ALFA: Raza dominante y primera jerarquía, aunque suelen ser pocos. Son fuertes, normalmente grandes, agresivos si las cosas no resultan como quieren, llegando hasta el punto de agredir al omega. Son territoriales, están muy desarrollados y suelen desempeñarse en empleos que tengan que ver con la política, las fuerzas armadas, las grandes ciencias o la policía; son poseedores de grandes beneficios. Existen machos alfa y hembras alfa. Procrean con los omegas, por lo que sus alianzas suelen ser principalmente con esta raza. Sin embargo, también pueden emparejarse con un beta, aunque las posibilidades de tener descendencia son pocas. De igual manera, pueden emparejarse también con un alfa, aunque aquí tener hijos resulta aún mas difícil. Durante el periodo de calor del omega el alfa es completamente atraído por las feromonas que expele el cuerpo de este, siendo incapaz de controlarse a sí mismo y, si tienen relaciones sexuales, pueden anudar dentro del omega, siendo las probabilidades de embarazo altas y, así, marcándolo como suyo.
BETA: Humano corriente. Existen hombres beta y mujeres beta, son la mayoría de personas. No tienen grandes habilidades desarrolladas; pueden procrear, pero sólo con los de su raza, sin embargo, pueden dar a luz a un alfa, beta u omega. Se desempeñan en trabajos normales como ejecutivos, oficinistas, transportistas, maestros, constructores, etc. No tienen periodos de celo, aunque si un omega suelta feromonas demasiado fuertes, pueden sentirse atraídos por ellos.
OMEGA: Última raza de la jerarquía y, por lo tanto, la que menos derechos posee. Si los alfas son pocos, los omegas suelen ser menos que ellos. Tienden a ser más pequeños y delgados. No son agresivos, pero sus sentidos también están altamente desarrollados. Suelen ser muy sumisos y complacientes, emocionalmente dependientes y generalmente están en busca de protección. Existen tanto hembras omega como machos omega y pueden procrear independientemente de su género. Un omega entra en calor o en celo cada tres meses (a criterio del autor); durante este periodo lo único que desea es básicamente tener sexo y ser impregnado o marcado, liberando así, feromonas que atraen a los alfas. El cuerpo del omega se autolubrica para la relación íntima durante el celo, sin embargo, el celo puede ser inhibido gracias a los supresores. No suelen trabajar y son normalmente amas de casa. Pueden ser unidos a un alfa sin su consentimiento. Cuando un omega se acopla a un alfa huele como él.
M-PREG: Básicamente son las historias donde un hombre puede quedar embarazado.
KILIG: Palabra de origen tágalo, de Filipinas, que se refiere a la sensación de derretirse cuando hablas con alguien que te gusta. O, en otras palabras, sentir mariposas en el estómago.
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Kurapika siempre creyó que tenía mala suerte.
Nacer como un omega era la clara prueba de que su fortuna nunca sería buena y todo el mundo se había empeñado en recalcárselo desde el principio.
Luego de que su madre muriera en el parto y de haber criado por un agresivo padre alcohólico que le echaba la culpa por haber matado a su madre, confiar en las personas nunca había estado en su naturaleza.
Por supuesto, frente a las personas se comportaba como correspondía debido a su condición: sonriente, alegre, bromista, sumiso, obediente... pero por dentro, se sentía morir un poquito más cuando algún alfa daba un paso hacia él, así este tuviera la más pura de las intenciones.
Debido a ello creció completamente rodeado por la soledad, tanto la impuesta en su pequeño hogar como la que se había impuesto él mismo en el colegio. Apenas conocía lo que era el cariño, la ternura, el calor, y creía firmemente que esos sentimientos no eran para él.
Más aún cuando ocurrió su primer celo a los trece años; y se sintió tan asqueado de sí mismo por ello, por lo que ocurría con su cuerpo en esos días. Su padre le gritó que era un maldito omega asqueroso, que sólo pensaba en abrirse de piernas para los demás.
Su celo fue, además, el detonante para que su padre decidiera dejarlo abandonado meses después.
Kurapika podía comprenderlo a medias: un alfa no podía hacerse cargo de un omega en celo, sin importar que este fuera su hijo. Y de alguna manera entendía que, quizás, su padre lo había echado para protegerlo de él mismo.
Por lo que, a punto de cumplir los catorce años, se convirtió en un omega vagabundo que trataba de sobrevivir como fuera, abandonando toda zona de confort, incluida la escuela.
A Kurapika no le importaba tampoco. Nunca se había destacado como alumno y, al no tener amigos de verdad, no era como si fueran a echarlo de menos.
Su vida era una mierda, sin embargo, seguía sonriéndole a la gente como si nada, a pesar de que la gente lo mirara con desagrado al ver a un omega sucio y con las manos llenas de tierra. Debido a todo el tiempo que pasaba en el parque siempre miraba, acariciaba y olía las flores que allí crecían.
Le encantaban todas las flores del lugar, todas las flores que podía encontrar. De alguna triste forma, se sentía completamente identificado con ellas: pequeñas, bonitas, pero frágiles, capaces de recibir daño por cualquier parte. Entonces, cuando tenía dieciséis años, lo conoció.
No fue un encuentro amable. No fue un encuentro dulce.
Fue brutal porque Kurapika olvidó su celo, no tenía inhibidores, no alcanzó a llegar a su escondite bajo un puente, y un alfa lo descubrió escondido en un callejón gracias al rastro de feromonas que dejó.
El alfa lo marcó allí mismo a pesar de sus súplicas, de su llanto, y lo declaró como suyo desde ese día en adelante.
Por supuesto, poco podía hacer en esa situación. En esa sociedad donde el alfa regía y el omega era pisoteado, sólo podía asentir ante cualquier orden dada.