Kelpie

1. El despertar de la muerte

 Siempre creí que había algo extraño en los pantanos. No sabría decir si era por su exótico encanto o por la nube siniestra que siempre parecía cubrirlo todo.

 Pero tenía claro que aquel lugar estaba vivo. Como si fuese un enorme dragón cuyas alas se manifestaban a través de las aves de la zona y sus brazos y piernas eran los manglares cuyas raíces se incrustan en el agua rojiza que fluía por su cuerpo. Cada día y cada noche le oíamos respirar a través de los caimanes que se ocultaban bajo el fango. La mayor parte de Atchafalaya es, en efecto, una monstruosa criatura que espera en silencio para acabar contigo.

 Y, aún sabiendo esto, no nos importaba interrumpir su calma.

 La piedra rebotó cuatro veces en el agua turbia creando así, en cada golpe, suaves ondas a su alrededor. El sonido del chapoteo creó en ese momento una sensación relajante que se propagó por el aire espeso de principios de agosto. El pantano en esa época del año era sofocante, con su brisa abrasadora y el agua que apenas aportaba alivio.

 Aun así ninguno de nosotros desaprovechó la ocasión de sentarnos sobre las rocas cubiertas de musgo mientras hablábamos de cualquier cosa.

 Era una costumbre un poco extraña para tres chicos que acababan de cumplir la mayoría de edad pero en ese lugar no había sitio a donde ir. En la pequeña localidad de Ramah todos conocían a todos de forma que hasta la persona menos entrometida podía saber al instante lo que había acontecido al otro lado del lugar.

 Por ello era bastante extraño que nadie supiese de nuestras costumbres y tradiciones cada sábado. Y lo era aún más sabiendo que mis dos amigos no pasaban desapercibidos para nada.

 Bruce Ross tenía más apariencia de matón de pueblo a pesar de su carácter. Con un total de veintitrés tatuajes y piercings por todo su cuerpo provocaba que mucha gente evitase pasar por su lado. Aunque la realidad era que más de una vez nos lo ha hecho pasar mal con sus horribles chistes y su excesiva positividad.

 Syed, por el contrario, era más de un humor negro. Con una multitud de tics nerviosos que podían ir desde el típico gesto de colocarse las gafas hasta su manía de doblar la página a la mitad para marcar una lectura.

—¿Sabéis que tiene de especial este lugar? —preguntó Bruce.

—¿Qué? —respondí sin interés.

—Nada.

 Syed puso los ojos en blanco como tantas veces hacía cuando el moreno abría la boca.

—Gracias por aclarárnoslo —dijo éste con sarcasmo— no sabía que este lugar es sólo un trozo de tierra que huele como la mismísima mierda.

—Tampoco está tan mal —comentó Bruce— por lo que yo sé, no nos vamos a morir por vivir aquí.

—¿En serio?, ¿realmente? Creo que la putrefacción ha comenzado a corroer tu cerebro.

—Sólo digo que Ramah no está nada mal, hay mucha más mierda en el planeta.

—Como la que hay en tu cerebro.

 Bruce ignoró por completo su comentario y comenzó a divagar como solía hacer cada vez que tenía la oportunidad.

— Además, se supone que vivimos en un lugar decentemente misterioso. ¡Quién sabe! A lo mejor hay un Kraken viviendo a escasos metros de nosotros.

—O quizás deberíamos acompañarte al loquero más cercano —le rebate Syed.

 Cansado de sus habituales discusiones, me quedé callado mientras dejaba que los dos se insultasen hasta desahogarse. Cuando me di cuenta de que la cosa iba para rato, comencé a caminar hacia la camioneta.

—¡Adam!

—¿Qué? —les contestó sin darse la vuelta para mirarlos.

 Escuchó como ambos corrían hasta llegar a su altura sin aliento. Parecía ser que la idea de pasar la noche en el pantano pudo más que su deseo de seguir echándose mierda el uno al otro. Él era el único que podía conducir legalmente así que no les quedaba otra opción.

—¿Te pensabas ir sin nosotros? —preguntó Bruce.

—Tal vez —contestó, aunque no sería la primera vez que se viera obligado a ello.

 Sonrió divertido ante el recuerdo de Syed y Bruce completamente cubiertos de barro y un cabreo de cojones. Era una escena que se había repetido más veces de las esperadas y aun así no parecía convertirse en una anécdota lejana. Las ruedas de la camioneta apartaban las plantas de su camino a medida que salían del pantano.

La Cuenca Atchafalaya es el mayor pantano de EEUU. Estaba repleta de caimanes, serpientes tanto de tierra como acuáticas, y multitud de mamíferos que podían ir desde un oso negro hasta un águila calva. Y nosotros teníamos la suerte o la desgracia de vivir a tan sólo veinte minutos de esas grandes extensiones de lodo y vida salvaje.



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En el texto hay: asesinatos, sirenas, terror

Editado: 08.09.2019

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