hacia su destino. La ansiedad por conocer qué le depararía el futuro más próximo le pesaba demasiado y no deseaba perder ni un solo instante más.

Al llegar a la estación pudo escuchar por megafonía que el siguiente tren que partiría con destino a Valencia lo haría en breves minutos y, aunque su cita estaba concertada para unas dos horas y media más tarde, decidió tomar ese convoy y darse un paseo por la ciudad para meditar tranquilamente sobre sus asuntos.

El trayecto a cubrir era de unos treinta y cinco kilómetros y pese a que sólo se invertían en recorrerlos cuarenta y cinco minutos aproximadamente, parecía que el viaje se le hacía eterno, tales eran las ganas que tenía de conocer a qué tipo de incierto porvenir se enfrentaría en adelante. En cuanto puso un pie en Valencia, se dirigió de inmediato hacia la clínica, dejando a un lado sus planes anteriores sobre regalarse un agradable paseo por la bella ciudad antes de acudir a su cita. No invirtió mucho tiempo en atisbar la fachada principal de la clínica, pese a haber recorrido a pie el camino a ella. Se trataba de un edificio de grandes proporciones (de hecho ocupaba tres manzanas) y su fama de competencia sin parangón, frente a otros centros de idéntica especialidad, le precedía. Con paso firme y decidido entró, dirigiéndose hasta el mostrador de recepción.

—Buenos días, señorita —saludó educadamente, aunque su voz se mostraba algo temblorosa a causa de los nervios—. Verá usted, tengo cita con el doctor Claver para dentro de una hora, aunque me preguntaba si al haber llegado tan temprano podría usted hacer algo al respecto. Mi nombre es…

—¡Sí, sí!, no se preocupe; me acuerdo perfectamente de usted —interrumpió la eficaz recepcionista—. Ahora mismo voy a consultar si se puede hacer algo para adelantar la hora de su visita.

—¡Muchísimas gracias! Es usted muy amable.

Mientras agradecía a la joven su deferencia, podía notar cómo su corazón se aceleraba vertiginosamente.

—¡Sí!, me parece que sí podemos hacer algo con la hora de su cita —explicó la gentil recepcionista—. Hay un paciente que ya debería estar con el doctor Claver, pero sin embargo todavía no ha llegado, así que, puede usted pasar a la consulta.

—¡Gracias! —contestó educadamente, comenzando a andar la distancia que separaba la recepción de la consulta.

Una vez delante de la puerta, leyó el rótulo que había visto en la anterior ocasión que estuvo allí, en el cual se indicaba que aquélla era la consulta del doctor Claver, alguien en cuyas manos se encontraba en aquellos momentos su futuro y que tenía la clave para hacer que viviera felizmente lo poco o mucho que pudiera restarle de su existencia. Antes de entrar dudó unos instantes si hacerlo o darse media vuelta e irse por donde había venido, abandonándose a la suerte y sumiéndose en la ignorancia del no querer saber y por tanto negar su posible enfermedad. Al final decidió que debía enfrentarse a la verdad con valentía, tal como siempre había hecho, pese a que en otras ocasiones las cosas eran bien distintas y no había actuado con absoluta coherencia ni tampoco moralidad, sobre todo moralidad.



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En el texto hay: novela, thriller

Editado: 26.11.2020

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