Ayer y hoy no pude leer el libro y la curiosidad me está carcomiendo por dentro, esperaba acabarlo a más tardar mañana, pero entre la enseñanza y observar a Teresa cómo lleva la librería me ha consumido el tiempo que estuve allá, así que solo me dediqué a observar con deseo el libro desde el mostrador.
Mañana es el gran y aterrador día. Tengo que tranquilizarme, respirar hondo y confiar en mí, si Teresa me confió el trabajo de su vida es porque puedo hacerlo. En el fondo, sé que es así, pero mis antecedentes no me ayudan mucho, no logró afirmar la seguridad de que puedo realizar cualquier cosa que quiera, aunque… de alguna manera tengo que cambiar eso.
-¡No mamá! Ni siquiera me dejan elegir –protesta Sebastián-. Alanna si puede hacer lo que quiere, pero yo no. Pero claro, como es su hija adorada yo me tengo que poner a entregar los domicilios, porque la niña decidió hacer otra cosa.
-¡YA BASTA! –grité-. Llevas más de diez minutos quejándote desde tan temprano, por qué no mejor te pones a estudiar y a trabajar. Yo no me voy de vacaciones, voy a trabajar al igual que tú. Deberías ser más considerado, llevas un año de atraso en la universidad, un año de más que mis papás han pagado –la sangre me hierve, estoy realmente molesta con su actitud-. Nuestros padres –enfatizo- nos han sacado adelante con sudor, cansancio y mucho esfuerzo para que te pongas a pelear por repartir domicilios en la tarde, ¿te da pena o qué? Al menos en manera de agradecimiento con ellos, podrías aportar de esa forma. ¡Madura de una vez por todas!
Las palabras fluyeron como si no hubiera nada más, no hubo necesidad de pensar dos veces lo que debía decir en respuesta a sus quejas. Siempre que tiene la oportunidad reprocha cada cosa, reprochando por tener que ayudar en el restaurante o aquí en casa, como si fuera lo peor del mundo. Es como si tuviera un fastidio total por ayudar, me saca por completo de quicio, me enojada.
Creí que había dado por hecho que yo no estaba entrometiéndome, pero mi subconsciente me traicionó. De verdad tenía mucho que decirle a Sebastián, se acumularon burlas, excusas, acciones, y hoy el vaso se rebosó, me harté de la misma situación, de su desgano por ayudar a mis padres y la manera en cómo se refiere a mí.
Es un niño, no ha madurado nada, cree que todo le llegará fácil cuando en realidad no es tan simple como cree. No estará por ahí con una casa gigante y su mundo rosa, trabajando solo las horas que le plazcan sin haber tenido que sudar primero y matarse la espalda.
-¡Tú no tienes por qué decirme nada! Eres mi hermana menor -me contesta con rabia-. Más respeto.
-Deja de hablarme como si fuera menos que tú, eres machista. No pretendas que te respete si tú nunca me has respetado a mí, siempre que tienes oportunidad te burlas o me miras con desdén.
Me mira con odio, sube al segundo piso y cierra la puerta de un portazo.
-¡Ese grosero! Ahora arreglamos -grita mi mamá con rabia. Luego, su mirada se suaviza-. No debiste hablarle así.
Pensé que me regañaría. Su rostro estaba realmente enojado, pero por el contrario, me habla con normalidad.
-Sé que es cierto -continúa-. Debías decirselas, pero no de esa forma
-Lo siento mami. Es que es desesperante.
-Lo sé –me abraza-. Cuando vuelvas, intenta hablar con él, ya estarán calmados.
Asiento y me despido. Luego, voy a despedirme de papá que está afeitándose. Me desean suerte, tomo mi abrigo, el gorro y mi bolso. Quiero llegar a tiempo para despedirme de Teresa.
-¿Y si lo hecho a perder Teresa? –el miedo se siente en mi voz.
-No Alanna. Confío en ti, yo sé que puedes –dice con seguridad y me toma de las manos-. Te he visto crecer durante seis largos años y estoy segura de la chica con la que dejo a cargo el trabajo de la mitad de mi vida.
Me abraza y siento su aroma, el mismo que ha tenido desde que la conocí. Reconocería siempre ese olor, me trae recuerdos, me transporta, me hace sentir bien.
-Te quiero mi niña –me mira y sus ojos se cristalizan-. Me mantendré en contacto.
-También te quiero, pero no llores. Por favor.
La vuelvo a abrazar. Mis ojos comienzan a llenarse de agua. También voy a llorar, serán al menos dos meses sin ella aquí. Se sentirá extraño no verla. Saber que al llegar, no me recibirá con una enorme sonrisa, que no observaremos detenidamente los gestos y mañas de los que se sientan a leer, las cartas que guardan y los chismes que escuchamos sin querer. Las charlas que teníamos una vez a la semana, los consejos y el compartir una taza de café o chocolate recién hecho.
-Te echaré de menos.
-Yo igual Ann. Toma –rebusca en la chaqueta y saca el llavero-, aquí están las llaves de la tienda, de la caja y de la casa. Puedes entrar a mi casa si gustas, sabes que también es la tuya.
Las tomo. Todas están marcadas y hay dos de cada.
El taxi llega y le ayudo a subir la maleta. Nos despedimos una vez más. Me quedo viendo como el auto se aleja y se incorpora en la carretera.
Finalmente se marchó. Tendrá un final de año hermoso. Conocerá a su nieto, se ocupará con los baños de agua tibia, lo cargará y dormirá. También, tendrá una larga charla con su hija, llorarán y se animarán, le dirá que siempre estará para ella. Disfrutará cada día en Francia. Espero que se divierta mucho.
Pero es momento de comenzar.
Volteo la vista hacia el letrero de la librería. “Librería y café mundos extraordinarios”. Recuerdo el día que le pregunté por qué le puso ese nombre. Su respuesta romántica y concisa como siempre: “Cada libro esconde un mundo creado por personas con formas fantásticas y únicas de ver la vida, de percibir todo lo que les rodea. Y cada una de esas cabezas, es un mundo”.
Tiene razón, cada cabeza es un mundo, una galaxia entera, con una imaginación enorme, capaces de hacerte ver lo que ellos quieren, mostrarte con palabras otras maneras de ver el mundo, para enseñarte que no todo es lo que parece, devolverte la esperanza y transportarte a lugares que nunca imaginaste.