«Illapa, Kajya, Kasa, Para, Waira, Riti y Chijchi …
Rayo, trueno, helada, lluvia, viento, nevada y granizo. Hijos míos, es hora de reclamar nuestra casa»
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*** Las fuerzas marinas han sido movilizadas y se encuentran en posición para el rescate de los sobrevivientes de la isla. A partir de esta noche, iniciaremos operaciones aéreas para garantizar la seguridad y el bienestar de aquellos atrapados. La solidaridad y el trabajo conjunto son fundamentales en momentos como este. Juntos, superaremos este desafío y garantizaremos que ningún ciudadano quede atrás. Gracias.***
Las palabras salían de una radio de una minivan escolar en movimiento en el pequeño desierto de la isla en plena noche. Tenía varios golpes en la parte delantera y sus ventanas trasera tapadas por periódicos.
Su radio apenas se escuchaba al exterior, pero la emoción que salía de la boca de ese grupo de oficinistas hizo eco.
— Todos callense — dijo un hombre en el volante, cuando volteo al grupo.
Aunque no lo escucharon y siguieron con la alegría, ese ambiente se vio interrumpido cuando una gran ventisca empujo la minivan. Rodando por la arena hasta que terminó revolcada con las llantas al cielo. En silencio por un largo tiempo, hasta que una mujer salió a gatas, lleno de heridas y sangre viajando por su rostro.
Una mujer que boto sangre. Peleó con fuerza por unos segundos, hasta que más sangre salió de su boca.
Estaba a punto de rendirse, cuando escucho:
— Te ayudaremos.
Eran tres hombres. Tres curas.
— Ven con nosotros.
Ella ni siquiera lo pensó, estiró su mano para ser rescatada, mientras que a unos metros de ellos, una serpiente desaparecía bajo la arena.
Mientras tanto, en la seguridad del carro de Andrés. Se escuchaba al doctor hablar por la radio, junto a un poco de estática que sólo hacía crecer la incertidumbre en la vaga expresión cansada de cada uno.
“Antonio Rodriguez vino a mi casa el día de ayer. Por cierto, no vengan, escapen. Antonio, con treinta años, parecía de buena salud, sin ninguna enfermedad visual o las que no, sin trastornos y comía bien. Pero, aún con eso, se convirtió en un monstruo”
“ Estoy empezando a creer que no se trata de un virus. Tal vez es hipocondría compartida, pero … a decir verdad, Antonio por horas había estado hablando consigo mismo, no sé si tenía alucinaciones. Pero, una hora antes de convertirse, estuvo viendo a la nada y luego, sangro por los ojos y nariz”.
“Tengan cuidado con quienes tengan estos síntomas: hablar solo, ver a la nada, cuando la nariz o sus ojos sangran y sobre todo, nistagmo. Es cuando los ojos se mueven rápido. Si alguien está con ustedes y tiene alguna de estas condiciones, corran lejos … ¡NO! MIERDA, antonio quiere entrar”
Después de sus palabras, la estática volvió. Siendo apagado en segundos. Mientras el carro avanzaba por las calles descuidadas y rotas de la ciudad. Daniel, que dejó de ver la radio, volvió con su tía. Concentrada en las primeras calles de la ciudad.
— ¿Escucharon eso? — preguntó ella, regresando a la ventana.
— ¿Qué cosa? — Daniel apretó sus puños con cierta confusión y tal vez, miedo.
En el momento que el carro pasó por una calle, Kaia se veía más interesada. Viendo hacia un monstruo ocupado comiendo del cuerpo de otro monstruo más pequeño.
« Si era un monstruo » pensó ella, mientras un agudo sonido cubría su oído. El normal tinnitus pegado en su oído, parecía una señal que empezó a recaer cuando se alejaron de esa ruta.
« ¿Cómo pude escucharlo? » Estaba a punto de encerrarse en su mente, cuando escucho a Andres hablar.
— De acuerdo, haremos esto.
De pronto, la voz de Andres la hizo voltear.
— Busquemos algo que comer y luego, nos iremos al puerto San Marco — explicó — Nathaniel y yo iremos al supermercado. Kaia, te confió el carro. Y tu, Nath. La carabina. Recuerden que las pistolas están atrás.
Andres entregó el arma, y la mano del castaño dudó por unos segundos mientras se acercaba a tomar.
Ese movimiento fue visto por Daniel, una simpleza en pleno apocalipsis, que su joven mente logró comprender. Pero no dejaba de tener miedo, por no volver a su hogar en la capital.
De pronto, sacudió su cabeza.
De algún modo, se sentía mal. Durante mucho tiempo pensó en saciar su curiosidad sobre los misterios de la isla, pero cada día que pasaba en esa mísera llamada nueva realidad, su curiosidad era reemplazada por agobio y arrepentimiento. Se encontraba entre la espalda y la pared. Personas convertidas en monstruos y una bruja que quería a Kaia.
Pero, ¿Por qué? Era su pregunta, porque una leyenda como esa iba en contra de esa persona tan especial para él, esa persona que le enseñó a correr y crear esas raras ideas que lo convirtieron en un intelectual.
« No es justo. »
Después de unas horas, Kaia posaba sus manos en el volante de cuero a la espera de Andres y Nathaniel. Ambos en busca de comida en el interior de ese supermercado, Andres en la zona de procesados y Nathaniel, guardando en secreto los pocos ajíes en buen estado.
— Señor Andres, tal vez deberíamos empezar a plantar frutas — dijo el castaño, mientras guardaba ajíes en una bolsa.
— ya te dije que me tutees — respondió enseguida, mientras guardaba cuatro latas y caminaba a él — por cierto, necesito hablarte de algo importante.
La mirada de Nathaniel se volvió atenta. La seriedad de Andrés lo dejó intranquilo. Asintió y tragó saliva, preparado.
De repente, el claxon del auto sonó, resonando como una sirena en la quietud del supermercado. Antes de que pudieran reaccionar, los muros traseros del edificio se quebraron con un estruendo ensordecedor. Dos monstruos gigantes se enzarzaban en una feroz pelea, desgarrándose extremidades entre sí. Fragmentos de concreto y estanterías volaban por los aires mientras la sangre de los monstruos manchaba las paredes y los productos.