—¡Cariño! —me lanzo, envolviendo mis brazos en su cintura, apoyo mi cabeza en su ancha espalda dándole mimos. Por dentro doy un suspiro de alivio al haberlo alcanzado—. ¿Me amas? — trato de que se olvide de llevar su mano a la manilla de la puerta de mi habitación y abrirla.
—¿Estas temblando? —esquiva mi pregunta y eso me duele, sé que estoy haciendo esto por un fin de no armar un caos, no obstante, duele que no responda.
Subo mis manos a su pecho, le doy besos por su cuello recordándole que lo amo mucho, de igual forma que él esquivo su pregunta. Sus manos grandes sacan mis manos de dónde estaban, voltea acortando el espacio que quedaba entre nosotros, posa sus manos en mis mejillas ¿me va a besar?, la pregunta queda flotando en mi mente al ver que no lo va hacer, ¿es por qué no tengo el cuerpo de modelo? ¿qué hace aquí si ya no le sirvo?, mi decepción se hace presente, pero la llevo a la basura de mis recuerdos inservibles.
—Bésame —le ordeno.
Su sonrisa se ancha al ver como pido con impaciencia una simple acaricia.
—Primero, déjame bañarme —indica, volteándose de nuevo hacia la puerta de la habitación.
—No es necesario —digo, por mi bien.
No me presta atención a mis palabras y me toca ejecutar el plan B. Respiro profundo con cuidado que sospeche del por qué lo hago.
—¡Ohhh, nooo! —exclamo asustada.
Puede ser muy imbécil, pero se preocupa cuando algo les sucede a sus seres más cercanos.
Logro que se volteé mientras que de reojo veo como la puerta se abre un poco. Ese leopardo estúpido, ¿se quiere morir o qué? Lo mato con la mirada de furia que le dedicó, puede que sea un leopardo astuto, yo soy una leona audaz, por lo tanto, me destacó mejor; sin embargo, me señala al hombre que espera una explicación de mi parte. Deseo tirarle todo lo que encuentre por mi camino para quitarle la maldita sonrisa que me enseña.
—Samara, ¿Qué te pasó? —me insiste, tocándome el abdomen dónde están mis dos manos como si me doliera algo.
—Creo que... creo que —su mirada me deja perpleja al observar cómo emana su preocupación a través de sus gestos— me llego la regla de cada mes —miento, cerrando mis ojos con la vergüenza que me carcome por dentro.
—¿Qué necesitas? ¿toallas o esa cosa pequeña que parece un tubo, pero es de... —sitúo mi dedo en sus finos labios para que se calle.
Basta con la vergüenza de decirlo a charlar sobre que necesito.
—Necesito solo ir al baño, me cambio y salgo. Tú solo espérame aquí, ya sabes privacidad —me excuso con una sonrisa nerviosa llena de incomodidad, a la misma vez que disimulo el miedo de oír la palabra No.
Se queda en silencio mirándome el rostro mientras que yo trato de dar mi mejor sonrisa, la cual sea agradable.
—Adelante —me señala la puerta de mi habitación—, necesitas privacidad—medio sonríe.
Se lo agradezco con un beso en la frente.
Giro la manilla para abrir la puerta dándole la espalda a quien no despega la mirada de mis movimientos, me giro para quedar de frente con mi chico que no mueve los pies de donde esta, camino sin girarme hasta quedar adentro de la habitación.
—No demoró —le aviso y cierro la puerta sin esperar nada más de su parte.
Me apego a la puerta deslizándome hasta quedar sentada en el piso con mis rodillas flexionadas, inclino mi cabeza hacia atrás respirando hondo por lo que casi se arma por mi culpa.
—¿Ya se fue? —espeta, el problema de ahora.
Ruedo mis ojos hacia arriba.
—La exorcista—dice, burlándose.
—¿Qué? —preguntó confundida.
Sonríe encaminándose a mi cama.
—No te atrevas...— advierto tratando de no elevar mi voz, pero aquel individuo se aprovecha de la situación —¿Qué te hice para que me jodas tanto? —indago, aguantando las ganas de gritarle.
Encoge sus hombros sin decir nada.
—Sal por la ventana —me mira como si estuviera loca—¡Mueve! —le ordeno.
Reparo que se ha duchado y ya no tiene ningún aspecto del asco, su cabello es lacio negro como el carbón, es un poco largo y cae de manera lisa a cada lado de su rostro, sus manos no son tan grandes aquellas demuestran una delicadeza fascinante; sus ojos son de un color azul oscuro al igual que el cielo nocturno, por más que el sol refleje su luz solar en el vidrio de la ventana que da directo en él, no logro ver ese color de forma más clara, al contrario, se torna más oscura.
—¿Qué carajos me estás viendo? —reclama.
Me saca de la hipnosis que tenía—. Nada—contesto, serena.
—¿Me crees estúpido? —vuelve a reclamar.
—¿No te lo dije? —hago un gesto de asombro, que lo colma de más furia.
Eso leopardo, saca el fuego que te consume.
—¿Samara? —me llama Freddy e interrumpe mi diversión.
Analizó que hacer con estas dos bestias en mi casa.
—Anda duendecilla, yo salgo por la puerta —lo acribillo con la mirada, ignorando la estupidez que dijo.
Camino de un lado a otro pensando como entro al chico que espera afuera mientras sacó al intruso degenerado. No puedo romper lazos con Frederick, es la única persona que tengo aquí en Los Ángeles, si lo pierdo moriré en el piso de este departamento, tengo mucho que luchar para dejarme caer por tonterías. Obvio que dirán que puedo sola sin necesidad de Freddy, pero mierda ahora no estoy lista.
Visualizo al leopardo que esta de espalda mirando la ventana, su cuerpo demuestra que no está tenso, al contrario, está sereno, su paz no me ayuda en nada.
Sé muy bien que, si abro esa puerta, Frederick se convertirá en una pantera sin estragos, sin prejuicios que le impidan atacar a su presa y no puedo permitir eso.
Yo no soy Tarzán para tratar con estas dos bestias de diferentes rangos. No soy una doctora de animales para saber cuáles son sus debilidades y fortalezas sacando un análisis de quien pueda ganar y quien salga herido curarlo.
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Editado: 03.10.2022