Kami - 2

El regreso de Hikaru

El regreso de Hikaru

El Aeropuerto Internacional Jorge Chávez está envuelto en la actividad constante de pasajeros y sus maletas, el ir y venir de viajeros que se cruzan sin prestar atención a los rostros desconocidos a su alrededor. Pero para Hikaru, este lugar es más que un simple punto de tránsito. Es el umbral entre el caos y la calma, entre la incertidumbre y la seguridad del hogar. Después de un viaje que parece interminable, tanto por las horas en el aire como por las tribulaciones que ha dejado atrás en Tokio, el avión finalmente toca tierra en Lima.

Mientras el avión rueda hacia la puerta de embarque, Hikaru se permite un suspiro de alivio, aunque su mente sigue inquieta. Los últimos meses en Tokio han sido una mezcla de nostalgia, tensión y peligro, una etapa de su vida que ansía dejar atrás. Ahora, la perspectiva de ver a Ana María, de sentir su abrazo y oír su voz, es lo único que le importa.

Camina por los largos pasillos del aeropuerto, arrastrando su maleta con una mano mientras con la otra ajusta el abrigo sobre su hombro. Las luces fluorescentes y el eco de los anuncios le son familiares. tras pasar por inmigración y recoger su equipaje, se dirige hacia la salida. Cada paso lo acerca más a su mujer, a su hogar.

Al cruzar las puertas automáticas hacia el área de llegadas, Hikaru la ve. Ana María está de pie entre la multitud, y a pesar de la muchedumbre, sus ojos se encuentran de inmediato. Ella lo ve

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primero, y en su rostro se dibuja una sonrisa que desborda emoción. No hace falta decir nada, no hace falta nada más que esa conexión a través de la distancia de unos pocos metros que pronto se acortará.

El tiempo parece detenerse cuando Hikaru acelera el paso hacia ella. Deja caer la maleta a un lado y abre los brazos justo cuando Ana María corre a su encuentro. Se abrazan con fuerza, un abrazo que habla de todo lo que han pasado separados, de las noches de soledad y las mañanas vacías, de las palabras dichas a través de una pantalla que nunca son suficientes.

—Te he extrañado tanto —susurra Ana María con la voz quebrada, aferrándose a él como si temiera que pudiera desvanecerse.

—Y yo a ti —responde él, apretando su rostro contra el cabello de ella, respirando el aroma familiar que le devuelve la calma que tanto necesita.

Se quedan así durante un momento que ninguno de los dos quiere medir, solo sintiendo la presencia del otro, el latido de sus corazones sincronizándose de nuevo. Lentamente se separan lo justo para poder mirarse a los ojos. Los de Ana María están llenos de lágrimas no derramadas, y los de Hikaru, aunque cansados, brillan con una fuerza que solo ella puede captar.

—Estás aquí —dice Ana María, casi como si necesitara reafirmarlo, con sus manos recorriendo el rostro de Hikaru, asegurándose de que es real.

—Estoy aquí —afirma él, tomando sus manos entre las suyas—. He vuelto a casa.

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Con las manos entrelazadas, comienzan a caminar hacia la salida del aeropuerto, dejando atrás el ruido y el bullicio, adentrándose en la noche de Lima. Afuera, el aire cálido los envuelve, y mientras se dirigen al coche, ninguno de los dos suelta al otro, como si cualquier espacio entre ellos fuera un abismo demasiado grande.

Después del emotivo reencuentro en el aeropuerto, Ana María y Hikaru se dirigen al estacionamiento donde ella ha dejado el coche. Caminan de la mano, sintiendo el calor de la conexión que han recuperado tras meses de separación. El ambiente en el aparcamiento es más tranquilo, un contraste con la intensidad del aeropuerto. Hikaru toma el equipaje y lo coloca en el maletero, mientras Ana María se acomoda en el asiento del conductor.

El trayecto hacia su casa comienza, y mientras Ana María maniobra el coche por las calles de Lima, él observa el paisaje que tan bien conoce. Los edificios, las avenidas y las luces de la ciudad le resultan familiares, pero después de tanto tiempo en Tokio, todo le parece nuevo de alguna manera. Las calles llenas de vida, el caos del tráfico, las voces de la radio en español, todo es un recordatorio de que está en casa.

—¿Cómo fue el vuelo? —pregunta Ana María, intentando romper el silencio que ambos han dejado crecer, un silencio cómodo pero lleno de cosas por decir.

—Largo y agotador —responde con una sonrisa cansada—. Pero todo eso desapareció en cuanto te vi.

Ana María sonríe, manteniendo los ojos en la carretera mientras el tráfico denso los obliga a avanzar. A pesar de la congestión, Hikaru no se impacienta; en cambio, se encuentra disfrutando del recorrido. Cada esquina, cada cartel luminoso, cada tienda y

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restaurante le trae recuerdos de los años que ha pasado aquí con su esposa.

Conversan sobre cosas cotidianas, sobre cómo ha estado Ana María, sobre el trabajo en Tokio, y sobre lo mucho que ambos se han extrañado. Hikaru se concentra en esos detalles, en la normalidad de la charla, permitiendo que el confort de la rutina lo envuelva, aunque en el fondo de su mente late la sombra de lo ocurrido en Tokio.

Finalmente, llegan a su lujoso apartamento, un lugar que Hikaru ha echado de menos más de lo que se atrevía a admitir. Al entrar, contempla el amplio salón, decorado con un gusto exquisito que refleja tanto su éxito como la influencia de Ana María en cada rincón. El ambiente es acogedor, y Hikaru siente que ha recuperado algo más que un espacio físico; ha recuperado un pedazo de sí mismo.

—He preparado algo especial para cenar —dice Ana María, interrumpiendo sus pensamientos—. Quería darte la bienvenida como te mereces.

Él sonríe y asiente, agradecido por el esfuerzo que su esposa ha puesto en este momento. Mientras él se acomoda y se cambia de ropa, Ana María termina de preparar la cena en la cocina, el aroma delicioso llena el apartamento. Cuando todo está listo, ambos se sientan a la mesa, iluminados por la suave luz de las velas que Ana María ha dispuesto con cariño.



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En el texto hay: japon, cultura japonesa, tokio

Editado: 28.08.2024

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