Poema LXIV

 Espuma. Llanto errante de una sirena muerta, sirena que dio su lengua a las brujas a cambio de ojos que jamás la miraron.

 La espuma se esparce a mis pies en tanto camino en la playa, y lo escucho, el llanto, el grito desgarrador de un alma despreciada que vaga solitaria por las aguas, con la esperanza de un lugar hallar en el que pudiese morir en paz.

 ¡Mi querida niña! ¿Pero quién te hizo esto? ¿Quién es el ciego que dejó marchitar tan bella flor? ¡Oh! ¡¿Pero por qué lo hiciste, querida mía?! ¿Pero por qué entregaste tu alma por alguien que ni interesado estaba en pagar el precio, alguien que solo una juerga buscaba, alguien que lo último que merece es una lágrima de tus ojos?

 ¡Oh, marineros! ¡Vosotros no sabéis cómo amar al amor! ¡¿Cuántas musas de los mares han de volverse polvo por vuestra soberbia?! ¡¿Cuántos labios de anís pretendéis quemar en ilusiones, eh?! ¡¿Cuántos?! ¡¿Cuántos de esos labios pretendéis seducir con ese, su falso encanto, solo para atraparlas en tan frío desfile, desfile para vuestro gozo, vuestro ego, vuestra nula empatía?! ¡¿Cuántos?! ¿Cuántos? ¿Cuántos, señores, cuántos? ¡¿Cuántos de esos labios vais a arrojar a las fauces de Caribdis, fauces pestilentes como el aliento del Kraken, demonio viejo, rey de los muertos, labios de carne inocente que lloran desconsolados por su corazón hecho trizas?! ¿Cuántos? ¿Cuántos, señores? ¿Cuántos? ¡Decidme cuántos!

 ¡Señores, no sois más que unos infames! ¡Unos infames! ¡No merecéis llamaros marinos si no sois capaces de amar como una mujer merece! ¡No merecéis las aguas que navegan si no sabéis que a una dama se debe brindar más que una caricia a su piel desnuda! No merecéis rozar la piel de las aguas, pues parecierais ignorar que la mar también es una mujer, pero como puede azotarles de un oleaje si os ponéis necios, vais por la más cándida, ¿no es verdad? ¡Cobardes!

 ¡Marineros, volved al puerto y aprended a amar! Ya habéis causado bastante daño recorriendo los mares en aquellos navíos de clara ignorancia.