Narra Chiara
Todo comenzó con un diario escondido dentro del piano antiguo del salón principal. No sé qué me llevó a abrirlo. Tal vez una corazonada. Tal vez ese susurro que me perseguía desde aquella noche en el sótano.
Las hojas estaban amarillentas, pero aún legibles. Las letras eran finas, cuidadas… y crueles.
“Ezra Van Rensselaer, año 1724. El pacto ha sido sellado. He ofrecido mi linaje al Amo de la Oscuridad, a cambio de lo que todo mortal desea: eternidad. En recompensa, uno de mis descendientes, nacido del dolor y marcado por la luna, gobernará el mundo de las sombras. Él abrirá las puertas.”
“La sangre de los humanos no basta. Se necesita un sacrificio: el alma que más ame. Solo así su despertar será completo.”
Cerré el diario. El temblor en mis manos era real. Mi corazón latía con fuerza. Atlas… está marcado. Y nadie lo sabe.
O eso creía.
Esa noche encontré a Amber llorando en los establos. La luz de la luna acariciaba su rostro, pero había algo más… algo en sus ojos. No eran del todo humanos.
—Amber, ¿estás bien?
Ella no respondió al principio. Luego, con una voz que no era la suya, dijo:
—Lo siento, Chiara… no puedo seguir fingiendo.
Sus uñas se alargaron, su cuerpo tembló y por un instante… vi la bestia dentro de ella.
Una mujer lobo.
Retrocedí, pero no grité.
—¡No te haré daño! —gritó ella—. No tienes idea de lo que está en juego. Mi manada está muriendo. Sin ese medallón, no resistiremos otro invierno. La energía oscura de esta casa lo alimenta… y Ezra lo creó para mantener el pacto vivo. ¡Lo necesito!
La miré con miedo, sí… pero también con compasión. Ella no era la enemiga. Solo otra víctima de esta maldición.
—¿Atlas lo sabe?
Amber bajó la mirada. —No. Y no debe saberlo… porque si se entera, alguien morirá. Y si él ama a alguien, si realmente la ama, será su perdición.
Esa noche, soñé con fuego. Con una ceremonia. Con un altar de piedra y sangre.
Vi a Atlas bañado en lágrimas, sujetando algo entre sus brazos…
Era mi cuerpo.
Y él gritaba mi nombre.
—¡Chiaraaa! ¡¡Nooooo!!
Me desperté sudando, con el corazón a mil.
Y entonces supe algo con absoluta certeza: Tampoco es como que quiera morir sin haber experimentado nada en este mundo además mi mamá se quedaría sola asi que tenemos que evitar que pase es a toda costa
Narra Chiara
Había terminado de limpiar el comedor cuando me di cuenta de que ya era pasada la medianoche. No había nadie más despierto, o al menos eso creía. La casa parecía respirar por sí sola cuando se quedaba en silencio, como si el pasado caminara por los pasillos junto a uno.
Salí por la puerta trasera para tomar un poco de aire. El jardín estaba envuelto en niebla, y las sombras de los árboles parecían estirarse como espectros entre la bruma. Me acerqué al pozo antiguo, ese que siempre me había dado escalofríos, y me senté en el borde de piedra húmeda.
—Deberías tener más cuidado —dijo una voz detrás de mí.
Me sobresalté. Era Logan.
—¿Siempre apareces así? —dije, con la voz más temblorosa de lo que hubiera querido.
Él se encogió de hombros, cruzando los brazos. Su mirada, aunque tranquila, parecía estar analizándome.
—No es un buen lugar para estar sola a esta hora.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de los fantasmas? —intenté bromear, pero él no sonrió.
—Los fantasmas no me preocupan. Los vivos… sí.
Me giré para observarlo mejor. Su rostro serio, su postura firme, pero no amenazante. Logan siempre había sido amable, pero distante. Algo en su manera de observar me hacía sentir que lo sabía todo… incluso lo que yo aún no descubría.
—¿Tú sabes qué está pasando con Atlas, verdad? —pregunté al fin.
El silencio entre los dos fue más frío que el viento nocturno. Por un momento, pensé que no respondería.
—No me corresponde decirlo —susurró—. Pero si estás preguntando… es porque ya viste demasiado.
—¿Demasiado?
—El medallón. El sótano. Ezra. El reflejo… que no está.
Mi sangre se congeló. ¿Cómo sabía todo eso?
—¿Quién eres, Logan?
Esta vez, me miró directo a los ojos.
—Alguien que fue criado para observar… y si es necesario, intervenir.
—¿Intervenir en qué?
—En lo que se avecina. En aquello que ya no se puede detener.
Sentí un nudo en la garganta. Una parte de mí quería que me lo explicara todo. Pero la otra… temía escuchar la verdad.
—¿Atlas está en peligro?
—Lo está. Pero más aún lo estás tú, Chiara.
Mi nombre en sus labios sonó distinto, como si llevara peso. Como si ya hubiera leído mi destino y no quisiera compartirlo.
—Tú no entiendes —dije—. No puedo alejarme de él. Aunque quisiera. Algo me atrae…
—Lo sé —interrumpió—. Y por eso debes tener más cuidado. Lo que sientes… puede ser real. O puede ser parte del lazo que Ezra dejó marcado. Y si lo que él siente por ti es tan fuerte como creo...
—¿Qué? —susurré.
Logan se acercó. No como un enemigo, ni como un confidente. Sino como alguien que había visto cosas que yo ni imaginaba.
—Entonces será tu amor el que lo destruya… o el que lo convierta.
Narra Atlas
—¿Seguro que quieres estar aquí? —preguntó Raphael, empujando la puerta de la taberna.
El lugar era cálido por dentro. Olía a vino, a tabaco húmedo y a madera envejecida. Hombres con gorras y mujeres de mejillas encendidas reían, hablaban fuerte, y no se fijaban en los forasteros. Eso me gustaba.
—Necesito… aire —respondí, sin mirarlo.
Nos sentamos en una mesa del fondo, donde la luz de las velas apenas tocaba la madera. Un camarero se acercó con dos copas. Raphael le hizo una seña para que se alejara. Luego, me observó en silencio.
—Tus ojos… ¿desde cuándo?
Desvié la mirada.
—Ayer. En el espejo. Pensé que era la luz. Pero ya no puedo mentirme, Raph. Me siento… extraño.
—¿Dolor?
Asentí.
—A veces me arde el pecho. Otras veces, el cuello. Como si algo me rozara la piel por dentro. Y los sueños… son cada vez más reales. Hay sangre. Gente que no reconozco. Una figura encapuchada… y una voz que me dice que abrace el poder.
Raphael dejó la copa sin tocar.
—¿Le has dicho algo a Chiara?
—¿Cómo voy a decirle que me estoy convirtiendo en un monstruo?
—¿Y tú crees que ella no lo nota? —dijo Raphael con dureza—. Esa chica ve más de lo que tú estás dispuesto a mostrarle. Es lista. Y está enamorada de ti.
—Eso lo hace peor.
—¿Por qué?
—Porque si es cierto el pacto… si es verdad lo que Ezra dejó escrito…
—…ella será la que muera —completó Raphael en voz baja.
El silencio entre nosotros fue más pesado que el ruido del bar. Un grupo de hombres reía cerca de la barra. Una mujer soltó una carcajada. Pero en mi mesa todo era sombra.
—¿Tú sabías del pacto? —pregunté con rabia contenida.
—Desde niños. Mi padre me lo contó antes de morir. A ti no te lo dijeron porque aún había esperanza de evitarlo. Pero cuando tus padres murieron… supe que el ciclo había empezado.
—¿Y tú qué eres entonces, Raph? ¿Mi primo o mi carcelero?
—Soy tu hermano, aunque no de sangre. Y si llega el momento en que no puedas controlarte… seré quien termine contigo.
Me quedé helado. No por la amenaza, sino por lo cierto que sonaba.
Mis dedos temblaban. La copa de vino sangriento vibraba sobre la madera.
—¿Y si no quiero ser Ezra? ¿Y si no quiero heredar su trono maldito?
—No se trata de querer. Es sangre, Atlas. Y la sangre siempre cobra su deuda.
En ese momento, sentí un tirón en el pecho. Como si alguien, desde muy lejos, dijera mi nombre.
Chiara…
Me levanté de golpe, empujando la silla.
—¿Qué haces? —preguntó Raphael.
—Tengo que volver. No puedo explicarlo. Pero algo pasa en la casa. Algo… con ella.
Un latido. Uno distinto. No del corazón. Del alma.
Me llevé las manos a la cabeza, y un alarido escapó de mi garganta. Nadie más en la taberna parecía escucharlo… pero Raphael sí.
Caí de rodillas. La vista se me nubló. Todo se volvió rojo.
Chiara…
Y luego, todo fue oscuridad.
Narra Chiara
Un crujido repentino en la grava nos hizo voltear.
—¡Chiara! ¡Logan! —gritó Raphael desde la entrada de la mansión.
Lo vimos bajar del carruaje, sosteniendo el cuerpo inerte de Atlas entre sus brazos. Su rostro estaba bañado en sudor, el cabello pegado a la frente. Atlas colgaba, pálido como una hoja de papel, con los labios entreabiertos y las manos manchadas de sangre seca.
—¡Por favor, ayúdenme! —gritó Raphael, y corrimos hacia ellos sin pensarlo.
—¿Qué pasó? —dije, sin poder ocultar el temblor en mi voz.
—Se desmayó. El dolor fue insoportable, Chiara… —jadeó Raphael—. No sé cuánto tiempo tengo antes de que empeore.
Se volvió hacia Logan—: Ayúdame a subirlo, rápido.
Logan lo tomó de un brazo, y juntos empezaron a llevarlo escaleras arriba. Yo me quedé paralizada hasta que Raphael se giró bruscamente.
—¡Chiara! ¡Ve por agua fría, un paño y medicina! ¡Ahora!
Asentí y salí corriendo como si el alma se me fuera con cada paso. No era la primera vez que veía a alguien enfermar, pero esto no era enfermedad… era otra cosa.
La casa crujía con cada paso. Las paredes parecían susurrar. Corrí hasta la cocina, llené una palangana con agua, mojé un paño limpio y busqué el frasco de gotas que usaban cuando había fiebre. Las manos me temblaban tanto que casi lo dejé caer.
Volví con rapidez, subiendo los escalones de dos en dos.
Cuando entré al cuarto, Logan y Raphael ya lo habían acostado. Estaba inmóvil, pero su pecho subía y bajaba lentamente. Sus labios se movían sin emitir sonido.
Me arrodillé junto a la cama y posé el paño en su frente. Estaba hirviendo.
—Tranquilo… —susurré, sin saber si me escuchaba—. Estoy aquí.
Y en ese instante, sus labios dijeron mi nombre. Apenas un soplo.
—Chiara…
Mi corazón se detuvo un segundo. Lo miré. Sus ojos seguían cerrados, pero su alma estaba despierta. Y me buscaba.