¿Alguna vez has pensado en quien narra las historias que uno lee? ¿Todos esos libros, cuentos, textos e inclusive videojuegos? Bueno, todos son narrados por El Narrador, una persona sin amigos, sin familia, sin un alma que le acompañe, que se quede a su lado. Siempre le ha tocado contar historias de otras personas, pero esta vez esta historia no es de una dulce princesa, ni de un caballero en armadura reluciente. Esta es su historia.
En una grieta ubicada en la cuarta pared, muralla que separa la realidad de la ficción, presente en todo momento, pero de forma distante, podemos encontrar el universo narrativo. Aunque su nombre pueda indicarnos grandeza y maravillas sin explorar, este lugar es prácticamente un cuarto vacío, acromático y sin fin, frío y solitario, inmenso, pero completamente desolador.
Aquel lugar es la residencia permanente de un hombre pálido, de cabellos azabaches como la tinta, ojos grises soñadores y melancólicos, manos grandes y huesudas destinadas a voltear delgadas páginas y una voz aterciopelada y serena, la cual resonaba en el sinfín de la habitación relatando historias inimaginables. A ese hombre se le conoce como El Narrador, el cual tiene como propósito narrar aquellas historias que nosotros leemos día a día. Historias y textos de cualquier tipo y género; fatídicas noticias publicadas en los periódicos, cuentos de princesas y reinos lejanos que llevarán a algún inocente infante al dulce descanso, poemas que expresan el persistente y doloroso ardor del amor no correspondido, guiones de la siguiente obra a llevar a cabo en el teatro de una gran ciudad, por mencionar algunos.
En el lugar podemos encontrar algunos objetos pertenecientes al sujeto, tales como una elegante y fina pluma negra, un par de libretas y cuadernos de tapa dura y hojas tan blancas como la tez del Narrador, además de un libro. Este libro, grueso y majestuoso, es el único objeto que rompe con la carencia de colores. De hojas color sepia y tapa color marrón, posee la particularidad de contener dentro suyo todo texto o relato alguna vez escrito, los cuales deben ser narrados adecuadamente por el joven en cuestión. Cada historia pensada, escrita y creada va a parar en sus inmensas e infinitas páginas.
El Narrador tiene como tarea diaria sentarse y, con el libro en sus manos, relatar en voz alta las historias que aquellas páginas tenían que contar. Él es un hombre sensible, tranquilo y soñador, el cual anhela poder estar allí junto a aquellos personajes que tanto admira; tan pronto sus ojos son atrapados por las letras y oraciones formadas, la imagen en su cabeza es tan clara que parece ser completamente real. Su soledad lo ha orillado a una profunda tristeza, la cual pareciera desaparecer al poder presenciar seres similares, los cuales podían o no interactuar con él, para luego simplemente desvanecerse en el aire cada vez que una historia llegaba a su fin, como si jamás hubiesen existido en primer lugar. Cada vez que esto último pasaba, el vacío silencioso que quedaba al no oír más voces conversando animosamente le traía de vuelta a la realidad e inundaba su corazón con ese desconsuelo que le pesaba como si fuese plomo.
Siempre había anhelado poder estar verdaderamente allí y tener una vida como aquellos a quienes observaba, a causa de esto había experimentado varias veces fuertes sentimientos hacia esos personajes que, por cierto periodo de tiempo, se convertían en sus compañeros, sentimientos característicos del ser humano, aunque no hubiese prueba alguna de que él también fuese uno de ellos. Sentimientos como ira, impotencia, rencor, tristeza, miedo, alegría e inclusive amor. Así es, el Narrador se ha enamorado en más de una ocasión de distintas doncellas, algunas tan delicadas como una rosa y otras tan atrevidas como una fiera, pero siempre destinado a verlas correr a los brazos de alguien más. Solo se limita a observar desde su posición de espectador, conociendo los sentimientos de los personajes, otras veces solamente teniendo conocimiento relativo sobre lo que ocurre alrededor, u observando desde el punto de vista de algún participante de la obra, pero jamás nadie sabrá realmente que él está allí, presente y observando atento, narrando con su voz cada paso y pestañeo de todos los que se encuentren en escena. No importaba que tanto esfuerzo pusiera en intentar hablarle a los demás personajes de forma independiente, sus palabras jamás eran escuchadas al no ser parte de la narrativa. Así que allí se queda, observando a las personas ir y venir, sufrir y llorar, reír y vivir, romperse, caer, marchitarse y morir para volver la próxima vez que alguien quiera leer aquella historia otra vez.
El Narrador, por más que lo intentaba, no lograba recordar porque está en esta posición y como llegó allí. Pareciese que haya existido desde siempre y al mismo tiempo desde hace tan poco, sus recuerdos se le fueron tan rápido como el tiempo entre el blanco de las paredes. Lo único que se mantiene en su memoria y es ajeno a su mundo es una canción cuyo ritmo es indescifrable para su mente e imposible de imitar para sus labios.
A veces, allí sentado y sosteniendo el libro, observando el mar de párrafos ante sus ojos y con su corazón palpitando dolorosamente en su pecho, se pregunta a sí mismo: —¿Por qué pareciese que cada personaje tiene un final feliz a excepción de mí? ¿Dónde está el mío, que pasó con él? —mientras siente sus lágrimas resbalarse y caer desde sus ojos grisáceos. Preguntas que jamás tendrán una respuesta, y solo acrecientan su pesar y su desesperación.
La soledad le ha ido convirtiendo en una persona cada vez más triste mientras más tiempo pasa el aquel lugar, vacío y silencioso, que hacía parecer que en cualquier momento se volvería uno solo con aquellas paredes blancas, enormes e interminables, que reafirmaban su soledad cada vez que tenían la oportunidad.