Knoxem

Capítulo 1: Otra vez desde el comienzo.

 

Sonreí frente al espejo, pero a los segundos me sentí ridícula. Era más difícil de lo que había pensado, supuse que subestimé a las personas que lo hacían todo el tiempo aún teniendo un día de mierda. Mi rostro no transmitía enojo pero sí desconformidad...mucha desconformidad.

Practiqué mi sonrisa un poco más para que mis mejillas se acostumbraran a la expresión, mientras tomaba el cepillo y me peinaba dejando mi cabello más lacio de lo que ya era naturalmente. Era consciente de que abusaba de dicho aparato haciéndome ver artificial porque nadie tenía un cabello perfecto sin un poco de ayuda, pero tener cada hebra en su lugar me tranquilizaba y me hacía sentir más segura. Cada quien con sus manías.

Varias veces me dijeron que debía cambiar de estilo pero cada vez que estaba cerca de hacerlo, me arrepentía. Me daban esa idea porque decían que el cabello absorbe todo tipo de emociones desde las puntas hasta las raíces y que por eso muchas veces las personas querían cortarlo, teñirlo, raparlo o hacerle cualquier tipo de cambio, para despegarse de algo y renovarse, algo que según ellos yo necesitaba. Aún con el pretexto de que un cambio de peinado no solucionaría mis problemas pero sí la forma de sentirme, no lograron convencerme de hacer más que cortarme las puntas cuando era necesario; Lo tenía largo, lacio y marrón oscuro desde que tenía memoria, pero tampoco quería cambiar eso. 

Tal vez no era tan osada después de todo, si la razón principal del por qué no lo hacía era porque temía no sentirme yo misma con el cambio. ¿Quién no se hacía un corte de cabello por miedo a no reconocerse luego? 

Supongo que alguien que no sabe quién es realmente. 

¿Cómo es que llegué a esa conclusión hablando solamente de cabello? Vaya problema.

Unos golpes en la puerta me sobresaltaron.

—¡Apúrate, Maren!—gritó Nuria del otro lado— No eres la única que necesita el baño.

—Pasa— dije terminando de acomodarme el cabello. Ella entró y cerró la puerta detrás de sí para sentarse a orinar. 

—¿Otra vez reflexionando frente al espejo?—preguntó en un tono burlón mientras miraba su celular.

—Estoy practicando para hoy—dejé el peine a un lado para hacer mi mejor sonrisa en el espejo esperando que me viera a través de el—¿Qué te parece?—pregunté entre dientes tratando de mantener mi expresión. Ella me miró pensativa desde el inodoro.

—Es la misma sonrisa que haces cuando estás estreñida—automáticamente dejé de sonreír haciéndola reír.

—Creo que ya sabemos demasiado de la otra si llegamos al punto en que conoces mi expresión de estreñimiento—fingí preocupación—. Aunque estamos a tiempo, yo no conozco la tuya.

—Es porque yo no tengo el vientre seco—rió provocando que le tirara un rollo de papel higiénico en la cabeza.

—¿Y cuál sería para ti una sonrisa de buena digestión?—pregunté y ella instantáneamente respondió con una sonrisa que se deslizó naturalmente por su rostro concordando con la alegría de sus ojos.

—Es trampa porque tú eres feliz—protesté como si mi argumento fuera válido, lo que me hizo reírme de mí misma segundos después contagiándola a ella también.

—Te espero en la cocina, hoy tenemos que decirle a Demet lo que ya sabes-le recordé saliendo del baño para dirigirme a la cocina, en donde se encontraba la susodicha. 

Demet era mi madrina y amiga de mi familia desde que recordaba. Era una mujer madura de unos cincuenta años que se mantenía en increíble estado; rubia de cabello ondulado hasta los hombros, ojos mieles verdosos de una mirada penetrante, perfectamente delineados de negro que destacaban aún más por sus cejas cuidadosamente depiladas y algunas que otras marcas de expresión ya definidas, su mandíbula era fuerte y sus pómulos afilados, con una altura de un metro setenta. Su hija Nuria, mi prima, era una versión juvenil de ella, más delgada y con un cabello ondulado más anaranjado que rubio y un par de centímetros más baja. Pertenecían al clan Omaira por su ascendencia turca. 

Yo, en cambio, pertenecía al clan Nova por mi ascendencia latina y mis características físicas se resumían en un cabello largo y oscuro, tirando a negro, ojos marrones claros prominentes al igual que mi sonrisa con labios semi gruesos, cejas un poco más gruesas que las de ellas, con una tez más dorada y una altura de sesenta y siete centímetros.

Debo de admitir que de niña me asustaba mi madrina por su estricta manera de ser en ocasiones y la mirada penetrante que lleva la mayor parte del tiempo, pero eso cambió cuando me defendió en el colegio como la madre que, prácticamente no tuve presente. La madre de una de mis amigas de ese tiempo me paró a la salida del colegio para reclamarme que su hija había bajado sus notas desde que se había juntado conmigo y que me alejara de ella. En esa situación mi yo de diez años no sabía qué hacer ni qué decir, me había sentido acorralada por la manera acelerada con la que me hablaba y la forma en que me tenía agarrada del brazo. Si mal no recuerdo, estaba a punto de romper en llanto, hasta que mi madrina hizo su aparición heroica.

¿Estoy viendo mal o tienes tus manos de dinosaurio en mi ahijada?preguntó acercándose con Nuria detrás de ella.

Le estoy dejando en claro algunas cosas a esta escuincla-aclaró. Que haga lo que quiere porque no tiene una madre que se preocupe por ella, no significa que las demás tampoco, así que...una estruendosa bofetada la calló de sopetón.

Ahora yo te dejaré en claro algunas cosasdijo acercándose más para mirarla de frente a la señora que aún no se recuperaba de la sorpresa y del golpe. Primero, agradece que tu mini troll tenga amigas; segundo, si vuelvo a verte cerca de mi ahijada o verla triste por algo que le dijiste tú o tu troll, le voy a prender fuego a toda tu familia y guardaré sus cenizas en un frasco de mermelada para tirártelas a la cara cuando te veacuando terminó de decirle eso se percató de las miradas que había atraído para sonreír como si nada hubiera pasado. Pero somos mujeres razonables, ¿verdad? No tenemos por qué llegar a eso.




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