Los días en la filial de Tokio han pasado rápidamente para Hikaru, y con cada jornada, se ha ido acoplando a la nueva dinámica laboral, encontrando un equilibrio entre su herencia cultural y su experiencia internacional.
Este sábado, sin embargo, su agenda profesional da paso a
una celebración familiar: la boda de su prima.
Hubiera deseado que Ana María estuviera a su lado, pero la premura
del evento y la distancia hicieron imposible su asistencia. Aun así, se viste con un traje formal tradicional, sintiendo la ausencia de su esposa, pero también la amabilidad de la familia que le rodea.
La ceremonia se lleva a cabo en un templo ubicado en el sereno parque Yoyogi, un oasis de naturaleza y tradición en medio del bullicio de Tokio. Al llegar, se ve inmediatamente transportado a un mundo donde la espiritualidad y la belleza se entrelazan. El recinto sagrado es un tributo a la arquitectura sintoísta, con su techo de madera curvado y su puerta tori que marca el umbral a un espacio sagrado.
Los invitados, ataviados con sus mejores kimonos y trajes, conversan en un murmullo de expectación. Hikaru saluda a sus parientes, intercambiando reverencias y sonrisas. Siente un ligero estremecimiento de orgullo al ver a su familia unida para honrar la unión de su prima.
La ceremonia comienza con la entrada solemne de la novia, vestida con un shiromuku, el kimono nupcial de color blanco que simboliza su
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pureza. La emoción se refleja en los rostros de los presentes, una mezcla de alegría y solemnidad que solo estos momentos pueden evocar.
Los rituales sintoístas se suceden con una coreografía que parece tan antigua como el tiempo. Las ofrendas a los kami, las plegarias, y el intercambio de sake simbolizan no solo la unión de dos personas, sino también la armonía con el mundo espiritual. Hikaru se sumerge en cada detalle, en cada gesto cargado de significado, sintiendo una conexión profunda con sus raíces.
Cuando la pareja realiza el san-san-kudo, bebiendo tres copas de sake de distintos tamaños, la comunidad celebra el compromiso de los novios con aplausos discretos.
La ceremonia concluye y la celebración se traslada a un banquete donde la alegría se desborda. Hikaru brinda por la felicidad de su prima, por la salud de su familia, y en su interior, por el amor que siente por Ana María.
La alegría de la boda sintoísta en el templo Yoyogi se desplaza junto con los invitados al corazón de Ginza, donde el banquete de nijikai se celebra con gran esplendor. Luces suaves, mesas elegantemente adornadas y risas que se mezclan con la música suave crean una atmósfera de festividad y camaradería. En el restaurante, cada detalle refleja el lujo y la sofisticación del distrito más famoso de Tokio por su moda y su exclusividad.
Hikaru, disfrutando del ambiente y de la compañía de su familia, percibe el toque ligero de una presencia a su lado. Se vuelve para encontrarse con un hombre de mediana edad, vestido con una etiqueta impecable, que le saluda con una reverencia profunda y respetuosa. A pesar de que su rostro no le resulta familiar, Hikaru responde con igual cortesía.
El hombre extiende un sobre cerrado hacia él.
—Para usted —dice con una voz calmada y un ligero brillo en sus ojos.
Hikaru, sorprendido, asume que debe ser una formalidad o un gesto de cortesía relacionado con la boda.
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—Muchas gracias —responde, aceptando el sobre con una ligera inclinación de cabeza. En ese momento siente curiosidad, pero la etiqueta y el momento le impiden abrirlo de inmediato. Piensa que podría ser una invitación a un evento futuro o quizás un agradecimiento por su asistencia a la boda.
Con un asentimiento, guarda el sobre en el bolsillo interno de su chaqueta. Se despide del misterioso invitado con otra reverencia, y el hombre se retira discretamente entre la multitud.
La velada continúa con risas, brindis, comida exquisita, música y el compartir de anécdotas familiares.
La noche en Tokio comienza a ceder ante la proximidad del amanecer cuando Hikaru regresa al hotel Keio Plaza. La boda ha sido un evento inolvidable, una danza de tradiciones y afectos que, sin duda, quedará grabada en su memoria. Se siente agradecido por la oportunidad de reconectar con su familia y ser testigo de la unión de su prima en el sagrado ritual sintoísta.
Ya en su habitación, se quita la chaqueta y sus dedos encuentran el sobre. Se sienta en el borde de la cama. Las palabras del misterioso invitado resuenan en su cabeza. Siente curiosidad y lo abre de inmediato.
La nota dentro del sobre es concisa, sus palabras cortan el silencio con la precisión de una hoja afilada: "Tienes que cumplir ahora tu parte. El cadáver está en el sitio convenido. Solo tienes 3 días. Después recibirás el otro 50% del dinero". Hikaru se queda inmóvil con el papel crujiendo entre sus dedos. Su mente, habitualmente serena, se sumerge en un instante en un torbellino de confusión. Vuelve a leer la nota, una y otra vez.
No hay nada en su vida que lo relacione con las sombras del submundo que la nota insinúa. “Un error, tiene que ser un error”. Pero la gravedad de la situación se asienta en él con un peso abrumador. Alguien, por alguna razón desconocida, lo ha confundido con otra persona, implicándolo en una trama que está muy lejos de su realidad.
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Debe aclarar este malentendido, desentrañar la identidad del desconocido que le entregó el sobre y alertar a las autoridades si es necesario. La confusión que lo envuelve requiere de una mente clara y una acción decisiva. Sabe que el tiempo es esencial y que cada minuto cuenta en una situación tan crítica. Cada segundo que pase sin resolver este enigma podría tener consecuencias imprevisibles. Su viaje a Tokio ha tomado un giro inesperado y peligroso.