Juicios paralelos

2

Tras un largo verano, interminable para Fernando y extraño para María, en el que los paseos y los helados no resultaban ya tan saludables ni sabían tan bien como los de antaño, por fin llegó el día en que ambos debían incorporarse a los estudios. La fecha para dicha incorporación era la misma tanto para María en su Facultad, como para Fernando en la suya. Así pues, ese día se fueron juntos a Valencia; María debía comenzar su primera clase justo dos horas más tarde que su novio aunque decidió ir con él, por lo que tuvo que darse un innecesario madrugón para poder acompañarle. La joven argumentó que quería llegar pronto y tener tiempo suficiente para habituarse a las aulas y al edificio en conjunto, aunque lo que en realidad quería ver era cómo se mostraba Fernando ese día al cual ella temía tanto.

No hubo de esperar demasiado tiempo para comprobarlo: Fernando se reveló inquieto y nervioso ya desde el mismo momento en que fue a su casa para recogerla, y después, durante el trayecto hacia la estación de ferrocarril, el muchacho tropezó en la calle torpemente un par de ocasiones y cruzó sin mirar por todas y cada una de las intersecciones por las que pasaron. María no sabía muy bien si pensar que ese creciente nerviosismo de Fernando se debía al temor propio de enfrentarse a algo totalmente nuevo y desconocido para ambos, o quizá estaba provocado por el cercano e inminente reencuentro con Estela tras casi tres meses sin verse. María, se preguntaba en silencio cómo resultaría aquel encuentro y si ella podría estar presente cuando se produjese. Sí, seguro que estaría, ¡vaya si estaría!, aunque tuviese que llegar tarde a su primer día de clase. Al minuto siguiente de dichas cavilaciones, afloró en ella su habitual bondad y pensó justo de modo contrario, decidiendo dejar a Fernando en la puerta de la entrada al centro y marchándose de allí a toda prisa, enjuagándose las lágrimas que, con toda seguridad, derramaría de inmediato. María siempre había confiado ciegamente en su chico y no deseaba perder dicha confianza por un sinsentido que ella misma se había montado en su mente; además, si finalmente tenía que ocurrir algo ocurriría de igual modo, aunque ella intentase poner todos los impedimentos que tuviese a su alcance, así que resolvió dejar que el destino actuase, para bien o para mal, decidiendo cuál sería el futuro de su relación con Fernando, por lo que se despidió de él con un cariñoso beso en la esquina de la Facultad.

María, se centró en sus estudios, comenzando la carrera universitaria con fuerza y muchas ganas. La joven se acopló rápidamente al nuevo método de aprendizaje, que resultaba ser totalmente distinto al que había venido siguiendo hasta el momento. Ahora no tenía horarios fijos, debía madrugar mucho, tomar apuntes al vuelo, comer mal y a deshoras por culpa de los retrasos en los trenes de regreso, consultar constantemente libros inverosímiles que debía buscar en las librerías y bibliotecas más recónditas e incluso renunciar de forma considerable a la vida social, todo ello en pos de su futuro profesional. María tenía que apretar mucho los codos, no en vano había elegido una de las carreras más complicadas que existen, amén de ser de las que más dedicación y constancia exigen. Ella era consciente de ello y por eso intentaba esforzarse al máximo dando de sí cuanto podía, ahora bien, a lo único que María no estaba dispuesta a renunciar bajo ningún concepto era a estar todo el tiempo posible junto a su amado Fernando; siempre que ambos disponían de un hueco en sus apretadas agendas estudiantiles, quedaban para salir a dar un paseo y charlar mientras tomaban un refresco. Las cosas habían cambiado mucho en los últimos meses; Fernando, pese a que jamás rehuía a María, ya no se mostraba tan cariñoso con ella como antaño. Sus besos ya no eran tan numerosos, ni mucho menos, dado que antes la besaba a cada minuto del día y ahora apenas si le daba un casto beso cuando se veían, otro en la despedida y, con un poco de suerte, alguno que se perdía en el transcurso de la cita, estos últimos casi siempre buscados y provocados por la propia María.

—¿Qué pasa Fernando? —Le preguntó María en una ocasión que se le acercó para besarle apasionadamente y él dio por finalizado dicho beso en una par de breves segundos—. Apenas me besas, casi no me hablas y te muestras taciturno cuando estás conmigo. ¿Es que ya no me quieres? Dímelo, por favor; sé sincero conmigo.

—¡¿Pero, qué dices?! —Fernando le cogió a María rápidamente la mano y la besó—. Perdóname, es que hoy tengo una jaqueca terrible. No te preocupes, no me pasa nada; te sigo queriendo igual que antes o incluso más.

María quedó más o menos satisfecha con la explicación que le dio Fernando, al menos de momento. La joven no era precisamente tonta y sabía a ciencia cierta que algo no marchaba bien, algo que estaba totalmente segura de que un día u otro terminaría por explotarle en sus propias narices y que además creía conocer casi con total seguridad, aunque por otra parte deseaba engañarse a sí misma llevándole la contraria a sus propios pensamientos y mirando para otro lado; quizá al final todo aquello fuese algo pasajero, algo que se arregla con el tiempo, que se cura por sí solo, lo mismo que el resfriado común.

El triste y frío invierno agudizó aún más si cabía el malestar existente entre ambos. Cuando salían a dar un paseo, Fernando y María apenas cruzaban palabra; caminaban juntos, cogidos de la mano y siempre mirando al frente, de un modo totalmente distinto al comienzo de su relación, cuando cada dos segundos se buscaban con la mirada y sonreían pletóricos de felicidad. Ahora el amor entre ellos se había estancado, o quizá había menguado, o simplemente había desaparecido sin más. María se preguntaba a menudo si toda la culpa la tendría la rutina que se había apoderado de ellos borrando la pasión, o posiblemente todo se debiera al drástico cambio de aires al que ambos se habían visto abocados de repente. Teniendo en cuenta que durante la adolescencia se veían a diario y ahora tan sólo un par de veces a la semana, podría pensarse que ese era ya de por sí un buen motivo para que la relación no marchase todo lo bien que debiera, pero no; María estaba segura de que no era ese el motivo. Ella sabía que el verdadero quid de la cuestión por el cual Fernando se mostraba tan frío y distante con ella tenía nombre propio: Estela. María conocía a Fernando desde hacía demasiado tiempo y demasiado bien como para pretender a estas alturas hacer castillos en el aire fantaseando con la posibilidad de que lo que les estaba ocurriendo tan sólo se tratase de una mala racha pasajera. De lo que no estaba tan segura la joven era de querer conocer toda la verdad; la sola idea de que Fernando pudiera abandonarla hacía que se sintiese terriblemente triste; además, María le quería tanto y estaba tan acostumbrada a él, que sabía que si esto llegaba a suceder algún aciago día, ella enloquecería de inmediato y sería capaz de cometer alguna tontería.



#6760 en Thriller
#2322 en Detective
#1240 en Novela negra

En el texto hay: novela, thriller

Editado: 26.11.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.