P.O.V Kristeen
Termino de lavarme las manos manchadas de sangre, echo con desesperación más jabón del bote, para que se limpien de una vez. Mi respiración es pesada y entrecortada.
Escucho el sonido del timbre. Suspiro con cansancio. Me encaminó hacia la entrada, que no está tan lejos del baño, y me fijo primero que mis manos y mi ropa están limpios de manchas de sangre. Una vez asegurada de que no hay rastro de nada, abro la puerta despacio.
- ¡Oh! Jonathan, eres tú - digo con una falsa sonrisa.
- Hola Kristeen - dice con demasiada energía. Dios, como odio a este chico.
- Que te trae por aquí, Jona - digo con cansancio.
- Quería invitarte a comer, si algún día estás libre - dice con una sonrisa de lado, que a muchas chicas les parecería sexy. Pero a mí me parece un fastidio.
- Ya te he dicho miles de veces que no me interesa salir contigo ni con nadie. Estoy cansada de tener que repetírtelo todos los putos días - dije enfadada.
Le dejo con la palabra en la boca y cierro de un portazo.
Tengo que deshacerme rápido de este chico, solo estorba. Siempre interrumpe mis planes. Cuanto antes me deshaga de él, mucho mejor.
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Despierto desorientada. Estiro mi brazo para apagar la irritante alarma que descansa en la mesita de noche, me levanto perezosamente de la cama y me dirijo al baño.
Me lavo la cara, hago mis necesidades y salgo con los pies arrastrados. Reviso en mi armario la ropa que me pondré hoy; consiste en una camiseta blanca corta, unos jeans de mezclilla rotos, unas medias de rejilla y unas Vans.
Salgo de mi habitación, con pereza todavía, y voy hacia la cocina. De la repisa, que está en el centro de la cocina, cojo una manzana para comérmela por el camino. Vuelvo a mi habitación, me cepillo los dientes, agarro la mochila y mi sudadera ancha negra, y salgo directo al garaje para coger la moto, mientras me como la fruta.
Media hora después, llego a la parte trasera de la institución, bajo de la moto y me pongo la capucha de mi sudadera negra. Me fijo en la hora que marca mi teléfono. Quedan cinco minutos para que toque la campana, así que aparco la moto cerca, me ajusto bien la mochila y con un suspiro, me encamino al instituto.
Con pasos seguros, camino hacia la entrada. Hecho una mirada rápida, repasando el patio que hay antes de las puertas del liceo y observo que nadie mira. Pero voy tan distraída, que no me doy cuenta que alguien más está frente a mí y, sin darme tiempo a reaccionar, chocamos.
- ¡Mierda! - escucho como maldice con fastidio. - ¿Podrías mirar por dónde vas? Idiota - susurra lo último con asco, pero logro oírlo.
Me levanto despacio del suelo, acomodo bien la capucha de la sudadera negra, que por suerte no se cayó, y sin pudor alguno repaso el cuerpo de la persona que chocó conmigo.
Y es ni más ni menos que Klaus Friedman. El chico más deseado y adinerado del instituto. Con un cuerpo de infarto y una sonrisa mojabragas. El chico con pecas en la cara que lo hacen ver tierno, aunque no lo sea.
- Yo creo que el que debería mirar por donde va eres tú, Klaus. - contesto con voz lenta.
Él, que no había mirado aún hacia arriba, en cuanto pronuncié su nombre levantó rápidamente la cabeza, tan rápido que me sorprendió que no se partiera el cuello. Me miró extraño y me preguntó:
- ¿Y tú quién eres?
- Nadie importante.- contesto indiferente- Y ahora si me dejas, me iré a clase que está apunto de sonar la campana.
Paso a su lado chocando mi hombro con su cuerpo para que reaccione de una vez, ya que al parecer se ha quedado paralizado.
Después de pasar por su costado, me centro en llegar a clase, ya que solo queda un minuto para que toque la campana y no me apetecería nada quedarme con los asientos delanteros. No entiendo porque a la gente que le gusta llamar tanto la atención, se sientan en los asientos traseros.
Por suerte, llego justo antes de que suene el timbre, logro coger un asiento de atrás al lado de la ventana y me siento.
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Oigo el sonido que avisa que es hora del almuerzo, levanto un poco la cabeza del pupitre y espero a que todo el mundo salga, antes de salir yo a pasos firmes y lentos.
Me paro frente a las puertas de la cafetería. Luego de unos minutos, entro con tranquilidad. Me adentro cabizbaja, pero no es porque me sienta intimidada, sino para que no vean mi cara. Ya sé que media cafetería me está mirando, sin embargo eso no me incomoda, en parte ya estoy acostumbrada.
Me acerco a pedir mi comida, que consiste en un donut y una botella de agua. No puedo decir que no me gustan las cosas dulces porque, en realidad, me muero por ellas.
Repaso la cafetería, me fijo en un sitio libre y me dirijo hasta ahí. Me siento tranquilamente y me concentro en devorar mi bollo.
Poco después siento miradas muy cerca de mí. Levanto un poco la vista y ahí están Klaus Friedman y su trío de amigos: Jonathan Smith, Sasha Coleman y Nicholas Coleman. Me miran con una ceja levantada.
- ¿Qué?- digo con un tono brusco y seco, sin mirar a nadie.
- Estás en nuestra mesa, rarita- dice la estúpida de Sasha.
- Dónde está tu nombre puesto aquí, idiota.- contesto con los ojos cerrados, contando hasta diez mentalmente, harta de la situación.
- No hace falta que lo ponga, estúpida, tú deberías de saber que esta mesa es nuestra porque sí. - dice masticando un chicle con exageración, que irritante.
- ¿Sabes qué? Tienes razón, te puedes comer tu puta mesa enterita, yo con gusto te lo dejo. Eres terriblemente odiosa, joder. - le digo con cansancio, con la cabeza mirando hacia abajo pero con los ojos clavados en los de ella.
Me levanto de la mesa y con la botella de agua a medio beber, derramo lo que queda encima de la mesa y me voy de ahí como vine, con pasos firmes y lentos.
- ¡Oye! ¿Pero que coño haces? - escucho decir a mis espaldas.