Juicios paralelos

3

Los padres de María, Lucía y Martín, eran dos personas totalmente corrientes, sin rarezas ni hecho alguno digno de mención en sus vidas. Se conocieron en su juventud, se hicieron novios y se casaron tras un noviazgo no demasiado prolongado. Lucía había vivido con sus padres en Suiza por espacio de siete años, desde la preadolescencia hasta el comienzo de su juventud. Cuando llegó a España, Lucía no conocía prácticamente nada de las costumbres de aquí, pese a que había sido instruida por sus primos españoles, que en realidad no tenía ningún vínculo familiar con ella sino que eran hijos de unos amigos íntimos de su padre, pero que intentaban ayudarla a integrarse mediante interminables cartas, en las cuales le contaban todo cuanto aquí se cocía, tanto en los ambientes juveniles como en los más adultos. Ella no solía darle demasiada credibilidad a dichos informes, dado que tenía la norma de no fiarse de la gente hasta que no la conocía bien, y a sus “primos”, pese a la amistad de su propio progenitor con los suyos, no los había visto más de un par de veces o tres a lo sumo, a lo largo de su existencia. De todos modos, cuando los padres de Lucía decidieron venir a España, tras pasar largos años en el extranjero y tener los bolsillos lo suficientemente repletos como para poder vivir holgadamente el resto de sus vidas, la joven acogió la idea con entusiasmo y con ganas esperando con el cambio dar un vuelco importante a su vida, que hasta ese momento había sido bastante… normal.

La familia llegó a España a mediados del mes de agosto de 1965. Lucía estaba a punto de cumplir veinte años y se había convertido en una atractiva joven que despertaba el interés de todos los chicos de su misma edad, además de por su atractivo físico, también por haberse convertido, sin pretenderlo, en la novedad de Carcaixent de aquellos tiempos. La indudable belleza de la joven, sumada al total desconocimiento que de ella tenía la gente, le otorgaban cierto aire de misterio e interés sobreañadido que a nadie le pasaba desapercibido. Los jóvenes corrían la voz los unos a los otros, exagerando cada vez más el aura de grandeza de Lucía, quien no estaba para nada acostumbrada a que la mirasen los chicos de ese modo tan descarado y lujurioso, y por ello empezaba a sentirse un tanto molesta ante este hecho pese al poco tiempo que llevaba en España. La joven comenzaba a plantearse si quizá no había sido tan buena idea haber venido a vivir aquí; ella estaba dispuesta a conceder un tiempo a sus nuevos compatriotas y comprobar si eran capaces de conseguir domesticar sus impulsos trogloditas, aunque esperaba que ese lapso de tiempo no se prolongase demasiado, o en ese caso sería ella quien haría las maletas y se marcharía de nuevo.

A medida que transcurrían las semanas, Lucía comenzaba a expresarse delante de sus convecinos, primero tímidamente, por ejemplo cuando iba a algún comercio para comprar algo y entablaba una breve conversación con el dependiente, y más adelante saludando a sus vecinos más cercanos. Ella era un joven muy simpática y de buena conversación y así lo demostraba día a día. La gente del pueblo comenzó a tomarle cariño, más si cabe al comprobar que Lucía hablaba perfectamente en español, cuando todos pensaban que al provenir de Suiza sólo sabría expresarse en francés; lo que ocurría es que ella, pese a utilizar a diario su idioma natal, había aprendido español en el colegio, y después, ya en su etapa de estudios superiores, lo había aprendido más a fondo y ahora dominaba muy bien el idioma. Un domingo por la tarde, Lucía paseaba junto a su vecina Inés; ambas tenían la misma edad y habían hecho buenas migas a base de coincidir a menudo por la calle e ir de compras a los mismos comercios. Pronto Inés había animado a Lucía para que saliese a dar un paseo de vez en cuando junto a sus amigas, a lo que ella había accedido de buen grado. Ese día, Lucía e Inés iban solas, dado que el resto de amigas no habían salido por distintos motivos. Mientras iban paseando, dos muchachos con edades parecidas a las de ellas las abordaron y les preguntaron descaradamente si podían acompañarlas.

Lucía miró a Inés buscando su aprobación y esta movió levemente la cabeza afirmativamente.

—Está bien, podéis venir con nosotras hasta que se haga la hora de marcharnos —Lucía habló con cierto tono autoritario.

—¡Muchas gracias! —contestaron al unísono los muchachos.

Los jóvenes pretendientes se llamaban Manuel y Martín, y como si todo hubiese estado preparado de antemano, Manuel e Inés se gustaron de inmediato, mientras que Martín no le quitaba ojo de encima a Lucía y viceversa.

Tras algunas citas dominicales en grupo, a las cuales acudían también el resto de las amigas, que poco a poco fueron dispersándose al comprobar que nada tenían que hacer ante las dos claras e incipientes relaciones que estaban formándose, Inés comenzó a salir algo más en serio con Manuel, mientras que Lucía hizo lo propio con Martín.

—Lucía, estoy completamente enamorado de ti —le confesó Martín cierto día, poco después de comenzar a salir juntos.

—¡Vaya, qué vergüenza!… —dijo azorada Lucía—. Debo decir que a mí me pasa lo mismo contigo.

Dulce y tímidamente, Martín cogió la mano de Lucía y, sin apenas atreverse, acercó sus labios a los de ella, que entrecerró los ojos accediendo de buen grado a ser besada por él. Los enamorados jóvenes se dieron un beso puro y breve, casi rozando la castidad, pero lleno de sentimiento.

Aquél fue el comienzo de una bonita relación de amor y respeto, que jamás a partir de entonces mermó un ápice. Lucía y Martín se quisieron y se amaron con sinceridad siempre y nunca se fallaron uno al otro. Un par de años después de comenzar su relación contrajeron matrimonio. La joven pareja se instaló en una casa muy céntrica que pudieron adquirir gracias a que Martín tenía un buen trabajo en una oficina bancaria, y Lucía, que era hija única, había recibido toda clase de ayudas por parte de sus padres, quienes estaban bastante bien situados económicamente. Lucía, por su parte, tuvo la suerte de poder convalidar sus estudios al llegar a España, así que, tras reciclar sus conocimientos mediante una especie de curso de adaptación para poder ejercitar como docente y dadas las buenísimas aptitudes que poseía para los idiomas, la joven pasó a formar parte de la plantilla de uno de los colegios de enseñanza privada de Carcaixent, para impartir en él clases de francés, asignatura obligatoria en esos tiempos. Este hecho contribuyó en buena parte a que la economía de la joven pareja se viera incrementada de manera sustancial desde muy pronto, por lo que jamás tuvieron que pasar estrecheces ni penurias por culpa del dinero, del modo en que las pasaban otras parejas de su generación que, quizá a causa de la escasez de trabajo, provocada en gran parte por la falta de progreso del país en general durante aquella época, carecían de oportunidades y a menudo se veían obligados a emigrar a otros países más prósperos para poder subsistir.



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En el texto hay: novela, thriller

Editado: 26.11.2020

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