K A R M A

8. El Tiempo Dirá Qué Seremos

8.El tiempo dirá qué seremos

 

No tenía noción del tiempo y espacio gracias a los fármacos que mantuvieron su cuerpo sedado, de lo aturdida que estaba su cabeza era como si no pasaran pensamientos por allí.
  No podía hacer otra cosa más que estar en la cama, sus muñecas estaban apresadas, llevaba puesto una pijama blanca, aquella habitación daba sensación de tristeza, desolación y te confirmaba que has llegado a un extremo, que has tocado fondo.
  Un sillón azul que lucía incómodo, unos cuadros con frases alentadoras que llegan un punto que las encuentras ridículas y deprimentes, una ventana con cortina negra tan oscura que no puedes percibir si es de día o de noche, rosas rojas secas en un jarrón vacío.
 
  Su mente era lenta y sobre todo en blanco, ese era el objetivo principal, que esté ahí un determinado tiempo evitaba algunos problemas, o mejor dicho los dilataba porque ellos vinieron igual, el desastre después del desastre fue peor.

  Una enfermera entra y le sonríe al verla despierta.

—Buenos días señorita.

  No responde debido al estado de confusión en el que se encontraba, la amable joven libera sus brazos mientras lee las indicaciones anotadas para tratar a la paciente, observa una cinta en su muñeca derecha, Sheila Russell, indica que se llama.

—¿Qué...— intenta hablar pero siente su garganta seca, la enfermera le acerca un vaso de agua y la ayuda a sentarse.

—Es normal que te sientas débil y sin fuerza luego estar un tiempo dormida en esta cama.

—¿Qué hago aquí? — habla aún con la voz apagada, toma un tensiómetro para verificarle la presión arterial.

—¿No lo recuerdas?— niega— ¿Sabes cómo te llamas? — sus ojos se van a la cinta.

—Sheila, supongo.

—Okay señorita Sheila pediré que le traigan algo liviano para que se alimente ¿Le parece bien? — se hundió de nuevo en su laguna, si le hubieran dado la chance de elegir entre quedarse en ese trance o saber la verdad, la primera opción parecía la mejor sin embargo huir no siempre es la respuesta.
 
  Durante el resto de los días continuaba aturdida debido a la medicación que le proporcionaban, la hacían caminar dentro de la habitación para que vaya recuperando la fuerza en las piernas debido a que estuvo bastante tiempo dormida, hablaba muy poco, varios especialistas la revisaron para constatar que no tenga ningún problema físico, no hacía preguntas pero ese vacío crecía día a día.

  El silencio de los largos pasillos blancos le daban sensación de frío, se abrazaba a si misma para tratar de reconfortarse, todo lo miraba con rareza, cierto miedo y sobre todo tristeza, y de ésta última es justamente de lo que está cubierta, solo que aún no lo sabe descifrar.
  De vez en cuando pasaban enfermeros sujetando personas que gritaban alteradas sacudiéndose para todos lados, le exaltaba el corazón del susto.

—No te preocupes, están aquí para ser tratados, como tú.

  Intenta reconfortarla la enfermera de apellido Reinhold que la lleva hasta el parque de un verde precioso, el día soleado pero fresco, las flores en su máximo esplendor, todo brillaba a excepción de ella que por razones que desconoce no puede sentir la paz que esa zona transmitía.
  La enfermera la acompaña hasta donde se encuentra quién espera por la señorita Russell.

—Permíteme que me presente...— habla mientras toma asiento— ... Soy Rachel Klose, seré tu psicóloga y también tendrás un psiquiatra que después conocerás.

  Se sentía algo incómoda ya que la terapia era al aire libre con algunas personas deambulando.

—Descuida, ellos no nos escuchan, están en su mundo. Ahora dime ¿Qué sentiste desde que despertaste?— pregunta la mujer de unos treinta y cinco años con una libreta en las manos.

—Tal vez si me dijera por qué estoy aquí pueda decirle cómo me siento porque cada persona que me atiende no sabe nada.

Negocia, la mujer niega.

—¿No recuerdas nada?— de nuevo la misma respuesta — No es momento Sheila, todo a su tiempo porque no sabemos cómo podrías reaccionar, así que responde mi pregunta es lo que importa ahora — juega con sus dedos mientras mira hacia todas partes.

—¿Quiere saber cómo me siento desde que abrí los ojos?—dice en un tono frustrado por no conseguir lo que quiere— Confundida, en blanco, no sé qué pasó pero puedo afirmarle sin ninguna duda es que siento un vacío aquí...— en forma de puño se apoya la mano en el corazón —... Una angustia que se siente como miles de balas atravesando mi cuerpo que solo causan dolor y no me matan, me desangro pero no muero, solamente sufro al desgarrarme pero sigo viva y eso parece ser lo peor de todo.

  Suelta limpiando sus ojos para evitar que sus lágrimas se escapen, todas esas palabras salieron naturalmente, como si su subconsciente hablara por ella lo cual la sorprendió.

— Sheila, ese bloqueo mental pareciera ser que se trata por un evento traumático, fue tan fatal para ti que tu mente encontró la manera de quitártelo pero no será eterno, en algún momento volverá y debes luchar para no cometer una locura.

 

[..]

Unos golpes en la ventana hacen que su cuerpo se remueva en el asiento. Arruga la frente y al ver al oficial parado allí se recompone. Baja la ventanilla.

—¿Sí?

Pregunta con la voz ronca. Destri y Pador gruñen al oficial y comienzan a ladrar desde los asientos traseros.

—Tranquilos.

Los calma y ambos hacen silencio.

—Disculpe señorita pero no puede estacionar aquí, hay un garaje y usted le tapó la entrada y la salida, me temo que debo infraccionarla.

—Es mi casa, oficial.

La mira con cierto desentendimiento.

—¿Qué hace aquí, durmiendo en un auto con dos perros, si esa es su casa?

—Me han desalojado con una denuncia falsa y temo que alguien entre a querer robarse mis cosas, entonces prefiero dormir aquí para cuidar de mi hogar.




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