Levanté la cabeza para mirar de frente a toda la clase que había dejado de practicar a pedido del instructor, quien quería que todos vieran cómo me daba una lección. Podría dejarme echa un colador y aún así usaría mi último aliento para decirle: "Púdrete".
Estaba asustada, eso era obvio, pero traté de mostrar la actitud más altanera que pude para que viera que no me intimidaría fácilmente.
¿Era tan estúpida como para dejar que me dispararan para no admitir que estaba equivocada?
Parecía que sí.
Clavé mis ojos en daniel, quien estaba sobre la línea de tiro a diez metros de mí con una postura irregular. A través de las mámparas de seguridad transparentes, sus compañeros lo veían con expresiones sonrientes y otros gesticulaban hacia su dirección, querían ponerlo aún más nervioso.
Inhalé y exhalé lentamente para que nadie notara que estaba inquieta, pero mientras más trataba de convencerme de que no debía mover un dedo, mi cuerpo quería tambalearse y sacudirse con fuerza.
El instructor levantó la mano acompañado de un "cierren la boca" y al instante se instaló el silencio. Varias cabezas se voltearon a mi dirección seguramente buscando duda o miedo en mí para entretenerse, o simplemente se quedaban viéndome fijamente para no perderse ni un disparo que me fueran a dar.
—Recuerda que solo tienes ocho balas, trata de no desperdiciarlas—lo aconsejó el instructor—Ahora, donde yo diga le disparas, ¿entendido?—daniel asintió levemente mientras acomodaba nuevamente sus manos en el arma. Al parecer le estaban transpirando las manos—Muslo.
—¿Cuál?
—Al que le des primero.
Todas las armas de origen humano tenían silenciadores, por lo que no escuché cuando la bala salió disparada, solo sentí el impacto.
Mis piernas se flexionaron automáticamente y apoyé mis manos en el piso para evitar caerme. Me había dado justo en la rodilla derecha, el muy desgraciado. Pero extrañamente no me había atravesado, sino que solo me había golpeado con fuerza. Miré el cartucho a unos centímetros de mí y pude distinguir que era una bala de goma.
Por lo visto, había dado un fuerte grito más por la sorpresa del impacto que por el dolor en sí, aunque eso no quitaba el hecho de que mi rodilla se sintiera como si le hubieran dado con un enorme mazo, no se comparaba a una bala real, la cual te hacía sentir como si un alambre de púas te atravesara lentamente la carne.
Con ayuda de mi otra pierna me erguí nuevamente para mirar al frente mordiéndome la lengua para no quejarme. Al instructor no se le movió un pelo, solo me miraba indiferente; pues claro, desde el principio le cambió el arma a daniel para que practicara con balas de goma, por lo que tal vez esto no representaba un entretenimiento real.
—Brazo.
—¡Carajo!—solté inclinándome hacia adelante al sentir el impacto en mi cadera, pero logré mantener el equilibrio tensionando todo mi cuerpo tratando de no doblarme y caerme al piso.
—Hombro.
Cuando lo escuché decir eso me estremecí, con la errada puntería que manejaba el marlox podría dispararme en la garganta o la cara, y la única protección que tenía era un par de lentes que evitarían dejarme tuerta.
Sus manos vacilaron y noté que se movieron un poco más abajo perdiendo la postura recta que el instructor le había corregido antes de empezar.
Gruñí apretando mis dientes con fuerza al sentir el golpe en mi muslo izquierdo. Luego tiró tres veces más desde la misma posición tomándome de sorpresa y provocando que lo primeros segundos no pudiera distinguir con precisión los lugares en que me había disparado.
Tal vez quería terminar con esto tanto como yo y jaló del gatillo una y otra vez esperando que se agotaran las balas. Pero aún le quedaban.
—Bien, creo que es suficiente—interrumpió finalmente el instructor con cierto aburrimiento.
—No—traté de no dejar salir ningún quejido de dolor en mis palabras que causara satisfacción en los espectadores—. Aún le quedan dos balas, así que déjalo vaciar el cargador—le pedí, a pesar de que daniel me mirara extrañado, luego fijó su atención en illya esperando una indicación.
—Pero...
—Vacía el cargador—le repetí entre dientes tambaleándome un poco en mi lugar. Si no lo hacía caería en cualquier momento rendida y mi orgullo pasaría de ser temerario a verse ridículo.
—Hazlo—le ordenó el instructor con un tono más duro que lo hizo levantar su arma nuevamente y apuntarme—. A ver qué tanto aguanta.
Una de ellas me dio en la clavícula y me mordí la lengua con más fuerza para desviar el dolor de esa zona. La segunda rozó en la parte derecha de mi cuello, el cual me quedó ardiendo como si fuera un camino trazado a fuego.
Cuando me dirigí cojeando hasta la cabina de tiro, daniel me abrió la puerta con la intención de rodear mis hombros para ayudarme a caminar pero lo esquivé sin siquiera decirle una palabra.
No quería que nadie me ayudara, quería que me vieran para demostrarles que aún seguía de pie por mí misma.
—Que alguien la acompañe a sanación—pidió el instructor sin dirigirme ni una mirada, eso hizo que se me calentara la sangre—. Los demás vuelvan a lo que estaban.
—Puedo ir sola—dije avanzando, entre algunos estudiantes, con la única fuerza que me mantenía de pie, el orgullo.
Cuando creí que haría una salida victoriosa, un pie interfirió en mi camino y no tuve la suficiente rapidez de evitar caer sobre mí estómago al suelo haciendo que se intensificaran los dolores que tenía repartidos varias partes del cuerpo.
—¿Ahora necesitas ayuda?—se burló una voz femenina seguida de algunas risas.
Me quedé unos segundos en el suelo dejando que el mármol me enfriara completamente, pero enseguida alguien me jaló del brazo y la cintura para ayudar a levantarme, pero me solté con brusquedad para terminar de erguirme sola.
Una vez de pie miré a la persona que me había hecho caer y me grabé su rostro mientras ésta me miraba de arriba a abajo con una expresión divertida.