Ha pasado ya una semana desde que la librería está a mi cargo, desde que Teresa se marchó.
La extraño. Es imposible no hacerlo. Cada vez que llegaba me encontraba con una gran sonrisa o un abrazo cálido de su parte. Tenía con quien platicar sobre la insensibilidad de los alumnos de bachillerato y los estereotipos en las mujeres.
Las risas que nos inundaban por las tardes, acompañadas de café, observando el atardecer y todos aquellos que transitan apurados, disfrutando, en compañía o andaban de compras. Hacía que los momentos en los que el mundo dolía, fueran más llevables, las sonrisas interminables aliviaban el peso de la roca que había en el pecho y al volver a casa, a la escuela o la universidad, se respiraba otro ánimo, la vida pintaba más bonita.
Aun así, ella está disfrutando, apuesto a que debe estar muy feliz, esos aires renovarán sus energías, inmortalizando cada instante como una fotografía que nunca se desgasta, en su memoria.
Ya tiene que estar en Francia y probablemente ya fotografió la torre Eiffel con su hija y el bebé, visitará la Catedral de Notre Dame o el Museo de Louvre. Degustar un verdadero croissant o el tan conocido Ratatouille.
¡Ay que envidia! Algún día yo también viajaré a donde quiera. Pero realmente me alegro por ella.
Por otro lado, me sorprende lo bien que me ha ido aquí, aunque en ocasiones me es necesario consultar las notas, me pierdo por ratos en cuanto a los pequeños detalles, no es mucho en realidad, pero me siento muy orgullosa de mí por lo bien que lo he hecho. Sin embargo, la torpeza vive en mí a flor de piel así que, tengo que ser cuidadosa y seguirlo al pie de la letra para no cometer errores o dejar algo sin hacer.
No ha vuelto por aquí. ¿Será que no le gustó el libro que leyó ese día? ¿O no le gustó la librería y se fue a otra? Pero no creo, estaba muy concentrado, es raro. Realmente quiero saber de donde lo he visto, tenía la esperanza de verlo más. Podía haber hecho un amigo lector, creo que lo necesito ya que Teresa no está, me encuentro en vacaciones y sin… amigos.
-De todas las palabras que hay en esas páginas, ¿ya descubriste cuál es la “esa sencilla palabra” que le da sentido al libro?
Es él. Se sentó a un lado del mostrador, con las manos cruzadas mirándome bajo su gorra negra con una pequeña sonrisa. ¿Acaso lo convoqué aquí? Justamente pensaba en él y ¡pum! aparece...
Hoy va menos de negro, pero sigue con los mismos aires que la otra vez.
-Ehh… -digo sin poder organizar las palabras en mi cabeza.
¿Qué me pasa?
Esto es ridículo, ¿acaso mi capacidad lingüística se ha ido a la basura o qué? Tengo un gran vocabulario gracias a haber leído tanto y frente a él no soy capaz de mencionar ninguna palabra. Solo puedo quedarme viéndolo al rostro.
¿Acaso tiene poderes hipnotizantes?
Es solo un chico… un chico común y corriente.
-Aun lo estoy averiguando -respondo al fin.
-Entonces es un libro que te obliga a leerlo hasta el final -afirma esbozando una sonrisa-. ¿Cuál es tu teoría?
-Hay… -organizo mis ideas-, un suceso crucial, lo suficientemente significativo para tomar una decisión que cambie el rumbo de todo. No es el conjunto de varias acciones, sino de una en específico.
-Una epifanía literaria -deduce-. Una pequeña, corta y “sencilla” -enfatizando en sencilla.
¿Cómo es que sabe eso? Muy pocas personas saben cómo es una epifanía de tipo literaria.
-Interesante -continúa-. ¿Me la recomendarías?
-Sí, sí -tartamudeo-. Es una historia “sencilla” pero bonita -haciendo énfasis en sencilla de nuevo.
-Vale, cuando lo acabes lo leeré.
Me sonríe, se levanta y se dirige hacia el estante para tomar Sombra y Hueso.
Wua… este chico es realmente singular. Llega así no más, mostrando los dientes, hablando como si fuéramos amigos…dejándome de nuevo sin nada que decir.
Espera, ¿por qué siento que lo que he pensado ahora se está cumpliendo? Justo quería un amigo y él charla conmigo así, no lo había vuelto a ver y aparece, o sea que, si deseo que él me acompañe a casa, ¿pasará?
Suspiro.
¡Reacciona Alanna! ¿qué haces pensando en esas cosas? Concéntrate, no estamos para historias románticas en la vida real.
No me había tomado el tiempo de intentar actividades distintas a las que estaba acostumbrada, por lo que no me percaté de que hay otras que me generan agrado, el suficiente para mantenerme feliz. Todo está marchando tan bien que siento podría hacer esto durante el tiempo que fuese necesario sin ningún problema.
Le encuentro gusto hasta en lo más mínimo, cómo ayudar a alguien en descubrir el libro adecuado, ordenarlos de nuevo en la estantería, acomodar las sillas y mesas, o preparar un libro para regalar.
Sí. Esto me gusta.
-¿A qué hora cierras?
Esa voz es de...
Me giro despacio en busca de él aun con los ejemplares de Caraval y Divergente en las manos.
Se quitó la gorra. Lo contemplo un momento, no imaginé que luciría así. Su cabello es tan negro como la ropa que lleva puesta con ondulaciones pequeñas en las puntas, bien cuidadas y sedosas que apenas le rozan la nuca.
Por su expresión sé que está esperando mi respuesta, es muy repetitivo que siempre que me plantea una pregunta se prolonga un silencio incómodo, extraño, como si no escuchara, no supiera hablar o que se yo.
-Entre 7:30 u 8 p.m., aproximadamente -respondo con duda.
-¿Hay excepciones?
-Pues, sí, es posible, dependiendo de las circunstancias.
Agradece sin más y vuelve de nuevo al asiento.
Honestamente, es un hombre extraño. O al menos a mí me tiene confundida, aunque no sé si es porque a mi me hace actuar y pensar de manera extraña. No sé si es porque me siento particularmente atraída por él en general, lo cual es una completa locura, ya que solo lo he visto un par de veces y mi memoria está creyendo haberlo visto antes en un lugar quien sabe cuál que no logro recordar.