Aún estoy en shock. No me esperaba que el mismísimo Klaus Friedman sea el chico al que tenga que ayudar. El chico al que yo he visto en el instituto sonreír, sin preocupaciones, junto a sus amigos. El chico egocéntrico que vive en una enorme mansión, con tres coches de último modelo. El chico con pecas adorables. El chico perfecto que toda chica querría.
Cuando vi sus cortes, supe que había algo raro en él. No cuadraba. Él era un chico que no aparentaba tener problemas, pero si encajábamos las piezas, es decir, los moratones y golpes en su piel, que vi el otro día en el lago, y sus cortes profundos en el brazo, se podría deducir fácilmente que sufre algún tipo de violencia doméstica.
¿No?
Suspiro con fatiga, mi cabeza no ha parado de dar vueltas al tema. No sé que hacer ahora, estoy atascada.
Levanto despacio la vista, solo para echarle una mirada, porque no es la primera vez que lo hago. Está con la cabeza baja y los ojos perdidos en un punto. Su pelo revuelto lo hace verse más sexy, sus esferas grises carente de luz adornadas por pestañas largas lo hacen verse más intimidante, su nariz pequeña y sus labios finos y rosados se ven tan apetecibles.
Todo en él está perfecto.
Suspiro por segunda vez.
Me sorprende que después de haber pasado por tanto, siga fingiendo ser feliz, con esa chispa que solo él tiene, mas hoy no está contento y me cuesta decir esto, pero creo que extraño su sonrisa.
El timbre de la salida suena, haciéndome pegar un salto y despegar la vista de Klaus.
Tomo aire antes de expulsarla con lentitud.
Tú puedes Kristeen, puedes manejar esto.
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Llevo esperando a Klaus desde hace cinco minutos frente al instituto. Creo que por primera vez siento nervios. No sé cuantas veces he suspirado ya, sin embargo no puedo evitarlo, estoy ansiosa. Cierro los ojos contando hasta diez mentalmente, necesito tranquilizarme.
- ¿Querías que nos encontrásemos aquí, no? - dice una voz suave y tímida.
Abro los ojos rápidamente y un jadeo se escapa de mis labios.
- Mierda, me has asustado. - digo mirándolo sin levantar la cabeza.
- Lo siento. - responde avergonzado.
- No pasa nada. - digo con indiferencia.
Cojo su mano. Grave error. Una corriente recorre toda mi espina dorsal y mis latidos se hacen más irregulares.
Ignoro todo eso y lo estiro para que me siga. Me pone nerviosa caminar a su lado. Su cercanía, su olor, su calor, me dan unas enormes ganas de caminar a la par de él agarrados de las manos.
Poco después, diviso el parque al que mis padres me llevaban, paramos ahí y lo hago sentarse en un banco.
- Mira Klaus, te diré esto muy rápido. - tomo una gran bocanada de aire e intento calmarme.
Él asiente despacio, casi sin entender.
- Adelante Kristeen, no tengas miedo - dice intentando parecer tranquilo.
Sé que esto le asusta, no me conoce, pero yo si a él. Si yo fuera él no confiaría en una persona extraña, como ahora mismo lo soy yo para él.
- Sé que esto no te va gustar, pero no tengo otra opción. Seré directa. - lo miro a los ojos. - Tú tienes problemas en tu casa, y yo estoy dispuesta a ayudarte, pero sólo si tu me ayudas a cambio. - digo con lentitud, sin despegar mis ojos de los suyos.
Su reacción era lo que no esperaba:
- Tú no sabes nada de mi vida. - dice sin mirarme. Está enfadado.
- Te equivocas Klaus, sé lo suficiente como para decirte todo lo que estás escuchando ahora mismo. - digo encongiéndome de hombros.
- Te lo vuelvo a repetir, tú no sabes nada de mi vida. - dice bastante cabreado.
- Eres solo un adolescente inmaduro. - contesto aburrida.
- Cállate. - dice tenso. - ¿ Y tú, por qué escondes tu cara? - pregunta cambiando de tema.
- Eso no te lo diré. - digo mirando hacia otro lado.
- Entonces sacaré mis propias conclusiones. - dice pensativo.
- Adelante. - digo alentándole a sacar sus propias respuestas.
- Escondes tu cara porque quieres llamar la atención, quieres que a la gente le interese saber la razón por la que te tapas el rostro. - dice con maldad en sus ojos.
- Si es así, entonces, me la quitaré, para que veas que me da igual lo que haga y piense la gente al ver mi cara. - respondo con seguridad.
Me quito la capucha de la sudadera negra que siempre traigo puesta. Levanto la vista hacia él y puedo ver sus ojos abiertos de par en par, al igual que su boca...