Antes de la Onyria, antes de los relatos cantados en la Elvaruare, o las leyendas de los Elfaraeh Omehyas en el Oriente de Arondyr, y mucho antes de que Occidente fuese llamado Berethiel, hubo una historia que las precedió, una historia de la unión entre lo celestial y lo terrenal. Fue la antesala de un imperio olvidado, un coloso que una vez abarcó todo el Occidente de Alqualondë, pero que con el paso de los siglos se fragmentó en cincuenta naciones, desperdigadas como las hojas de otoño en el viento del tiempo.
Todo comenzó en el Continente de Ublanthyr que mas tarde sería llamado Berethiel, en el reino de Yrandor, una tierra costera bañada por el Mar de Ulvaeh, famosa por sus majestuosos árboles cristalinos: la Ulfurita, la Ametita y la Arrieta. Estos árboles, cuya savia se solidificaba en cristales de un poder inimaginable, eran tan codiciados como temidos, pues otorgaban a quienes los usaban habilidades mágicas capaces de rivalizar con las mismas estrellas. Pero aquel poder era también una maldición, pues convertía a Yrandor en el blanco de los reinos vecinos, ansiosos por tomar lo que no les pertenecía.
La princesa elfae Aerith, joven y recién florecida, quien a sus apenas 40 años, vivía atrapada en un torbellino de intrigas palaciegas, vivio esa Epoca de Traiciones y mentiras. En las cortes reales, los príncipes élficos de reinos rivales buscaban su mano en matrimonio, no por amor, sino para controlar los árboles cristalinos y el poder que estos ofrecían. Aerith era el centro de una compleja red de traiciones y engaños, y aunque vestía la corona con dignidad, el peso de su deber era inmenso. Su vida, ya de por sí complicada, parecía destinada a un final sombrío: casarse con un príncipe que planeaba usurpar su reino y, probablemente, acabar con su vida una vez consumada la unión.
Y entonces, ocurrió lo impensable.
Un dia como cualquiera, el cielo rugio con grandes estelas y explosiones, y de aquel caos, se origino un estruendo que sacudió las provincias de Yrandor. Un barco de hierro y fuego descendió desde las alturas, envuelto en llamas y humo negro, estrellándose en las cercanías del reino. Para los elfos, aquello fue un presagio, una señal de que algo más grande estaba por suceder. Para Aerith, sería el punto de inflexión que cambiaría su destino para siempre.
Dentro de aquel coloso de Hierro, la princesa encontró a un individuo extraño, cubierto de heridas y portando una armadura que irradiaba poder más allá de la comprensión de los elfos. Su nombre era Kaelthiras, un viajero de las estrellas, un guerrero proveniente de un imperio intergaláctico inmerso en una guerra colosal contra los Sangre Oscura, híbridos monstruosos que buscaban destruir o someter todo lo que tocaban. Kaelthiras, malherido y varado en un mundo primitivo para él, representaba algo que Aerith jamás había conocido: un vínculo con los cielos, con algo mucho más allá de las tierras que ella llamaba hogar.
A medida que Aerith ayudaba a Kaelthiras a sanar y comprendía la magnitud de la guerra que lo había traído a su mundo, ambos comenzaron a forjar una relación de confianza y amistad. Sin embargo, no era solo la amistad lo que surgía entre ellos, sino un vínculo más profundo, uno que desafiaba no solo las costumbres de los elfos, sino también los principios que ambos creían inmutables. Kaelthiras, aunque varado y sin posibilidades de regresar a su hogar, se comprometió a ayudar a Aerith, no solo a navegar en las intrigas políticas de Yrandor, sino también a defender su reino de los enemigos externos que buscaban despojarla de su legado. Pero Kaelthiras no había olvidado el motivo de su llegada: una misteriosa señal de auxilio que lo había atraído a Alqualondë, emitida desde un faro de comunicaciones en el lejano y frio norte del continente Occidental. Con el tiempo, reveló a Aerith su propósito: descubrir quién había activado ese faro y por qué. Aerith, fascinada por la vastedad de su mundo, prometió ayudarlo, llevando a Kaelthiras aún más profundamente en los conflictos políticos y bélicos de los elfos.
Y asi, lo que comenzó como la alianza entre una princesa y un guerrero, se transformó en un cambio de paradigma para todo Yrandor y mas aun en todo el continente occidental de Ublantyr. La influencia de Kaelthiras, con su conocimiento y estrategias, ayudó a Aerith a derrotar a sus enemigos, tanto en la corte como en el campo de batalla. Juntos, empezaron a concebir un sueño más grande: no solo la supervivencia de Yrandor, sino su transformación en un imperio que uniria a los elfos bajo una sola bandera.
Así nació el Imperio de Berethiel, un dominio vasto que se extendió desde las costas de Ulvaeh hasta las montañas del este y el Mediterráneo del mundo conocido. Pero este ascenso no estuvo exento de desafíos. Los reinos élficos que se oponían a la expansión de Berethiel se alzaron en armas, liderados por enemigos poderosos que veían a Aerith y Kaelthiras como una amenaza para sus tradiciones y su poder. Las guerras que siguieron forjaron a ambos como líderes, mientras su relación evolucionaba de amistad a un amor profundo que desafiaba todas las convenciones.
Esta, es una historia de alianzas improbables, de traiciones y redención, de guerras que sacudieron los cimientos de un mundo, y de un amor que trascendió las estrellas. Es la crónica del Descenso, de la unión entre el cielo y la tierra, y del nacimiento de un imperio que marcó la historia de Alqualondë para siempre.
Antes de que Occidente fuese llamado Berethiel, antes de las grandes leyendas, hubo una princesa y un extraño vendio del cielo que cambiaron el curso del destino. Un destino que luego se transformaria en el Mito de la Akalaeb:
Esta es su historia.
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Editado: 25.12.2024